Christian Petzold: “Europa crea la imagen del refugiado como enemigo y eso es terrible”
En plena crisis del barco ‘Aquarius’, con 629 personas a bordo, entrevistamos al cineasta alemán Christian Petzold, que vuelve de nuevo a la II Guerra Mundial, tras la anterior ‘Phoenix’, para dar voz esta vez a los refugiados, a las mujeres y hombres que abandonaron sus vidas en Europa para huir de los nazis. ‘En tránsito’, que se estrenó en el Festival de Cine de Berlín y llega este fin de semana a las pantallas españolas, cuenta su historia desde las calles de la Marsella de hoy, un anacronismo valiosísimo en estos tiempos en que una desmemoriada Europa da la espalda a miles de personas que intentan sobrevivir.
POR BEGOÑA PIÑA
Marsella se convirtió en ciudad de paso de refugiados de toda Europa en la II Guerra Mundial. Allí esperaban hasta poder embarcar rumbo a América, a una nueva vida. Es la situación del joven alemán Georg, que ha suplantado la identidad de un escritor muerto para poder utilizar su visado y viajar a México. Mientras aguarda el día de la partida, se enamora de una mujer que busca desesperadamente a su marido, sin el que no está dispuesta a marchar. La sensación de traición y de culpa por haber sobrevivido cuando otros no pudieron hacerlo acompaña a estos refugiados atrapados en tierra de nadie.
Adaptación al cine de la novela que Anna Seghers escribió en 1942 en Marsella, la película está protagonizada por Franz Rogowski y Paula Beer, quienes interpretan a estos fantasmas que deambulan por la ciudad. “Huyen, no pueden volver atrás, pero tampoco ir hacia delante. Nadie quiere hacerse cargo de ellos. Nadie se fija en ellos, excepto la policía, los colaboradores y las cámaras de seguridad”, explica Petzold. “Son fantasmas, se mueven en un área entre la vida y la muerte, entre el ayer y el mañana”.
Una historia de la II Guerra Mundial ambientada en la Marsella de hoy que se estrena justo cuando salta de nuevo la polémica en Europa con los emigrantes del barco ‘Acquarius’.
Sí. Es difícil explicar el tema con dos frases, pero sí se puede decir que en Europa vivimos procesos de renacionalización y de separatismo. La historia nos ha demostrado que necesitamos crear la imagen de algún enemigo solo para forjarnos una identidad propia. Ahora el refugiado es el enemigo y eso es terrible.
¿Ambientar la película en la actualidad es una manera de decir que los europeos con hogar somos una especie de colaboracionistas?
Bueno, la historia no se repite uno a uno, pero sí hay resonancias históricas. Las fórmulas de igualar no suelen funcionar, pero cuando ves a la policía europea en las fronteras, sí parece una imagen del colaboracionismo, aunque el de hoy no es el fascismo de entonces. Desde luego hay un eco histórico. Hoy hay una emergencia social con el tema de los refugiados y sin embargo, en Alemania por ejemplo, se están intentando desmantelar las leyes de acogida. Unas leyes que, por cierto, se escribieron basándose en la experiencia de aquellos refugiados de la guerra.
Sus personajes han sido expulsados de su tierra, de su hogar, de su cultura, ¿también han sido expulsados de la Historia?
Sí, son personajes que no están en el exilio, sino que están en proceso de huida, dejando atrás su lengua, su patria, su vida. Están condenados en tierra de nadie, en Marsella. Hicieron una película en la televisión alemana en la que se contaba que había ganado el partido neofascista Alternativa para Alemania y los intelectuales de izquierdas tenían que huir. No funcionó porque no se puede equiparar uno a uno en la historia. Los refugiados sí tienen una existencia fantasmagórica; entre ellos no se conocen, pero se reconocen. La novela de Anna Seghers está construida en torno a la culpabilidad, la responsabilidad y la pérdida que sufren los refugiados. En la película, como en el libro, nosotros estamos expulsados de esa historia.
Los refugiados de la película son los que huyen de los nazis, no hay otros, pero sí aparece los emigrantes magrebíes en Marsella…
No conozco a nadie que no sea refugiado. Mis padres, mis abuelos… somos nómadas por razones políticas, por las guerras, por el trabajo… Los españoles emigrantes, los italianos… El problema está en los que quieren forjar identidades. Marsella es una ciudad donde existe la multiculturalidad, donde la mezcla es patente. Es un terreno abonado para vivir un tiempo allí.
¿Por qué ha elegido mostrar a los personajes en esa tierra de nadie?
Porque cuando huyes tienes un proceso, tienes que ir soltando lastre. Hay que reducir el equipaje a una maleta y los recuerdos son entonces también un lastre. El destino de los refugiados es esa tierra de nadie, sin futuro, pero sin olvidar el pasado. Son de alguna manera transparentes. Cuando localizábamos, ya pensábamos en la fugacidad. Estos personajes son refugiados, personas condenadas a vivir en campos de refugiados, debajo de puentes, en ciudades con puerto… y deben encontrar una historia dentro de esa vida de tránsito.
Los vínculos de estos refugiados muchas veces son los de la culpa por sobrevivir, el sentimiento de traición por haber podido huir…
Eso es lo más terrible de todo, los inocentes acaban sintiéndose culpables. Es lo más dañino del fascismo. Para muchos ese sentimiento de culpa es la única forma que encuentran de justificar su existencia.
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