¿Qué valor tienen hoy palabras como Occidente o democracia? De Graeber a Sebald

Foto: Pxhere.

Durante estas semanas trágicas de guerra en Ucrania, oímos con más frecuencia que otras veces palabras como Occidente, democracia, libertades. Parece claro que Putin es un hipernacionalista autócrata sangriento. ¿Pero qué valor tienen hoy palabras como Occidente o democracia? Leí hace unos meses ‘El Estado contra la democracia’ (Errata Naturae), de David Graeber. En él nos detenemos hoy, fin de semana grande del Libro. En Graeber y en el escritor alemán W. G. Sebald, cuya obra sobre el pasado, el desarraigo, la identidad, la memoria, los viajes, es una de las más singulares y potentes de la literatura europea contemporánea.

Graeber es antropólogo estadounidense y conocido referente del movimiento antiglobalización o, mejor, alterglobalización, pues lo que cuestiona este movimiento no es tanto la universalidad de valores (es imprescindible la cooperación para luchar contra el cambio climático, por ejemplo), sino la idea que se tiene de esa universalidad en las llamadas sociedades occidentales y que pasa, inevitablemente, por el neoliberalismo y, a veces, la democracia representativa. Heredero de la mejor tradición libertaria norteamericana (Chomsky) o europea (Castoriadis), en este libro provocador Graeber cuestiona gran parte de lo que sustenta nuestro imaginario. Graeber dinamita incluso el punto de partida de ese imaginario al desmentir que exista eso que se ha venido en llamar Occidente.  Desmonta a  Hungtinton, cuando en su conocido e influyente ensayo El choque de civilizaciones aventuró que el mundo que surgió de la Segunda Guerra Mundial  sería una lucha entre tradiciones culturales. Graeber niega la mayor y asegura que, como mucho, podemos hablar de una tradición libresca y literaria occidental, nunca de una cultura entendida al modo usual, como práctica y asunción de ciertos valores.

Por otro lado, según el profesor y activista norteamericano, la democracia representativa tiene un origen militar pues las élites nunca aceptaron la verdadera democracia, la asamblearia y de consenso, y se han dedicado a aplastarla a lo largo de la historia. “Solo tras la transformación del término, cuando `democracia´ incluyó el principio de representación […] el término quedó rehabilitado a ojos de los teóricos más sensatos y adquirió el sentido que le damos en la actualidad”.

¿Dónde encontrar la práctica de una “democracia verdadera”? Según Graeber en las zonas fronterizas de nuestro mundo, en el movimiento zapatista, por ejemplo, o en algunas comunidades de nativos norteamericanos. 

La guerra de Putin nos ha retrotraído a una época que, ingenuamente tal vez, creíamos superada. ¿Qué pensaría de ella el escritor alemán W. G. Sebald? Aunque de una manera elíptica, en su obra se cuelan siempre las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial, el silencio cómplice de sus compatriotas después de la contienda. En su casa nunca se hablaba del tema y, cuando fue a la universidad, a Sebald le llamó la atención que la barbarie nazi estuviera ausente de las aulas, que los profesores no tuvieran un pasado, aunque era evidente que estaban ahí.

Sobre ese pasado, el desarraigo, la identidad, la memoria, los viajes, gira una de las obras más singulares y potentes de la literatura europea contemporánea. Creo que su propuesta literaria, que entre otras cosas pasa por la hibridación de géneros, es más actual que nunca. ¿Hay que decir que Sebald fue un autor muy sensible a la degradación ambiental y el cataclismo climático? Lo fue. Basta leer, por ejemplo, uno de los capítulos de Los anillos de Saturno. Para los sebaldianos y los que aún no lo son pero podrían llegar a serlo, KRK ha publicado un libro exquisito tanto en su formato como en su contenido: Emerge memoria (conversaciones con W. S. Sebald), con un prólogo muy iluminador de Cristian Crusat, gran conocedor de la obra del autor de Austerlitz.

Oír a Sebald en estas conversaciones es un lujo. Sus respuestas son siempre brillantes, nada previsibles, y giran en torno a sus libros, la literatura o el pasado, una mochila de la que uno nunca se libera. “Cuando fui a la Universidad de Friburgo para estudiar literatura alemana, no obtuve nada de los profesores de allí. Fue totalmente imposible, pues todos pertenecían a esa generación. Todos habían terminado sus doctorados en las décadas de 1930 y 1940. Y, por supuesto, todos eran demócratas. Salvo que luego resultó que todos habían sido ardientes defensores del régimen de un modo u otro…”.

Crusat es junto a Álex Chico uno de los escritores españoles contemporáneos que mejor han leído a Sebald y cuya influencia es más evidente, y eso lo digo como un halago, claro, pues hablamos de una de las literatura más exquisitas de las últimas décadas. Precisamente Álex Chico acaba de publicar Los nombres impares (Editorial Candaya), en la que prosigue su particular propuesta estética en torno a lo que denomina novela de ensayo ficción, literatura anfibia que se mueve en torno a los márgenes de los géneros: poesía, narración, ensayo, con hipótesis que casi pueden entrar en el terreno de la ficción. En este caso, para indagar en torno a la figura de Damián Gallego, un escritor enigmático que vive en el barrio barcelonés de Vallcarca.

La investigación le lleva a pensar al narrador que detrás de ese personaje se esconde Darío Galicia, un poeta infrarraelista olvidado, compañero de generación de Roberto Bolaño, quien también aparece en un libro que, como todos los buenos, nos plantea más preguntas que respuestas. Detrás de una trama casi de novela de intriga, se esconde sin embargo una reflexión sobre la creación literaria, sobre el canon. Los nombres impares es una reivindicación de autores  considerados menores, como Darío Galicia, pero sin cuya obra y la de tantos otros como él que no tuvieron mucha suerte quizás se habría perdido una parte de la literatura entendida casi como una militancia. “Aceptar el mundo y hacerlo nuestro. En eso consiste el pacto entre el poeta y  el lector”, asegura el narrador. 

“Álex Chico ha escrito acertadamente un libro diferente, que es a la vez varias cosas, una reflexión sobre el desarraigo, sobre la metáfora de lo fronterizo, lo impermeable, y que también es un libro de viaje y una exploración íntima, vital”, escribió Javier Goñi (qué tristeza su reciente pérdida, cuánto le debemos los escritores y lectores) en Babelia cuando se publicó Un final para Benjamin Walter. Una lectura que serviría también para Los nombres impares. Después de Un hombre espera (que necesitaría una reedición ya), Un final para Benjamin Walter y Los cuerpos partidos,  creo que Los nombres impares confirma a Álex Chico como una de las voces más interesantes de la nueva narrativa en español. 

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