Cien poemas que nacen de ‘tres malditos centímetros’ de tumor de páncreas

La periodista y escritora Maria Ángeles Sánchez. Foto: Encarna Rodríguez .

La periodista y escritora María Ángeles Sánchez, en El Retiro. Foto: Encarna Rodríguez.

Tiene publicados una veintena de libros, la mayoría de celebración de la vida. Es bien conocida por sus reportajes, fotografías, estudios y crónicas de fiestas populares y artesanía. Hasta que le llegó el torrente de la poesía. Y llegó por el drama de la cara B de la vida: la enfermedad y ver la muerte muy cerca. De un cáncer de páncreas del que se encuentra recuperada nacieron más de cien poemas recopilados en el libro ‘Tres malditos centímetros’ (lo que medía el tumor) (Círculo Rojo). Hablamos de todo, incluso de lo más duro, con la periodista y escritora María Ángeles Sánchez (Elche, 1952).

Cuéntanos el proceso de construcción de ‘Tres malditos centímetros’, cómo surgió la chispa. ¿Te dijiste: esto yo lo tengo que escribir, que contar?, ¿una especie de catarsis, una manera de ayudarte a ti misma?

Fue un sábado por la mañana; tenía por delante un fin de semana, estaba en la cama y sin ninguna fuerza para levantarme. Los poemas los escribo en la cabeza, y tal como los pienso salen, ya no los toco. Entonces empecé escribiendo: “Hay relaciones a prueba de bombas y tumores (…)”, que es el primer verso del libro. Un poema que termina: “La enfermedad es el crisol del miedo”. Surgió pasada la quimio, entre la quimio y la operación. A mí me diagnostican el cáncer un 9 de octubre de 2015, empiezo la quimio un mes después, porque yo en Navidad estaba con turbante, y me operan en mayo. En ese paréntesis surgió Tres malditos centímetros.

Entonces, no tuviste la necesidad de empezar a escribirlo, a contarlo, en cuanto te comunicaron que tenías cáncer…

No. En absoluto. No solo no tuve la necesidad, sino que tuve un rechazo hacia la escritura. Mucha gente me dijo: por qué no haces un blog, que te va a ayudar. Pero yo no podía, primero porque una de las consecuencias de la enfermedad ha sido dejar totalmente de manejar el ordenador. Escribí todo el libro a mano.

¿Durante cuánto tiempo?

Durante unos meses, hasta la operación. De hecho, sobre la operación en sí no hay ningún poema. Y en el postoperatorio, cuando me vuelven a dar quimio. O sea, el libro tiene como dos partes, que no se notan. A mí la poesía me viene a oleadas. Me viene. Y cuando me viene, no puedo parar, yo me movía por casa con una libreta, porque eran imágenes e imágenes e imágenes, continuamente; pero llega la operación y se detiene todo, como un manantial que se seca, y cuando vuelvo al hospital y me dan la segunda tanda de quimio, empiezo a escribir de nuevo. Algunos poemas sí reflejan esa segunda parte; hay uno que dice: “¿De verdad quiero / volverlo a vivir?”. Porque ya sabía lo que me esperaba, ya no iba con la inocencia de la primera vez.

¿Y no reescribías?

No. Tal cual

¿Pero sí seleccionaste?

Mucho, aconsejada por amigos, buenos editores. Como decía Luis Carandell, el mejor texto es un texto bien cortado.

¿Poetas que siempre te gustaron?

Adrieene Rich y León Felipe. Y Joan Margarit, Ana María Drack, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Juan Antonio González Iglesias… Miguel Hernández, claro.

Escribes: “¿Serán estos poemas / al final / los que le den / sentido a todo?”. Visto con distancia, ¿cómo sientes el libro, crees que refleja lo que pasaste?

Sí. Y yo creo que si no lo hubiera escrito, se me habrían olvidado muchas cosas. Sí… Durante un tiempo lo leía compulsivamente, porque sentía que me acompañaba mucho. Hay algún poema que lo dice: “Lo mejor de escribir poemas es que te hacen mucha compañía”. Me reconfortaba interiormente. Era un diálogo profundo conmigo misma. Pero también una manera de contarme a los demás, por ejemplo a mis hijos, de contarles cómo me estaba sintiendo, porque yo creo que en el día a día no reflejaba la dureza verdadera del proceso. ¿Por qué? Porque la gente te viene a ver a casa y tampoco vas a estar ahí explicando una y otra vez lo que has sentido, la dureza del proceso.

¿Ves que la gente aprecia el libro en ese sentido, como algo que puede ayudar, acompañar?, ¿o crees que la gente huye de las malas sensaciones, las malas experiencias, la enfermedad, la sombra de la muerte? ¿Qué ‘feedback’ has tenido?

Básicamente, lo primero. Hay mujeres que han pasado por algo similar y me han dicho que lo tienen como libro de cabecera. Y en Colombia sé de dos grupos que lo utilizan para meditar. Cogen poemas y a partir de ahí piensan o dialogan. Y el oncólogo, Rafael Álvarez Gallego, cuya opinión figura en el epílogo, se ha mostrado entusiasmado. Y también Ana Lluch, una muy reconocida investigadora de cáncer, que me llamó por teléfono para decirme lo que le había gustado. Y el cirujano, doctor De Vicente, me dijo que había sido el mejor regalo profesional que le habían hecho en su vida. Pero también te digo que ha habido dos amigas, que han pasado por un cáncer de mama, que no lo han podio leer; han leído tres o cuatro páginas y no han podido continuar.

Pero no me parece que sea un libro que duela, ¿no?

Yo creo que no. Creo que no… Creo que es un libro cálido. Es duro, porque la realidad es muy dura, pero también creo que de vez en cuando hay poemas, y no de manera prefijada, como distanciados, incluso irónicos…

Me gusta especialmente cómo mezclas la cotidianidad, lo doméstico, con lo más trascendental y definitivo.

Ese poema que es la lista de la compra… “Pan integral / lentejas / alcachofas / mejillones / pasta fresca / leche desnatada / yogures / verdura para asar… “.

Y cómo resaltas la importancia de la amistad y de la familia.

Totalmente.

Lo importante de tener un grupo que te resguarde, que te abrigue.

En los años 90. Foto: César Justel.

La realidad de la enfermedad me ha enfrentado con muchas de mis teorías. Por ejemplo, la de la amistad. Y también sobre la muerte. Yo siempre he pensado que un amigo se mide en los momentos duros, que ser amigo en los momentos buenos, cuando estás sano y tienes éxito, es muy fácil. Pero ante la enfermedad, la respuesta de la gente a mi alrededor ha sido desbordante. Para tres o cuatro decepciones, ha habido muchísima gente que me ha acompañado. Hay un poema que dice: “Hay tanto miedo en tu corazón / que tal vez deba perdonar tu huida”… Pero mi familia, mis hijos, mis hermanos, mis amigos han respondido mucho mejor incluso de lo que yo podría esperar. Y eso es fundamental. Yo cuando alguien me dice que está enfermo, con un cáncer, que sabemos que es un proceso largo, lo primero que pregunto es si está acompañado; me parece fundamental. La fuerza, al final, sale de uno mismo, la tienes que tener tú dentro, si no, por mucho que los demás quieran tirar de ti, no hay nada que hacer, pero esa fuerza se alimenta y se acompaña de gente que está cerca.

Tú has tenido suerte, o te has sabido ganar esa suerte, pero para quienes, aparte de la enfermedad, encima se ven solos…, esa decepción, la constatación cruel de esa soledad, debe de ser terrible, ¿no?

Es durísimo. Pero, mira, yo creo que todavía tenemos en España montada una sociedad muy humana. En la quimio y en la consulta del oncólogo yo casi nunca vi a nadie solo, casi siempre la gente está acompañada. Es que es un proceso muy, muy duro, y yo creo que ahora hay un excesivo afán por desdramatizar el cáncer e insistir en esos mensajes positivos de que del cáncer se sale; que son mensajes que están bien, son buenos, pero… Pero no pensemos que esto es como un catarro. No, perdona, la quimio no es como un catarro, la quimio es durísima y las secuelas de la quimio son durísimas, y la fuerza que tú pierdes… Yo había días en los que pensaba: madre mía, es que tengo que levantarme del sillón, ir hasta la cocina, abrir el frigorífico y coger algo… no ya cocinar…, solo abrir el frigorífico y coger algo, y no podía…, no podía…

Tú también le reprochas a la gente esa insistencia en mensajes del tipo: “Tú puedes, tienes que ser valiente, de esto se sale…”.

Me parecen mensaje, en cierto modo, terribles.

Dichos con la mejor intención de ayudar, de ser positivos, pero que, en cierto modo, también están traspasando al enfermo una responsabilidad que no le corresponde, culpabilizando al enfermo si no pone todo de su parte para salir adelante.

Exactamente. Te hacen sentir culpable. En ese afán del buenismo, de las buenas vibraciones, de que todo depende de la actitud…, no, perdona, depende de la actitud y de que te lo cojan a tiempo, de que tenga operación, de que tengas buenos médicos… Aunque sea para animarle, en la medida en que pones en los hombros del enfermo el valor de la curación, también le estás poniendo el demérito de la no curación. ¡Qué diablos! Noooo. Está muy bien que tengamos espíritu positivo y ganas de luchar, pero tú no le puedes cargar al enfermo con esa responsabilidad. Dicen: es que es psicosomático… No, perdona, y físico y químico y genético y ambiental y vete tú a saber qué.

La gente lo hace con la intención de ayudar, y a veces no nos damos cuenta… ¿Cuál crees tú que es la mejor ayuda?

La compañía y la comprensión, la comprensión de la debilidad. Estás haciendo lo que puedes…

Basta con ‘estar con’…

Eso es. Estar con… Porque además la compañía tiene dos componentes: uno es el afectivo, pero otro es el material. A mí, cuando venía una amiga un domingo a casa y cocinaba y me dejaba comida para tres días, me hacía un enorme favor. Y otra amiga que venía con su mochilita con calditos. Es que te hacen un gran favor…

Tú hazme un caldito y deja de decirme que me tengo que animar, ¿no?

Exactamente. Tú tráeme un jamoncito rico, y hazme un pollito… Hay una parte material muy compleja. Que se arme esa guarda de corps, como de turnos, para acompañarte…, eso no tiene precio. Y en las estancias en el hospital; yo he tenido nueve estancias hospitalarias, algunas de casi un mes. Cuando la gente te dice: no, yo no te llamo al hospital para no molestar… ¡Cómo que para no molestar…! Lo que molesta es estar solo y que no te llame nadie. Siempre puedes elegir no ponerte al teléfono, y yo lo he hecho. Pero eso de que, por pudor o no invadir, no llames… Nooo, tú llama, tú vete al hospital a visitar. Yo creo que la presencia es fundamental. Es que, si no, tienes una sensación absoluta de soledad. Y eso es terrible.

Y hemos construido una sociedad en la que huimos del dolor, la muerte, el luto… Que sientes que están pensando, aunque no lo verbalicen: bueno, ya, espabila ya, que hay que pasar página…

Y más en un proceso largo como este. Eso yo lo reflejo también en un poema: “La prisa / por certificar la mejoría (…) / es directamente proporcional / a la necesidad de huir / de la enfermedad / y sus cuidados”. La gente tiene como mucha prisa en que te pongas buena. Y te anima, te repiten eso de “te veo mucho mejor”. Pero yo creo que también porque los acompañamientos en los procesos largos se hacen muy cuesta arriba. Yo, en la segunda operación, casi dos años después de la primera, volví a tener una respuesta muy buena. Pero, mira, Rafa, lo que te digo, yo creo que también acompañar a una persona a la que quieres en la enfermedad te da sentido… No sentido a tu vida, que eso es como muy ambicioso, pero sí a tu día; que te hace sentir bien, te hace sentir que estás haciendo algo útil. Se produce una relación mutua; tú me estás cuidando a mí, pero yo también te estoy escuchando a ti, que has venido a pasar la tarde conmigo…, y te estoy escuchando desde un estadio muy distinto, sin prisas, urgencias, sin la distracción de las pequeñas cosas cotidianas. Yo en estos años he tenido encuentros muy, muy, muy profundos.

¿La enfermedad te hace cambiar?

Mmmm, sí, te pone en relación con… A ver, el precio es muy alto. Yo preferiría no haber cambiado. Es un precio tan alto que no merece la pena… Te cambia en la medida en que… A ver, ves la muerte…, la ves muy cerca, Rafa, ves que te puedes morir, y frente a eso, y la incapacidad física de moverte, de actuar, tú empiezas a relativizar, y a limpiar y a decir: esto ya no me interesa, esto no lo quiero, por esto no lucho, por esto no me disgusto, esto sí me merece la pena, por esto sí lucho…

Pero yo tengo una amiga con un cáncer de mama que se le ha reproducido, que me dice: No es verdad que aprendas a disfrutar más de la vida, no, porque yo ahora vivo con miedo. Cuando llega la noche, cuando llega el momento de apagar la luz, sufro mucho de miedo, no me puedo dormir. Vivo con miedo, y así no se puede disfrutar de la vida.

Yo, dentro de todo, he tenido mucha suerte. He tenido la inmensa suerte de no haber sufrido dolor, y eso es muy importante. Porque el dolor físico te mina. Mira, frente a lo físico, todas las metafísicas y elucubraciones desaparecen. Pero si no tienes dolor físico… Yo también es que he aprendido… a… a familiarizarme con la idea de morir, que no me apetece nada, pero que está ahí.

Leo: “Despedirse / ¿hace falta?”. Tú de la muerte hablas muy claramente. Y de que no te interesa sobrevivir, sino vivir. “Y de pronto / te planteas: / todo esto / ¿para qué?”.

Claro. Sobrevivir, ¿a qué precio?… Sí, hablo con toda naturalidad. En uno de los poemas me río, y digo: A mi alrededor parece que nada les importa que me muera; debo de haber sido muy convincente en mi didactismo, insistiendo en que no pasa nada. Hombre, no sé, esas cosas que dicen: se murió mi madre y me cambió la vida…, yo no sé hasta qué punto eso es verdad, hasta qué punto le cambiaría la vida a la gente de mi entorno.

Si te mueres, a la que sí le cambiaría la vida es a ti…

¡Totalmente! (Risas). A mí es a la que más le cambiaría la vida… Yo creo que valoras las cosas en la medida en que valoras todo lo escaso. En la medida en que la enfermedad te reduce la salud, pues en los momentos en los que estás bien y puedes salir a la calle, lo aprecias mucho más. Y yo ahora festejo todas mis salidas… ¿Que tienes miedo?… Pues sí, no nos vamos a engañar. Yo no sé por qué, pero hubo un momento, ante la segunda operación, en que empecé a pensar en qué haría si me quedaran seis meses de vida…, porque estaba convencida de que no me quedaba mucho más, que se había reproducido el tumor.

¿Y qué harías?

Pues yo me puse a ordenar mi casa, a tirar cosas, para dejarle mi casa más ordenada a mis hijos. Oye, y me ha venido… Me he puesto a ordenar todos mis artículos por años…

O sea, que si te dijeran que te quedan seis meses de vida, tú lo que harías es ordenar la casa.

Sí. Ordenar como una loca. Y ahora tengo la suerte de que la casa está mucho mejor, mucho más ordenada.

Yo no acabo de entender, María Ángeles, ese rechazo a escribir en el ordenador, tú que has sido periodista y escritora toda la vida, tan prolífica además…

Porque yo creo que llegué a un grado de saturación. Cuando me dieron el diagnóstico, acababa de terminar un libro y estaba escribiendo otros cinco. Tenía tanta presión… Yo, para esos libros, tenía que viajar mucho, y ahora lo pienso, Rafa, y claro, los estaba escribiendo con cáncer, los estaba escribiendo con un tumor… Y me sentía agotada… Y yo creo que… Fue saturación, porque he dejado de hacer fotos, de escribir en el ordenador y de conducir, no he vuelto a coger un coche.

Las tres cosas que más habías hecho…

Las tres patas profesionales… Sí. Mi último coche tiene casi 400.000 kilómetros. Yo creo que ha sido un antes y un después. La vida me ha impuesto que elija otra vida.

¿Ahora con qué es con lo que más disfrutas?

Con los amigos, con mis hijos y mis nietas.

¿Y no echas de menos nada?

No… No, no echo de menos nada. (Piensa durante diez segundos). Hombre, no sé, a veces sí que me viene el pensamiento ese de: tengo un cáncer de páncreas, tengo un cáncer de páncreas, soy yo la que lo tengo.

Ese poema que dice: “Es a mí / exactamente a mí / a quien le está pasando”.

Eso es. Soy yo. Y por mucho que te acompañen, eres tú quien está ahí frente al cáncer.

Y esos versos que dicen: “Todo ahora es un poco raro / pero lo fundamental / permanece inalterable”.

Sí, pero añado luego otra línea: “Creo”. Mucha gente me dice: es que te has desnudado completamente. Y yo les respondo: bueno, ¿y qué?, ¿cuál es el problema?

Y ese poema seco e inmenso que solo es una palabra…

“Mamá…”.

‘Tres malditos centímetros’ se vende en las librerías Nakama, Los Editores y Tipos Infames, de Madrid, en la galería Mad is Mad y a través de 3cmpoemas@gmail.com

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Comentarios

  • Mª Carmen

    Por Mª Carmen, el 28 noviembre 2019

    No tengo palabras. Me ha llegado a lo más profundo del corazón. Gracias por ayudarnos a entender un poco la enfermedad y a saber cómo ayudar mejor, que aunque ponemos todo nuestro empeño- en mi caso soy cuidadora- a veces erramos. Quiero ayudar con todas mis fuerzas, de la mejor manera y a veces no sabemos. Quizá el acompañar con todo el cariño es lo mejor que podemos hacer. También comentar sobre todas las cosas distrae y ayude. Mil gracias. Un fuerte abrazo.

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