Clara Obligado: “En Europa dinero y avaricia manejan la política”

Clara Obligado. Foto: Manuel Yllera.

Clara Obligado. Foto: Manuel Yllera.

Clara Obligado. Foto: Manuel Yllera.

Clara Obligado sabe de primera mano lo que es el exilio. Llegó a Madrid en 1976 huyendo de la dictadura argentina y aquí se quedó, donde ha construido la mayor parte de su obra literaria y fundado uno de los primeros talleres de escritura del país. Escritora polifacética, referente del cuento escrito en español, Clara Obligado regresa ahora a la novela con ‘Petrarca para viajeros’ (Pre-Textos), en la que la poesía del humanista italiano ilumina el viaje de dos jóvenes en busca de su identidad en la Europa de hoy. La idealización de la mujer y del amor, la memoria que nos acecha, la función del arte en un mundo deshumanizado, la mirada hacia un continente, Europa, que parece repetir los errores del pasado, son algunos de los temas que trata Obligado en su nuevo trabajo.

Ganadora del Premio de Novela Corta Juan March Cencillo, Petrarca para viajeros es una novela intensa, llena de referencias y con un ritmo trepidante, que

combina la narración más absorbente con una sabia reflexión en torno a la Europa que estamos construyendo y al papel que debe jugar el arte a la hora de comprender lo que somos. «Miramos pero no vemos», nos dice Obligado.

‘Petrarca para viajeros’ parte de dos relatos de ‘El libro de los viajes equivocados’, que ganó el Premio Setenil al mejor libro de cuentos en 2012. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de la novela?

Fue un proceso bastante gracioso. La empecé hace varios años y me la pidieron en una editorial. Después de pedírmela, me la rechazaron, y eso me puso, evidentemente, de pésimo humor. Vivía, además, un momento personal bastante difícil y me dio miedo quedarme estancada en algo que no estaba en mis manos resolver. Y, como en otros momentos de mi vida, decidí convertir el mal trago en algo positivo, darle la vuelta. Entonces tomé dos fragmentos largos de esa novela inicial, los separé y, desde este punto de partida, escribí El libro de los viajes equivocados. Los cuentos actuaron como vigas maestras, pero la historia, en general, cuenta otra cosa. El libro fue muy bien, y ganó el Premio Setenil al mejor libro de cuentos del año. Pasó el tiempo y, el año pasado, un amigo me dijo que por qué no me presentaba al premio Juan March Cencillo. Volví entonces a la novela inicial y, como las bases lo exigían, le quité casi la mitad. Y volví a ganar un premio, demostrando que la editora que había rechazado inicialmente mi texto estaba equivocada. Fue una pequeña venganza que me hizo bien, y que constató, una vez más, que cuando se escribe no hay que descorazonarse porque los juicios ajenos pueden ser muy aleatorios.

Dos jóvenes, Andrés y Noa, cruzan sus miradas en una estación de tren. Un guardagujas mira con pavor la ingenua despedida de una mujer cuyo destino es un campo de concentración. La mirada, cómo vemos el mundo, es muy importante en toda tu obra pero especialmente en esta novela.

Uno de los títulos posibles de mi novela fue Ojos que no ven. La mirada, sí, y también lo que vemos y lo que decidimos no ver. La mirada es selectiva. Hacemos zapping con lo que vemos, por decirlo de una manera gráfica. Pero la decisión de no ver algunas cosas implica también que, si los ojos no ven, o deciden no ver, el corazón no siente. Recortar nuestra visión de la realidad es, de alguna forma, volvernos insensibles y, por lo tanto, rebajar, también, nuestra posibilidad de ser felices.

Noa, Andrés y el guardagujas, los principales personajes de la novela, compuesta de varias historias cruzadas, representan el futuro, el presente y el pasado de Europa, ¿no?

El tercer título tentativo de mi novela fue, justamente, Europa. Quería hablar de lo que Europa es en este momento. De cómo el “no ver”, borrar la memoria, la ha condenado a vivir con banalidad temas que son muy serios. Es un continente bellísimo, qué duda cabe, donde se ha generado una cultura que modificó el mundo. Pero se corre el riesgo de convertir al continente en un gran museo donde los turistas pasean de manera masificada frente a muestras de arte que casi ni siquiera alcanzan a ver. Donde el dinero y la avaricia son el eje que maneja la política. Nos está pasando algo muy serio.

El guardagujas, testigo del Holocausto, alude a la memoria de lo que es hoy Europa. Y Noa y Andrés acaban encontrándose con ese pasado. Andrés visita un campo de concentración, pero es incapaz de mirar al presente, la situación en la que viven los inmigrantes y los refugiados. Un tema de una dramática actualidad.

Hemos convertido en museo hasta los campos de concentración. De alguna manera, se trata de recordar, pero también de acallar, de silenciar la verdadera violencia, las persecuciones, el destino al que parecemos condenados. En mi novela se reflexiona sobre cómo la falta de memoria nos lleva al horror de hoy, a convertir el Mediterráneo en una tumba gigantesca. A no tener compasión por los que huyen de la guerra. En un primer momento parece que hablara, básicamente, de la pasión amorosa, pero no es eso, no. El gran tema de mi libro es, justamente, la compasión es decir, la empatía.

El pasado y la memoria nos acecha, es como un bumerang. De hecho hay un referencia a los exiliados españoles. Huyeron de la Guerra Civil y acabaron en campos de concentración nazis, les obligaron a construir los campos de la muerte.

Hice una larga entrevista a María Luisa Ramos, una mujer asturiana que me contó cómo había huido de España durante la guerra, cómo los franceses la habían internado en un campo y cómo luego los habían entregado a los nazis. No veo demasiada diferencia entre estos hechos y lo que estamos haciendo ahora a los refugiados. Se los interna en condiciones infrahumanas, se los deja en un limbo legal y luego, con pretextos que son inmorales, se los devuelve a un destino que puede implicar la muerte. Todo esto sucede ante la vista de todos, lo vemos en los telediarios. Resulta insoportable. La decisión de no ver de los gobiernos es tan criminal como lo fue el maltrato a los exilados españoles o la indiferencia ante lo que pasaba a los judíos. Repetimos las historias. Ojos que no ven –o que no quieren ver, o que deciden no ver- corazón que no siente.

Como en cualquier viaje, el de Noa y Andrés, dos jóvenes perdidos, sin un rumbo claro, es también una búsqueda, la de su propia identidad. Un viaje iniciático.

Sí. El viaje es, siempre, el símbolo de la vida. Está representado en la literatura desde que el mundo es mundo, y en ese periplo se forja nuestra identidad. Aprendemos, soñamos, amamos como si todo fuera un viaje, y también vamos modificando nuestra conducta. Por otro lado, yo misma soy exilada política. Sé lo que es cruzar una frontera con el riesgo de perder la vida, y esto hace que tenga un interés particular en situar mis historias dentro de un viaje.

A partir de ese primer encuentro fugaz, Andrés elabora una idea de cómo es Noa, una atractiva chica pelirroja. En su imaginación la llama Laura, la mujer angelical e inalcanzable del ‘Cancionero’ de Petrarca.

Las novelas breves tienen varias claves de lectura. Una es lineal, es decir, sencilla, y muestra una historia evidente. Pero dentro de esta gran historia, que en mi caso es un viaje, hay pequeños secretos que el lector tiene que dilucidar. El texto se llama Petrarca para viajeros porque hace referencia a un momento de la historia europea que a mí me resulta apasionante, el comienzo del Humanismo italiano. Allí, entre muchas otras cosas, se forja la idea de la “donna angelicata”, o sea, de la mujer ideal, un ideal del amor romántico que nos persigue hasta nuestros días. ¿Hasta qué punto nuestra manera de amar reproduce antiguos arquetipos? Esta es una de las lecturas posibles de mi historia.

Andrés es dibujante, quiere ser artista, como la dibujante Marjane Satrapi. Visita museos, pero ante la figura de Camile Claudel se da cuenta de que carece de esa “ferocidad” de la que hablaba Rodin, le hace falta acercarse al fuego, quemarse con el mundo. Camile Claudel viviría hoy en una ‘banlieu’.

No hay arte sin ferocidad, dice Rodin. No hay arte sin compromiso. Compromiso no en el sentido menguado, es decir, compromiso político, sino más bien entendiendo el término como la necesidad de todo artista de situarse como ciudadano frente a lo que sucede, a lo que lo rodea. Petrarca para viajeros es, en algún sentido, un comentario sobre qué sentido tiene el arte en una época como la nuestra, cuando todos los valores parecen cuestionados.

Como cuentista y novelista, ¿qué opinas de las declaraciones del escritor Alberto Olmos en torno al cuento, algo así como que es un género menor porque hay que escribir menos páginas?

Pensar que lo pequeño es lo fácil es una idea tan simple e insostenible que creo que no merece demasiados comentarios. Hoy en día, muchos de los escritores de primer nivel se han refugiado en el cuento porque es un género que no está mercantilizado, como la novela, y permite búsquedas artísticas que en las grandes casas editoriales comerciales no tendrían cabida.

Tu taller de escritura es el más veterano y uno de los más prestigiosos de los que existen en España. ¿Qué te ha aportado la enseñanza a tu propio proceso creativo?

No podría pensar mi escritura sin el taller. No porque me influya lo que escriben los demás, ya que procuro mantener las distancias, sino porque paso casi cuatro horas diarias escuchando textos y viendo cuáles pueden ser sus problemas y las posibles soluciones. Estoy rodeada de buenos escritores y es un privilegio acompañarlos en su proceso creativo. Y, claro, esto hace que me cuestione permanentemente mi propia escritura.

El autor de esta entrevista, Javier Morales, charlará con Clara Obligado en torno a ‘Petrarca para viajeros’ el martes 12 de abril a las 19.00 horas, en la Casa de América de Madrid.

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