Chillida y Oteiza dialogan en el espacio, el tiempo y la paz

En el inicio de la exposición, ‘Laocoonte’ (1954-55), de Oteiza (a la izquierda), y ‘Oyarak I’ (1954), de Eduardo Chillida. Foto: Museo de San Telmo.

Se cumplen 20 años del fallecimiento de Chillida y 19 del de Oteiza, y sus obras siguen hablando por ellos. Conversan juntas en una exposición que reúne por primera vez sus obras de forma conjunta. Eduardo Chillida (1924/2002) y Jorge Oteiza (1908 /2003) vivieron dos décadas de amistad y de influencia y enriquecimiento mutuos. Ahora que ellos ya no están, sus obras dialogan en el Museo de San Telmo de San Sebastián, como lo hicieron ellos entre 1948 y 1969. La muestra se puede visitar hasta el 2 de octubre.

La exposición comienza en 1948, un año clave en la vida de los dos escultores. Oteiza, con 40 años, decide regresar de Latinoamérica, donde ha pasado los últimos 13 años dedicado a la docencia universitaria y a la escultura. Chillida tiene 24 años y decide hacerse escultor y viajar a París, donde permanecerá tres años en contacto con las vanguardias. 1948 fue un año de inflexión que marcó el rumbo de cada uno y su obra.

A su regreso de París, Chillida decide asentarse en Hernani (Guipúzcoa), aprende de la tradición artesanal a utilizar las herramientas que emplean los herreros de la zona y experimenta con esculturas abstractas. Investiga los utensilios agrícolas e investiga con hierro, madera, piedra, bronce, plomo, mármol, granito, acero… Sus esculturas evocan las fuerzas de la naturaleza como el fuego o el viento, y elige títulos de fuerte evocación poética como yunque de sueños, rumor de límites, música de las esferas, peine del viento, hierros de temblor.

Mientras, Oteiza, además de su trabajo más figurativo con el Apostolado de la Basílica de Arantzazu, empieza a trabajar figuras humanas cada vez más abstractas y a experimentar con el vacío. Busca una escultura desmaterializada, con menos masa y más espacio libre. Elige líneas planas y rectas con poliedros abiertos, frente a las curvas de las esculturas de Chillida.

Espacio dedicado a Arantzazu, de Oteiza, en la exposición del Museo de San Telmo.

Jugar con el espacio

Explicaba Oteiza: “La naturaleza de la escultura son unos volúmenes que pueden estar vacíos, llenos, rodeados de espacio o bien un espacio que atraviesa los volúmenes y es un juego de espacio y volúmenes”.

Para Chillida: “Uno de los acicates de mi trabajo es aproximarme a una ligera comprensión sobre qué es el espacio, y eso liga con lo que los hombres somos, somos espacio”.

A partir del año 1955, ambos escultores convergen en formas y en propósitos, explica Javier González de Durana, comisario de la exposición. “Se empiezan a preocupar por lo lleno y lo vacío, por el efecto de la luz en los materiales, por las formas curvas, cóncavas, convexas. Ya no se preocupan tanto por la representación de la naturaleza humana, sino la representación de las ideas abstractas”, señala.

En primer plano, detalle de ‘Yunque de los sueños III’, de Eduardo Chillida, 1959.

Líneas de convergencia

En la muestra, las obras de cada escultor desde 1948 hasta 1955 se miran las unas a las otras. Dialogan. Siguen caminos paralelos. Pero a partir de 1956 las obras de los dos se entremezclan en la sala, porque tienen intereses comunes y líneas de convergencia. Es el visitante el que se encarga de descubrir de quién es quién y ver la evolución de cada escultor.

La forma de trabajar de cada uno era muy distinta. Mientras Oteiza elaboraba un concepto previo y la escultura era la demostración de su teoría, Chillida empezaba a trabajar con los materiales sin una idea final clara y dejándose inspirar.

Oteiza es el racionalismo; Chillida, el inventor explorador.

Sus personalidades también eran diferentes: Oteiza era locuaz, Chillida más callado. A Oteiza no le preocupaban los críticos ni quiso entrar en el sistema de las galerías, pero Chillida sí atendía a los críticos y se buscó una galería en París.

El punto final de la exposición es el año 1969, otra fecha importante en sus obras. Ese año, Oteiza coloca el Apostolado y la Piedad en la Basílica de Arantzazu y Chillida exhibe su primera obra monumental en un espacio público europeo, en los jardines de la Unesco en París.

Javier González de Durana, comisario de la exposición, explica una de las obras.

Un espacio-tiempo para la paz

Después, permanecieron distanciados durante décadas. Hasta que en 1997 Eduardo Chillida y Jorge Oteiza se reencontraban y afirmaban: “Más allá de nuestras diferencias habrá siempre un espacio-tiempo para la paz”.

En la actualidad, San Sebastián acoge el diálogo permanente de sus obras que se miran desde cada punta de la bahía de La Concha: el Peine del Viento con las esculturas de Chillida y la Construcción vacía de Oteiza en el Paseo Nuevo.

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