China, Cuba e Irán enriquecen perspectivas en el 63 Festival de San Sebastián

Fotograma de la película

Fotograma de la película

Fotograma de la película ‘Mountains May Depart’.

Repasamos otras tres interesantes aportaciones al 63 Festival Internacional de Cine de San Sebastián, que enriquecen muestra visión más allá de agendas de multinacionales y taquillazos de megaproducciones: El nuevo trabajo del chino Zhang-ke, posiblemente la mejor película que ha pasado por esta edición; lo nuevo de Agustí Villaronga, ‘El rey de la Habana’; y ‘la iraní ‘Taxi Téhéran, ganadora del Oso de Oro en Berlín

Mountains May Depart (Jia Zhang-ke, China-Francia-Japón, 131 min).

Te entra el localizador del vuelo del día siguiente por un SMS en el momento en que has activado el móvil después de salir de la mejor película vista en el 63 Festival Internacional de Cine de San Sebastián y la sensación de desasosiego es insuperable. Mountains May Depart, del cineasta chino Jia Zhang-ke, se exhibe en la sección Perlas, selección de lo mejor de otros festivales. En tres períodos (2000, 2015 y 2025) cuenta la historia de una mujer acomodada, Tao (Zhao Tao), que, tras divorciarse de un marido perteneciente a la élite del país, pierde la custodia de su hijo. Dólar, que así se llama el niño, se muda con su padre a Shanghai. La película marca distancias con el resto por esa capacidad para dirigir de Jia Zhang-ke, de forma plenamente intencionada y precisa. Entre tanto, intensos momentos de poesía visual. El accidente de un dron, la inusual profundidad de campo de un plano general, una explosión bajo el hielo, las ventanillas de un tren pasando a gran velocidad. En lo narrativo, la película es osada solamente cuando alterna distintas texturas en las imágenes (cine e imagen televisiva), pero lo hace de forma casi imperceptible. Mountains May Depart, que aún no tiene estreno comercial en España, narra una historia de deseos vitales y pérdidas inolvidables, de poder e independencia. Como trasfondo, algo que viene siendo habitual en Zhang-ke y le añade un interés a escala global: los profundos cambios experimentados por el gigante asiático, la pérdida de identidad que conllevan y el efecto que estos tienen en el planeta.

Un fotograma de 'El Rey de la Habana'.

Un fotograma de ‘El Rey de la Habana’.

El rey de La Habana (Agustí Villaronga, España-República Dominicana, 95 min).

La exitosa Pa Negre (2010) devolvió a Agustí Villaronga al primer plano como director de cine. El filme se llevó de San Sebastián una Concha de Plata a la Mejor Actriz –Nora Navas- y al año siguiente triunfó en los Goya con 9 estatuillas. Así que el regreso del mallorquín con El rey de La Habana generaba expectación. Rodada íntegramente en la República Dominicana por actores cubanos, es una historia ambientada en La Habana en 1997. Reinaldo (Maykol David Tortolo) es un adolescente mulato que tras huir de un centro de internamiento se une a Magda (Yordanka Ariosa), una treintañera que malvive en un cuartucho sin agua ni luz y se gana la vida vendiendo cucuruchos de maní y acostándose con viejos. El filme, basado en la novela Período especial de Pedro Juan Gutiérrez, es terrible desde sus inicios, aunque el arranque provoque risas en el desprevenido respetable. Al final, silencio sepulcral. El filme adolece de algunos clichés cuando presenta a los personajes, pero, sobre todo, se echa en falta un tono más naturalista en dirección y fotografía. El conjunto, a pesar de los notables esfuerzos que exhibe la producción, parece impostado, como si se hubieran empleado técnicas de filmación que, hoy en día, no casan con una película que pretende retratar el lado más crudo y miserable de Cuba en los 90.

Un fotograma de la película 'Taxi Teherán'.

Un fotograma de la película ‘Taxi Teherán’.

Taxi Téhéran (Jafar Panahi, Irán, 82 minutos).

Taxi Téhéran, del iraní Jafar Panahi, ganó el Oso de Oro en la última edición del festival de Berlín. Es un premio que tal vez le venga grande a este filme pequeño sobre un director que se enrola de taxista para hacer un retrato de la realidad de su país. Esa realidad, entre otras cuestiones, también hace imposible a sus cineastas dedicarse a su profesión con libertad. Unos, como Panahi, se quedan y sufren tortuosos episodios de cárcel y huelga de hambre; otros deciden tomar un billete sin regreso a latitudes más tolerantes. Panahi tiene prohibido hacer cine en su país desde 2010. El premio recibido en Berlín es político, no hay duda, pero la película, de 80 minutos, se pasa volando. Panahi es el propio taxista y la cámara está situada en el salpicadero. El director la gira a su conveniencia, juega inteligentemente con los actores como si de verdad fueran transeúntes y con los dispositivos móviles de sus pasajeros como si fueran cámaras. De verdad lo son. Más allá de la manida reflexión sobre realidad y ficción en el cine y la voluntad de Panahi por denunciar la situación política en su país, lo más interesante de Taxi Téhéran es poder comprobar cómo con unos dispositivos caseros, manipulados por gente de la calle –incluso por una niña, sobrina del cineasta-, se puede obtener una película con calidad suficiente para competir al más alto nivel en festivales internacionales.

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