Compramos y tiramos tanta ropa que desnudamos el planeta

Una de las prendas de Upcyling que se expusieron en la Circular Sustainable Fashion Week de Madrid.

La moda sostenible con un consumo responsable se postula como la alternativa frente a una poderosa ‘ultra fast fashion’ que genera millones de toneladas de basura que no se recupera y consume agua potable, tierra, que contamina y esclaviza en el sur global. Con motivo de la celebración en Madrid, la semana pasada, de la octava edición de la Circular Sustainable Fashion Week (CSFW), la Semana de la Moda Circular Sostenible, este año bajo el lema R-Generation, el tema de la moda de usar y tirar, ahora impulsada por el comercio on line de grandes plataformas, ha vuelto a la palestra.

Tras las imágenes de un desierto de Atacama lleno de ropa, vieja o con etiquetas, el ritmo de producción de la llamada “fast fashion” (moda rápida, siguiendo el modelo de la comida rápida) no sólo no se ha relajado, sino que sigue imparable. Es más, ahora se habla de “ultra fast fashion”. Más velocidad, más barata, más beneficio. Y también más dañina para el medio ambiente y con gran impacto social. Cada segundo, el equivalente a un camión de basura lleno de ropa se quema o se entierra en un vertedero en algún lugar del planeta, según la Fundación Ellen MacArthur. El rastro que queda detrás, en forma de residuo, acaparamiento de agua, polución y explotación laboral, según diferentes investigaciones, está desvistiendo la Tierra de bienes naturales al mismo ritmo que atiborra cientos de millones de armarios.

En la CSFW se buscó dar a conocer nuevas opciones para un consumo responsable, en el que la cuenta de resultados de unas pocas empresas textiles no sean las que marquen el rumbo. “Hay opciones para optimizar los recursos, y cada vez hay más marcas que hacen bien las cosas y queremos visibilizar, que la gente las conozca, a la vez que se comparte conocimiento local. Es falso que con la moda rápida estemos favoreciendo el empleo; al contrario, se favorecen grandes beneficios a los grandes”, señala su directora, Paloma García, también fundadora de The Circular Project.

Es el caso de Ramón Cobo, un joven emprendedor de Mota del Cuervo (Cuenca) de una cuarta generación de pastores, que ha participado en la CSFW 2024. “Antes, la lana de las ovejas se trataba e hilaba, era un bien del que sacar rendimiento, pero llegó la globalización y en unos años cambiamos esos tejidos por los sintéticos. Ya nadie la quiere. Somos el país que más lana produce en la UE y el 80% no tiene mercado, ni dentro ni fuera; la mayor parte se trata como un residuo. Los ganaderos se quejan de que esquilar una oveja les cuesta 1,5 euros y al final el resultado se convierte en un problema ambiental”. De ahí, le surgió a Ramón la idea de crear WoolDreamers (Soñadores de la Lana), una empresa familiar empeñada en revalorizar este recurso. Y de momento, explica, han encontrado un nicho de mercado escogiendo la mejor parte para uso textil. “Es una pena que hagamos prendas de plástico mientras menos del 1% de la industria textil usa lana, y encima viene de Australia, porque la local no supone ni el 0,5%. Nosotros queremos hacer prendas sostenibles, a nivel económico, social y ambiental. Usarla como compost no la pone en valor, ni compensa ni el gasto. Tenemos 14 millones de ovejas que generan 26 millones de kilos de lana, pero apenas unos pocos telares”, recordaba el emprendedor en una de las mesas redondas de la CSFW.

Mapa de rebaños sostenibles en la web de WoolDreamers.

Se refería así a la competencia entre ovejas y petróleo. Un estudio de la fundación belga Changing Markets concluyó recientemente que esta industria consume alrededor del 1,35% del petróleo mundial, el equivalente al que toda España necesita en un año, tanto en producción como en transporte. Conocer esa huella ambiental en carbono es la prioridad de otra iniciativa española: T-Neutral. Sus promotoras, Carlota y Mariana Gramunt, han desarrollado una tecnología que permite medir la huella textil, como primer paso para mitigarla.

Pero si los sintéticos son combustibles fósiles, tampoco otros materiales están exentos de impactos: la producción de algodón requiere de mucha superficie de tierra y unos 2.500 litros por una de las camisetas que se venden a 5 euros. Además, es un sector que utiliza ampliamente pesticidas. “El problema es el exceso. Necesitamos curar al planeta de sobrexplotación y el armario es una herramienta porque la moda genera mucho impacto. Las jóvenes generaciones deben saber que no hace tanto seguían vigentes valores culturales y ecológicos ligados a la ropa, que deben convertirse en la nueva bandera. Nuestra personalidad no la tiene que marcar una tendencia. Debemos volver a compartir, a circularizar lo que tenemos y a no desechar aquello que nos sirve porque lo deciden otros”, destaca Paloma García, que lleva 10 años en el movimiento de la moda de escaparate pequeño.

No, no basta con ir al contenedor y generar toneladas de ropa usada que acaba en un desierto, en las calles de Haití o inundando los vertederos de la India o Senegal. Se trata de lo que supone el consumo: de media, cada europeo utiliza al año solo por su vestimenta unos 400 metros cuadrados de tierra, 391 kilos de materias primas y 9.000 litros de agua, y deja en la atmósfera 270 kilos de CO2, según datos del Europarlamento. A ello se suma que, una vez en casa, en sus primeros lavados, las prendas no naturales generan microplásticos, hasta 700.000 fibras de este tipo por cada lavadora, unos residuos que ya se han encontrado en lagos del Ártico y en los pingüinos de la Antártida. También en placentas humanas y flotando en las nubes.

En España, la bola no deja de crecer. Se calcula que cada persona compra entre 15 y 20 kilos de ropa anualmente y, en total, se tiran unos 900 millones de kilos, de los que solo se reutilizan o reciclan 97 millones. Apenas el 1% se convierte realmente en nueva ropa, las mezclas de materiales que llevan impide que sea más. Hasta ahora, sólo algunas ONG se han encargado de gestionar para su reutilización parte de un residuo que se produce sin control alguno y que en gran parte acaba fuera de las fronteras de la UE: hasta 1,8 millones de toneladas en Turquía o la India, según han denunciado organizaciones como Oxfam. “Para poner freno a esta realidad se precisa la nueva normativa europea que, desde enero de 2025, obligará a las marcas a tener una responsabilidad ampliada sobre esta basura textil, como se hace con los envases. Es decir, a pagar por su reciclaje. Pero la cuestión está en que debemos consumir calidad, reaprovechar lo más posible y no tirar lo que nos vale”, insiste la directora de la CSFW.

Captura de pantalla de la web de The Circular Projet.

Captura de pantalla de la web de The Circular Projet.

En la línea que marca esa futura normativa comunitaria, grandes empresas anunciaron hace unos meses la creación de un scrab –una plataforma de recogida y gestión de residuos, en este caso de ropa usada–, algo que hoy realizan entidades como Cáritas o Humana, ambas con una red de tiendas por todo el país de ropa de segunda mano. En la CSFW, José David Moreno, de Humana, recordaba: “Incluso en el país más avanzado de la UE, que es Francia, un 60% del residuo textil no se recupera”. Añadía: “Nosotros recuperamos mucha ropa en los contenedores, luego la clasificamos en dos plantas que tenemos en España y seleccionamos lo que puede reutilizarse. El 40% lo enviamos luego fuera de España, a lugares donde es necesario”. Es la que está en mejores condiciones la que se vende en los comercios de nuestras ciudades.

Sin embargo, exportar esta ingente cantidad de ropa reutilizable tiene impactos en la producción local, algo que es visible en numerosos países africanos donde no sólo se pierden empleos en un sector que era importante, sino también su identidad cultural. Además, en estos lugares del hemisferio sur no hay ninguna alternativa si no se quiere salvo el abandono.

Otro asunto es el del diseño. Para Natalia Castellanos, de la Asociación de Recuperadores de Economía Social y Solidaria (AERESS), “el 80% del impacto de cualquier producto textil se determina en su fase de diseño; ahí está parte de la clave para que dejen de existir vertederos como el de Atacama y aumente el reciclaje”. “De ahí el trabajo con las escuelas de este sector para trabajar con ellas en lo importante que es el ecodiseño”, añade Paloma García.

La CSFW acabó en Madrid con un desfile, Pasarela 17, que buscaba ser ejemplo de ecodiseño y buenas prácticas de la moda. Tuvo lugar en la nave que AERESS tiene en Villaverde. Entre gigantescas sacas de ropa, las modelos desfilaron con todo el glamour que se espera de un evento de este tipo. Como repetía Paloma García, “desde nuestros armarios podemos ser activistas por un mundo mejor”.

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