“No creo en el concepto de animal si el animal nos sirve de alimento”

La escritora Ana Muñoz. Foto: Eugenio Ramo.

‘Madriguera’, el nuevo poemario de Ana Muñoz dedicado a su perra Bruna, es una casa a la intemperie, el hogar de un fantasma que colma a la poeta de oportunidades mientras lo mira y lo recuerda. Un fantasma que concreta su futuro, que la convoca una y otra vez a participar en un exorcismo de una belleza y una concreción estética imparables. “Desde que estás en todas partes, todos los lugares han dejado de ser mi hogar”.

Los versos de Ana Muñoz (Cuenca, 1987) son un testamento de lealtad apenas visto, apenas visibilizado (a excepción de poetas como Mary Oliver) en un mundo que desprecia a los animales y los acosa, los maltrata, los despelleja y manosea su dignidad a diario:

“No creo en el concepto de animal si el animal nos sirve de alimento”.

Quizás Ana Muñoz haya escrito este libro para revertir ese caos que hace del mundo un lugar desastrado y maquiavélico o quizás no, pero las 43 páginas de Madriguera son sin duda un objeto subversivo que debería leerse cada noche en cada casa como si fuese la oración capaz de reeducar y educar a todos los habitantes del planeta.

Ana Muñoz está orgullosa de amar a su perra Bruna como la ama a pesar de su muerte, la llora, la venera y nos enseña a través de sus caudalosos versos esa conjunción animal / ser humano que cuando es de igual a igual tanto nos enriquece:

“Desde que estás en todas partes, todos los lugares han dejado de ser mi hogar. Incluso dentro de casa siento frío, pero cualquier rayo de sol me habría parecido un castigo”

Ana Muñoz ha escrito en Madriguera un epitafio sin silencios, sin llantos ñoños. Ha escrito su amor por los animales de esa forma global e incontestable en que los clásicos escribieron sus diálogos con los dioses. Ann Carson es sin duda guía:

“La naturaleza es tránsito y misterio”.

Los versos de Ana Muñoz poseen la lentitud lírica de quien renace, pero también el eco de lo que nos ha hecho renacer y sella al lector al paisaje, al viento, a la luz y también a la oscuridad:

“Sí, puede que ya esté despierta”.

“Por unos segundos y por primera vez, soy ajena a tu muerte”.

Lucha en cada verso contra la violencia del silencio con que siempre nos modifica el dolor. Usa la intimidad como barrera y como punto de partida, no le importa contradecirse para hacerse verdad:

“Que hay que venir de negar para aceptar lo que hasta entonces habrá ocurrido solo a medias. Está demostrado que ser alguien o ser algo es aquello que pasa inmediatamente antes e inmediatamente después de no ser nada y de no ser nadie”.

Lo que nos enseña la muerte es el leitmotiv de este poemario maduro y sano:

“Aunque cuando lo hago pronuncio tu nombre en voz muy baja, te sigo llamando a veces.

Sé que no debería quererte y tampoco querer verte en un lugar tan frágil como este mundo”.

En el que el lenguaje poético ofrece una versatilidad que implica al lector de principio a fin  del libro. Ana Muñoz sabe acariciar la tierra, la carne de los presentes y de los ausentes, sabe recordar lo que le hace daño y cantarle a lo que hace grande cualquier día. No le teme a confesar la verdad, pero lo hace sobre el robusto camino de la elegancia. No se deja vencer por ese baile lento que el dolor reclama de cada ser humano y que nos hace torpes y dejados, y olvidadizos excepto con el recuerdo de la carne que nos falta cuando abrimos los ojos cada mañana:

“No quiero ver las flores del trébol crecer. No quiero que nada ni nadie pueda brotar a tu costa en la próxima primavera”.

Ana Muñoz tiene muy presente la tierra como elemento global, pero pone de manifiesto la necesidad de que todos sepamos lo que la tierra genera cuando bajo su lengua espesa yacen nuestros muertos.

Madriguera se sostiene sobre un ejercicio de malabarismo superlativo en el que la poeta mezcla a personas y animales sin distinción, sin exilio, sin lugares menores o mayores en función del nombre, de la especie o del estatus que tengan en su vida, algo que hace fluir de manera prodigiosa este libro valiente y único. Habla de la madre que salva y que hiere:

“Tiene setenta y siete años y es hoy cuando se da cuenta de que tiene que cuidarse para poder ocuparse del mundo”.

“Sé que le importa demasiado, pero nunca me pregunta cómo estoy”.

Habla de Bruna, su malograda acompañante, el germen unívoco de este tesoro de palabras exactas y productivas. Todo el libro posee una limpieza extrema, solo deja paso a lo que modifica el presente hasta erradicar de él el ruido vano y vago que quiere acobardar a la memoria:

“Los extremos importan. Importa el fruto. Porque importan las raíces”.

“Rezo a lo pájaros. Les rezo como si creyera en un dios alado que se aleja”. 

Habla de las mujeres, de las conocidas, de las desconocidas, de lo que nos y las recorre, de las necesidades, de los abismos, de ese sudor seco que nos deja una marca cuando alguna función estipulada para nuestro género no nos reconoce:

“Conozco los nombres de muchas mujeres. Y de qué se alimentan. Y los lugares a los que viajan. Y con quiénes se confinan, y si coinciden con quienes aman”.

“No sé si podré ser madre. O se puede o no se puede”.

“Escribo esto mientras me convenzo de que hay un lugar para mis hijos. Y que ese lugar remoto, de tan adentro, está muy cerca”.                                                    

Ella  no se ensimisma en su potente yo, sino que confía de lleno en el plural y lo despliega sin hacer alarde de la erudición emocional que condiciona el poderoso esqueleto de este poemario, que se mastica con esa prestancia con que debe masticar la abeja el néctar que no quiere abandonar la flor.

Sabe que la herida que abre la muerte no la cierra ningún dios, ningún milagro obsceno que luego aparecerá en los libros religiosos, sabe que esa herida la cierra la verdad que le debemos a los muertos, pertenezcan a la especie que pertenezcan:

“Me asusta la plenitud casi tanto como la precariedad, pero sé que estoy dejando de ser herida”.

”Al margen de lo cierto y de lo amado, en una cadencia que no se pueda seguir: jamás he pronunciado tu nombre. Nuca he pedido que regreses”.

Madriguera es un espejo, una reunión de aciertos, de honestidad, de lucidez, de riesgos.

Un libro admirable de principio a fin, es esa flecha cuyo metal cierra la herida cotidiana, la de la voz baja, la nodriza de las grandes tragedias.

Ana Muñoz ha escrito un poemario de una madurez que hunde la carne, que nos vuelve los ojos hacia lo importante y nos deja ciegos mientras su mano blanca está posada sobre ellos. Madriguera te roza la piel con su silueta de zarza y, cuando penetra en lo profundo, lo hace convertida en narciso para inocularte de una sabiduría sencilla y precisa.

Madriguera es un libro concreto sin piruetas estéticas que hagan vacilar el recto camino  por el que transitan su tuétano y su sangre. Es un lugar austero, un glorioso semillero de oportunidades éticas para quien lo lee.

No dejen de leerlo porque en él encontrarán la semilla y el fruto, su cara más vistosa, pero también la carne podrida que deja muchas veces lo que no germina, lo que la naturaleza olvida cuando el viento la convierte en un demonio que la zarandea hasta arrancarla de su raíz.

No dejen de leerlo porque es un premio para los sentidos, para el corazón y para la memoria. Porque a veces nuestro porvenir reside en las confesiones de otros. Porque libros como este nos impiden seguir siendo patéticos súbditos de la mentira.

‘Madriguera’. Ana Muñoz. Olifante. 43 páginas.

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 21 junio 2021

    Lo de siempre, un prodigioso diálogo entre autores, Uno es comentado. El otro comenta. Ana Muñoz, Sonia Fides. Prodigiosa confusión. Dice Ana Muñoz:
    “Que hay que venir de negar para aceptar lo que hasta entonces habrá ocurrido solo a medias. Está demostrado que ser alguien o ser algo es aquello que pasa inmediatamente antes e inmediatamente después de no ser nada y de no ser nadie”.
    Dice Sonia Fides:
    “Ella no se ensimisma en su potente yo, sino que confía de lleno en el plural y lo despliega sin hacer alarde de la erudición emocional que condiciona el poderoso esqueleto de este poemario, que se mastica con esa prestancia con que debe masticar la abeja el néctar que no quiere abandonar la flor.”
    Más que diálogo se diría partitura de una sola nota. Solo se diferencia en la octava. Su intensidad y timbre son idénticos.

  • Marian

    Por Marian, el 22 junio 2021

    «Madriguera» ya se titula un poemario de Rafael Espejo publicado en 2018… No diré más.

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