Vamos a compartir el taladro, la lavadora, el coche y la tienda de campaña

Foto de Ryan McGuire.

¿Cuántas veces o minutos al año utilizamos el taladro que tenemos en casa? ¿Es posible plantearse un cuarto de lavadoras en un edificio de viviendas al estilo de los que existen en otros países? ¿No es un poco absurdo comprarse una autocaravana para realizar uno o dos viajes al año? El espíritu y la acción del consumo colaborativo y la economía compartida intentan frenar las compras compulsivas y en ocasiones innecesarias y busca un triple objetivo: reducir el impacto ambiental, socializar el uso de bienes y servicios, y ahorrar dinero. Entremos en el apasionante mundo de la vida de las cosas compartidas.

“Poseemos productos que apenas usamos y preferimos que duerman almacenados antes que otras personas los utilicen. Los compramos, los usamos poco o no los volvemos a utilizar nunca. Y cuando estorban, o no nos gustan, los tiramos a la basura y su naturaleza se transmuta en montañas de residuos que crecen sin tregua. Un clásico ejemplo es ese taladro que se utiliza veinte minutos de media al año y pasa almacenado la mayor parte de su vida en tu armario o trastero. Pero este pequeño sinsentido se extiende y alcanza a casi todas las esferas de nuestra vida y la de nuestras posesiones”.

Así comenzaba hace seis años un manual de Ecología y Desarrollo (Ecodes) sobre consumo colaborativo y economía compartida. En él aparecen muchos datos y referencias, incluidas aquellas que se relacionan con los grupos de consumo (principalmente alimentos), los micromecenazgos o microfinanciación (crowdfunding), las monedas sociales, el co-trabajo (coworking) o los bancos del tiempo, todos conceptos asociados también al título del manual.

“Compartir, colaborar, acceder o intercambiar bienes en vez de poseerlos. Pasar de la propiedad al uso. Las dinámicas que pone en juego proporcionan más beneficios y satisfacciones que el individualismo, el hiperconsumo y la sociedad de usar y tirar”. Entre esta panoplia de ventajas que expone Ecodes sobresale de forma notoria la ambiental. La reducción del consumo da un respiro al planeta, porque, como nos informa puntualmente la ONG WWF España, cada año adelantamos el “día de sobrecapacidad de la Tierra”. En este 2019, el 29 de julio ya habíamos agotado todos los recursos que la naturaleza puede regenerar en 12 meses.

Reforzar lazos comunitarios y reducir la dependencia del mercado

Pero es que “además reforzamos lazos comunitarios, reducimos nuestra dependencia del mercado y ganamos espacio en casa”. Laia Tresserra, directora de la revista Opcions, explica las otras ventajas sociales y económicas en un portal en el que se accede a mucha información práctica sobre plataformas que permiten compartir taladros, pero también yogurteras y aspiradoras, cámaras de fotos, juguetes, instrumentos musicales, vajillas para fiestas, utensilios de cocina, moldes de pasteles, sacos de dormir, tiendas de campaña, juegos de mesa, disfraces, escaleras, material deportivo…

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación favorecen este consumo colaborativo, ya que existen aplicaciones para móviles que ponen en contacto a demandantes con oferentes. Es el caso de Lendi, que trabaja principalmente poniendo en contacto a personas de barrios de Barcelona que se prestan desde muletas a equipos para esquiar. “De esta manera construimos barrios más cooperativos y más felices y consumimos de manera más ecológica”, afirman en su vídeo de presentación.

Otra web donde indagar más es consumocolaborativo.es . Aunque avisan que su exhaustivo directorio no se actualiza desde 2017, hay cientos de referencias con las que comenzar a participar y fomentar la economía compartida. Existen desde herramientas digitales que informan y facilitan sobre cómo compartir hasta la posibilidad de alquilar objetos de lujo y moda. Entre medias se alquilan, prestan o comparten wifi, huertos, ropa de bebé, casas, coches, bicicletas… No hay problema si optamos por el contacto directo y personal. Asociaciones vecinales, centros sociales y los propios grupos de consumo de alimentos promueven también la compartición desde el apoyo mutuo entre familias. Y, por supuesto, está el boca a boca vecinal, familiar y entre amistades.

Construir un bloque de viviendas desde la economía colaborativa

En Madrid hay incluso ejemplos de comunidades vecinales que nacen bajo el auspicio de estos conceptos. Es el caso del proyecto Las Carolinas en el distrito de Usera, promovido por la cooperativa de viviendas Entrepatios, y que consta de una promoción de 17 viviendas que serán habitadas por 32 personas adultas y veinte menores (“por ahora”, puntualizan). “Una de las características más relevantes del edificio”, explican, “es el diseño de los espacios comunes, entre los que destacan los locales de la planta baja y del ático, cuyos usos principales serán de salón de reuniones (con cocina), de gestión del grupo de consumo, actividades internas y abiertas al barrio, etcétera”.

Pero hay más: “En la planta sótano tendremos un local en el que pretendemos hacer un pequeño taller para dar rienda suelta a nuestra imaginación y un cuarto común de lavadoras. También contaremos con el patio interior, con un pequeño espacio de vegetación en el ático, una lavandería común y el parking para 67 bicicletas”. Y la filosofía: “En este proceso hemos tenido presente en todo momento que la parte arquitectónica más importante del proyecto es la de construir comunidad”.

Parámetros ecológicos en la construcción y de banca ética en la financiación lo comparten Las Carolinas con otra iniciativa que se acaba de poner en marcha en Madrid, e igualmente en otro de sus distritos (Villaverde) tradicionalmente con problemas de integración social y bajo nivel de ingresos. “Será un edificio de consumo de energía casi nula, con estructura de madera y sin emisiones de CO2, que producirá energía fotovoltaica y reciclará las aguas pluviales”, anuncian sus promotores, sAtt Arquitectura, que tiene igualmente muy presentes los conceptos de consumo colaborativo y economía compartida.

“Basado en los principios de la economía colaborativa, pretende replantear la relación entre lo privado y lo común, favoreciendo la creación de nuevos lazos sociales y de experiencias de vida compartida”, señalan desde sAtt Arquitectura. Y, como en el caso de Las Carolinas, “además de la azotea, tendrá dos locales comunes con instalaciones para que la futura comunidad vecinal decida sus usos finales: cocina, comedor, lavandería, terraza, sala de juegos, etcétera”.

Lavanderías y plataformas para compartir vehículos

Tampoco hay que olvidar que desde el lado del negocio y el mercado más convencional también hay opciones para evitar la compra de bienes y equipos. El auge de las lavanderías ha hecho que, según la Asociación Española de Franquiciadores, en la actualidad haya 26 redes que operan en este sector con 1.732 establecimientos y una facturación de 252 millones de euros en 2018. Las plataformas de préstamos de vehículos o para compartirlos (desde coches hasta bicicletas pasando por autocaravanas) también han crecido de manera notoria.

Como se exponía en la edición de 2014 del Congreso Nacional de Medio Ambiente (Conama), “la economía del compartir puede ser una palanca para empujar el sistema económico establecido hacia otra lógica y ayudar en la reconstrucción de comunidades”. Advertía además del peligro de que se desvirtúe por injerencias de ese otro sistema y por falta de reglas, pero también resaltaba lo interesante e ilusionante que es ampliar desde las redes de confianza entre personas de toda la vida hacia algo más abierto y amplio.

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