Cecilia Bartolomé, el talento esencial de una cineasta feminista, radical y valiente

Cecilia Bartolomé, en el Cine Doré, en el ciclo que le ha dedicado la Filmoteca Española. Imagen cedida por la Filmoteca Española.

Cineasta esencial, como pocas entre las mujeres que han dirigido cine en España, Cecilia Bartolomé (Alicante, 1940) es autora de una obra corta, feminista, radical y política. La Filmoteca Española acaba de dedicarle un ciclo y aquí reivindicamos el valor de una filmografía que por su singularidad figura entre lo más valioso que ha dado el cine español.

Cecilia Bartolomé dirigió su mejor cine bajo el franquismo y su mejor película durante la Transición. Su caso, si hubiera que buscarle una equivalencia, recuerda el de Víctor Erice: una escasa y singular filmografía entre sus contemporáneos. Una anomalía del cine español. Su mejor directora, si se piensa en las escasas mujeres que, hasta hace poco, han dirigido en España. Su carrera está marcada por la intermitencia, por las tensiones que vivió entre la sujeción a la producción industrial, a los modos genéricos del cine y la afirmación de una expresión libre, autorial, rotunda, inequívoca. Uno observa su fulgurante aparición, a principios de los años sesenta, como un cometa que sigue su propia guía, y la ve rodeada de hombres desconcertados y en alerta (cineastas, docentes, burócratas) ante las formas y contenidos del cine que rodó en la Escuela Oficial de Cine en Madrid: seis cortometrajes: La siesta (1962), La noche del doctor Valdés (1964), Carmen de Carabanchel (1964), La brujita (1966) y Plan Jac Cero Tres (1967); y un mediometraje, Margarita y el lobo (1969).

Consecuentemente, su valentía artística y política, concentrada en este cine de pequeño formato, fue reprimida por la censura, que bloqueó su dedicación al cine. Durante años se dedicó a la publicidad, y solo cuando murió Franco pudo dirigir su primer largometraje, Vámonos Bárbara (1978), una versión de Alicia ya no vive aquí, de Martin Scorsese, sobre una mujer separada. Entre 1979 y 1980 instruyó sobre las secuelas de la Transición española en Después de…, uno de los tres documentales fundamentales del cine español (junto a El desencanto e Informe general) y un testimonio para los desavisados que hoy censuran ese periodo de incertidumbre y esperanza.

Después de otra intermitencia de trece años estrenó en 1996 Lejos de África, un melodrama sobre su propia biografía de niña en tierras guineanas y, tras otros nueve años de silencio, un interesante episodio documental de la serie Cuéntame dedicado al asesinato de Carrero Blanco.

Censura y parodia en el franquismo

El valor es una virtud que descuella en la adversidad de una dictadura antes que en la bonanza de una democracia. Y ello es aplicable al cine que Cecilia Bartolomé rodó dentro del franquismo y, simultáneamente, contra el franquismo. El combate, como el de otros cineastas, fue desigual. Permitido por la dictadura, que puso los medios (la Escuela Oficial de Cine) para realizarlo, su cine, sin embargo, fue sometido posteriormente a una censura, que resolvió prohibirlo. Sus cortometrajes y su mediometraje transgredieron los límites que, en esa década, había marcado el régimen y que sortearon (por un énfasis menor en su crítica antifranquista, y aun así cortadas, mutiladas) otras grandes obras, como Nueve cartas a Berta, de Basilio Martín Patino, o El buen amor, de Francisco Regueiro.

Feminista y experimental, Bartolomé descargó su rebeldía contra una sociedad fundamentada en la represión, y lo hizo, de un modo insólito, con un cine a la vez popular y culto. La clave de su cercanía posiblemente se deba al humor y sus modalidades: la caricatura, la ironía, el sarcasmo. En Carmen de Carabanchel, por ejemplo, explota un cliché (el de la mujer española en la mirada de los viajeros foráneos) y lo subvierte paródicamente. Desviste a su personaje de exotismo y lo cubre con las ropas de una ama de casa hastiada de barrio obrero, remisa a ampliar el número de hijos de la familia. Obliga al marido a comprar condones, escucha de una conocida un método natural para abortar, se angustia ante la fugaz desaparición de su hijo. Sexo, aborto, control familiar: pecados de un régimen que premiaba a las familias numerosas y anatematizaba desde los púlpitos contra los cuerpos.

En otro de sus subversivos cortometrajes, La brujita, el erotismo es sugerentemente explícito, y la relación entre una hija y su padre, si uno recurre al lenguaje de la época, “moralmente peligrosa”: la hija practica vudú contra su progenitor, que lleva a la casa donde él vive con la hija, a su amante. Y en Plan Jac Cero Tres, cercana a los experimentos de la Escuela de Barcelona, rebaja el realismo y se abre al mundo surrealista de la narrativa de Gonzalo Suárez al adaptar uno de sus cuentos; pero la cineasta mantiene la impronta paródica (aquí, contra el machismo) de sus otras obras.

Contra las hipocresías que someten a las mujeres

La culminación de este periodo de experimentos y combate es una de las grandes películas españolas: Margarita y el lobo. Su grandeza poco tiene que ver con el tamaño, pues, con sus 45 minutos, no alcanza la duración de un largometraje. Compendio furioso de modernidad cinematográfica, de géneros (del musical al melodrama, del documental al cine dentro del cine), uno puede atisbar en sus imágenes los modos de Godard, de Imamura, de Chytilová, de Demy: mero espíritu fílmico de los sesenta.

La película baila sobre algunos de los tótems del franquismo: la familia, la religión, el matrimonio, y denuncia las constricciones, las hipocresías que someten a las mujeres cuando estas, como la protagonista, una joven recién casada que decide separarse, aspiran a una vida propia. Alternando el pasado y el presente, Bartolomé aplica su escapelo feminista a la actitud de los hombres, no importa la clase a la que pertenezcan, que porfían para someter a las mujeres a la horma de unas convenciones meramente masculinas. Saltando de un género a otro, con una libertad sorprendente, el experimento en que consiste la película no descabala y Bartolomé logra fundir elementos antagónicos: como en un musical, sus personajes cantan, desafinadamente; como si filmara para un documental, incluye breves intervenciones de una conferencia feminista dictada ante la cámara por la propia protagonista. El cierre de la película, en un giro inesperado, desvela su dispositivo cinematográfico desmontando la propia ficción que el espectador acaba de ver, una imitación de una de las últimas secuencias de Un hombre desaparece, que Shoei Imamura estrenó dos años antes de la conclusión de Margarita y el lobo. La censura, consecuentemente, prohibió la exhibición del filme y Bartolomé se vio obligada a trabajar en la publicidad para mantenerse económicamente. 

Los años de la democracia

Tras el rodaje de Vámonos Bárbara, la cineasta y su hermano José Juan recorrieron en coche diversos lugares de España entre abril de 1979 y finales de 1980. Con el material que filmaron montaron el documental Después de…, dividido en dos partes: No se os puede dejar solos y Atado y bien atado. “Durante aquellos meses”, explicó la directora en un texto insertado en el filme, “tratamos de reflejar los sentimientos y opiniones de la gente de la calle tras la transición de la dictadura a la democracia, así como los conflictos que amenazaban la normalización democrática y que culminaron en la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, poco después de finalizada la película”.

La Administración intentó boicotear políticamente la película poniendo trabas a su exhibición, por lo que esta se estrenó tras la victoria del PSOE en las elecciones de 1982. El documental desborda de palabras, roto el dique de contención represiva a la libre expresión que impuso la dictadura durante su tiempo de silencio. La multitud de voces, contrapuestas, disonantes, confluyentes, componen uno de los testimonios más certeros de lo que significó la Transición española como manifestación del ejercicio de una libertad ganada en esos años, y la película logra dar cabida a esa polifonía de un modo armónico, confrontando a partidarios y opositores al aborto, trayendo a gentes que acuden a desenterrar muertos por los franquistas durante la guerra civil y abandonados en cunetas o en eriales, a falangistas uniformados desfilando en recuerdo de los asesinatos republicanos en Paracuellos, a agricultores airados acosando a un cura durante una protesta, o a mujeres que reclaman medidas contra el machismo y cuestionan los avances que tramitan las Cortes.

El franquismo ha terminado, aunque los franquistas mantengan, de momento, un espacio más amplio del que en realidad les correspondía. Lo que el documental constata es que sus gestos iban quedando ahogados: sus gritos, sus jaleos constituyen el estertor de un fanatismo irredimible. Aún se los podía ver en el gran momento de la película, al final de la primera parte, durante una concentración en el Valle de los Caídos: una señora de pelo cano, pendientes de perla, enérgica, grita en su propio delirio, inocuamente, libre en un tiempo libre, con la retórica de una época ya caduca: “¡Arriba España! Vencimos y venceremos”.

Cecilia Bartolomé, cámara en mano, durante el rodaje del documental ‘Después de…’. Foto cedida por la Filmoteca Española.

‘Vámonos Bárbara’ y ‘Lejos de África’

Paradójicamente, las dos películas en apariencia más personales de Cecilia Bartolomé, Vámonos Bárbara y Lejos de África, son las menos logradas de su filmografía. Aunque mantengan la coherencia respecto a la perspectiva feminista, reivindicativa de su creadora, una concepción cinematográfica conservadora mengua su alcance, como si al acometer un largometraje industrial, de género, se desactivara en la cineasta la rebeldía formal que infundió a su cine de los sesenta o la espontaneidad alcanzada en las imágenes urgentes, auténticas de Después de… Pero, en realidad, esto carece de importancia. No hay director, de Godard a Ford, de Capra a Antonioni, cuyo flujo creativo discurra ininterrumpidamente: también ellos aburrieron, cayeron en la rutina, se desinteresaron. Por lo que se les recuerda, por lo que se recuerda a Cecilia Bartolomé, es por el logro de unas imágenes que brotaron de la confluencia de un talento innato desarrollado en un tiempo y en unas condiciones concretas y que las volvieron, a esas imágenes, perdurables porque nadie antes las había filmado.

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