Cómo escuchar lechuzas, búhos y cárabos (y no pasar miedo)

Lechuza común. Foto: SEO/BirdLife.

“En la segunda estación de escucha, nada más bajar del coche, escuché al cárabo. Era la primera vez en mi vida. No había experimentado nunca nada igual”. El cárabo tiene uno de los cantos más lúgubres y tenebrosos entre las rapaces nocturnas, que se acrecienta en la oscuridad de la noche, en medio del bosque. No es extraño que Esther Camacho, voluntaria del programa de seguimiento de aves nocturnas (Noctua) de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), notara esa sensación dentro de los recorridos en torno a su pueblo, Cabezón de la Sal (Cantabria). Son sensaciones muy especiales parecidas a las que notan el resto de personas que se apuntan al Noctua y que sirven para confirmar que hay aves que lo están pasando muy mal, como la lechuza común y el mochuelo europeo, y otras mejor, como el búho real. Nos embarcamos en varias sesiones de escucha de aves nocturnas para comprobarlo.

Pasan cinco minutos de las nueve de la noche del 2 de abril de 2023. Estamos en el bosque de La Herrería, en su parte más baja, junto a la ermita de la Virgen de Gracia, en San Lorenzo de El Escorial. Como le ocurrió a Esther Camacho, bajamos del coche y al poco se oye un cárabo, emboscado entre el cercano Monte Abantos. Enseguida se escucha otro en otra dirección. Y otro. Por mucho que lo hayas escuchado antes, no deja de sorprenderte, con esas notas ululantes que parecen temblar en mitad de la noche. En la Guía de aves de España de SEO/BirdLife en la web se describe como “lastimero, semejante a una risotada, con secuencias repetidas de notas largas alternadas con notas más cortas, como houuuuu, ho, ho, ho, houuuuu”.

“No esperaba escucharlo tan pronto. No obstante, vamos a apuntar solo dos, porque el tercero creo que es uno de esos dos, que se ha desplazado hacia otro lugar”. Un oído finísimo y una orientación inmejorable demuestra Emilio Escudero, técnico del equipo de Ciencia Ciudadana de SEO/BirdLife, que lleva ocho años acudiendo puntualmente a sus cinco estaciones de escucha del Noctua, seleccionadas entre El Escorial y San Lorenzo de El Escorial, tres veces al año: en invierno, primavera y verano –entre el 1 de diciembre y el 30 de junio como fechas límite–. En invierno, en la misma estación de escucha, no oímos nada (empezamos a las 19.08 del 13 de febrero), pero en la última estación, en la subida al Monte Abantos, con mucho frío, escuchamos ya al cárabo. En verano comenzará en torno a las 23.00.

Del “maullido” del mochuelo al “croar” en bucle del chotacabras

Según explican desde SEO/BirdLife en la última información sobre el programa Noctua, en los primeros meses del invierno son el búho chico, el búho real y el cárabo común las especies que comienzan su periodo reproductor y es cuando resulta más fácil detectarlas por su canto. A partir de marzo son el autillo europeo, la lechuza común y el mochuelo europeo las especies a censar. Y en los últimos meses de la primavera y comienzos del verano es cuando se escuchan los chotacabras, aunque también se puede escuchar alguna de las anteriores. “Si vinierais conmigo a esta misma estación de escucha del Abantos en verano escucharías al chotacabras europeo”, afirma Emilio.

Nada me gustaría más que volver a escuchar el martilleante sonido, semejante a una rana que se ha quedado en bucle con su croar, del chotacabras europeo, pero los plazos para la entrega de este artículo no me lo permiten. Aun así, las visitas en invierno y primavera fueron de lo más fructíferas, para bien y para mal. En la segunda estación de escucha en invierno, muy cerca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y de un polideportivo, escuchamos a un mochuelo europeo, con su voz parecida al maullido de un gato –esto es para quienes piensan que todas las rapaces nocturnas cantan con el bu-hu-hu-hu de los búhos– y que igualmente nos parece que se oyen varios. “Es el mismo, que canta desde diferentes sitios cercanos; es que para saber si son distintos hay que orientarse bien, para no repetir. Hay gente que apunta, por ejemplo, seis cárabos, pero puede ser el mismo cantando desde lugares diferentes”, apunta Emilio.

En esta misma estación, la cercana al monasterio, en invierno, al ser más temprano, vemos y oímos un mayor tráfico de coches hacia el polideportivo y sonidos dentro de este. En primavera oímos los ensayos de los pasos de Semana Santa. En invierno nos sorprendió otra procesión, la de la caravana de luces en línea recta que forman los satélites Starlink de Elon Musk. Todo ello son testimonios de dos de los impactos (contaminación acústica y contaminación lumínica) que impiden disfrutar al máximo de los sonidos naturales de la noche y que sus moradoras estén más tranquilas. 

Carreteras, urbanizaciones, ruido y, sobre todo, intensificación agraria

En la tercera estación elegida, cerca de una glorieta de salida hacia Valdemorillo, el ruido del tráfico –además del ladrido constante de perros– se acrecienta. No oímos ningún ave ni en la visita invernal ni en la primaveral. En invierno tampoco escuchamos nada en la cuarta estación, denominada La Fresneda, nombre que había que cambiarlo, según lo que nos cuenta el técnico de SEO/BirdLife: “Esto antes era campo, y había una fresneda, de ahí el nombre, y la carretera por la que hemos accedido era un camino de tierra, pero todo ha cambiado, porque lo están urbanizando”. Antes, con más fresnos, era un lugar muy frecuentado por búho real, mochuelo europeo y autillo europeo. En la segunda visita, en primavera, escuchamos a duras penas a un ejemplar de los dos últimos. Y sí, el autillo tampoco ulula, sino que emite como una nota interpretada con un flautín. “Es como el sonar de un submarino”, añade Emilio.

Carreteras, tráfico –y con ello atropellos–, urbanizaciones, ruido, luces… Estos son algunos de los impactos que detectamos y que interrumpen el disfrute de los sonidos de algunas aves de la noche. Hay otro impacto que a estas horas no se ve, pero que no deja de salir en las conversaciones con Emilio Escudero y en el repaso al III Atlas de las aves de España: la intensificación agraria. De este último cogemos, por ejemplo, la casuística que presenta una especie con clara tendencia negativa, la lechuza común: “La intensificación de la agricultura, y en particular el uso de pesticidas, afecta a la supervivencia y al éxito reproductor por falta de alimento e incremento de la mortalidad debido a envenenamiento secundario. La pérdida de sitios de nidificación debido a la ruina de construcciones agropecuarias y a las obras de restauración de edificios históricos también explica en parte el declive”.

“Por ejemplo, yo nunca he oído a la lechuza en mis estaciones. Se han tapado muchos agujeros de construcciones donde ella solía entrar. Los tapan por las palomas, pero al final tampoco entra ella”, comenta Emilio. Que todo esto se sepa y que se hable de declive moderado para el autillo, de incremento moderado para el búho real, de datos inciertos para el búho chico, de estabilidad para el chotacabras europeo y de tendencia negativa para la lechuza, el mochuelo, el alcaraván y el chotacabras cuellirrojo, se debe en gran parte a las 2.035 personas que de forma voluntaria y desde hace 25 años, salen tres veces al año por la noche a registrar (llevan casi 55.000 registros en 699 unidades muestreadas) la presencia de aves nocturnas. Ese es el principal objetivo del Noctua: obtener las tendencias poblacionales de las aves nocturnas.

“Escuchas aves, pero también grillos, agua, hojas, viento, silencio…”

Los datos se reportan bien a través de fichas convencionales o de aplicaciones móviles. Ayuda en la misma dirección los datos que se incorporan desde otros dos programas de seguimiento de ciencia ciudadana SEO/BirdLife: el de tendencia de las aves en primavera, denominado SACRE (acrónimo de seguimiento de aves comunes reproductoras), y el de tendencia de las aves en invierno, denominado SACIN (seguimiento de aves comunes en invierno).

“Ahora mismo hay más de 300 personas apuntadas al Noctua, y es el programa sobre el que más gente nos escribe contando lo bien que se lo ha pasado y lo satisfechas que están con lo que hacen”, afirma Virginia Escandell, responsable del Programa de Seguimiento de Ciencia Ciudadana de SEO/BirdLife. Esther Camacho, desde Cantabria, lo corrobora: “Es una experiencia muy recomendable. Escuchar la noche, escuchar el silencio. En alguna estación oyes solo sonidos naturales: aves, hojas, grillos, agua, viento… Comprendes que dependes de tu oído, te concentras mucho en escuchar y cómo escuchas lo que en tu día a día no le prestas atención. Incluso el olor, el tacto, sentir el viento… Estás simplemente sintiendo”.

Hay que escoger bien el lugar para que no cunda el desánimo

“También es el programa del que más gente se desapunta”, apunta Virginia. La razón principal es que te puedes tirar varias estaciones de escucha seguidas, e incluso una sesión completa de una estación con las cinco estaciones, sin escuchar nada. Es raro, pero puede ocurrir, y eso a más de una persona le desanima. En nuestro caso, solo escuchamos aves en la mitad de las diez visitas. La experiencia de Virginia, Emilio y Esther, e incluso la mía, aunque corta, dicta que se escojan lugares accesibles en coche, no embarrados o fácilmente encharcables, donde sepas que vas a estar cerca durante las tres sesiones que se realicen. Hay que tener en cuenta que cada estación debe estar separada por al menos un kilómetro y medio de distancia y permanecer en ella diez minutos. Por mucho que te guste el bosque o el valle pegado a tu lugar habitual de veraneo, piensa que tendrás que volver a él dos veces más el resto del año, y que te puede echar atrás que esté a 200 kilómetros o más de distancia.

También ayudan los cursos previos que ofrece SEO/BirdLife para aprender a identificar las nueve especies de aves y las dos de insectos que entran en el Noctua: autillo europeo, búho chico, búho real, cárabo común, lechuza común, mochuelo europeo, chotacabras europeo, chotacabras cuellirrojo, alcaraván común, grillo y grillo topo. Según Virginia Escandell, “incluir a estos dos insectos de tendencias nocturnas tiene mucho sentido, porque se oyen en verano con facilidad, y sus poblaciones, al ser presas de las aves nocturnas, están muy relacionadas con las de estas últimas; además, es una manera de aportar más entretenimiento a las personas que se apuntan al Noctua”.

Búho real. Foto: SEO/BirdLife.

No cambiar una estación de escucha porque construyan una urbanización

A pesar de que en varias de las estaciones de escucha entre El Escorial y San Lorenzo de El Escorial no escuchamos ni una sola ave y en algunas vivimos muy de cerca el impacto ambiental que sobre todo sufren las aves, salí de allí muy animado, tanto como para decirle a Virginia que queremos apuntarnos con algunas estaciones en el distrito madrileño de Carabanchel, donde vivimos, que sabemos donde se oyen, al menos, autillo y mochuelo. “No, no, no, Javier”, me contesta Virginia, “la intención es que busquéis estaciones al azar, con diversidad de hábitats (arboleda, matorral, jardines, más o menos urbanizado…), nada de ir a lugares donde sí o sí los vais a escuchar”. “Algo parecido me pasó a mí, que yo quería coger estaciones del Parque Natural del Saja-Besaya, pero por lejanía, extensión y accesibilidad, me lo echaron para atrás”, explica Esther.

“Es lo mismo que cambiar una estación porque han construido una carretera o una urbanización. Hay que seguir ahí precisamente por eso, para demostrar que han destruido un hábitat donde antes se oían aves nocturnas y ver cómo responden estas; así tienen más sentido los programas de seguimientos que realizamos en SEO/BirdLife”, apostilla la responsable del Programa de Seguimiento de Ciencia Ciudadana de esta ONG.

Desde Cantabria, Esther, que como Emilio también hacen seguimientos con el SACRE y el SACIN, está a punto de escuchar a partir de estas fechas al chotacabras europeo, otra especie que nunca había oído antes de entrar en el Noctua: “Incluso en mi entorno más directo me decían que me hiciera a la idea de que no iba a escuchar nada; pero lo cierto es que he aprendido a escuchar mucho más cosas”.

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