Consultas ciudadanas. ¡Que no dejen de preguntarme!

El autor reflexiona sobre las consultas que el Ayuntamiento de Madrid ha llevado a cabo recientemente sobre aspectos importantes de la vida de la ciudad. Hayan salido mejor o peor, se haya desbordado o no el Consistorio, lo que está claro es que es mejor para el ciudadano que le pregunten. 

Estos días se ha celebrado en Madrid la primera consulta ciudadana de la ciudad, en la que los madrileños debían votar sobre diversos temas, desde la reforma de la Gran Vía, el nuevo diseño de la plaza de España, el billete único para metro y autobús o si se estaba de acuerdo en convertir Madrid en una ciudad 100% sostenible. La iniciativa abunda en la idea, ya presente en otras capitales del mundo, de fomentar la llamada democracia directa. En 2015 el Ayuntamiento de Madrid creó el portal Madrid Decide, en el que los madrileños, entre otras cosas, pueden promover iniciativas o votar los llamados presupuestos participativos.

La consulta ha despertado una gran polémica en los medios de comunicación, entre otras cosas porque la participación ha desbordado todas las expectativas del Ayuntamiento, que ha tenido que recurrir a voluntarios para poder procesar el voto. Improvisación, engaño a los ciudadanos, despilfarro, operación de maquillaje, puro marketing. Así han calificado la mayoría de los medios de comunicación tradicionales la iniciativa del Ayuntamiento. Coinciden, además, en afirmar la inviabilidad e inutilidad de estas consultas. Los ciudadanos ya han votado a sus representantes y la democracia directa no deja de ser un ataque a la propia democracia, un engaño y un peligro, puesto que los habitantes de una ciudad no tienen tiempo y a veces ni siquiera formación para poder opinar sobre todas las cuestiones que atañen a la gestión de una gran urbe, como Madrid o Barcelona.

Es cierto que la consulta podía haberse hecho mejor, con menos improvisación. También es cierto que algunas de las preguntas planteadas son un tanto obvias o cuando menos cuestionables. Son pocos quienes no querrían una ciudad sostenible, por ejemplo, pero otra cosa es lo que ese término signifique para cada uno de nosotros. Estoy seguro de que para Aguirre, nuestra Trump ibérica, que Madrid sea sostenible implicará convertir la ciudad en una circunvalación, en una topera. Y es cierto que alguna de las preguntas planteadas exigen un nivel de formación para el que la mayoría de los madrileños no estamos cualificados, como votar el futuro diseño de la plaza de España. De hecho, no entiendo la manía y la obsesión de nuestros gobernantes de cambiar nuestra arquitectura sin una justificación clara. A mí me gusta la plaza de España tal y como está. Necesita retoques, sí, y sobra el tráfico privado, como en tantas partes de la ciudad. Pero para resolverlo no hace falta desmantelar la plaza, sino un plan global que fomente el uso del transporte público y la bicicleta, que favorezca al peatón. Más que el modelo de diseño, me habría gustado que me preguntaran si quiero cambiarla o dejarla como está, con algunas pequeñas reformas que no supongan un despilfarro energético, económico y ambiental, que no convierta de nuevo el centro de Madrid en una trinchera.

Así pues, claro que las preguntas y el proceso se pueden mejorar. Pero es la primera vez que se hace en Madrid una consulta de este tipo (al menos que yo recuerde), lo que no es poco en una ciudad arrasada durante varias décadas de gobierno del PP, en la que los intereses de los ciudadanos han quedado sepultados. Hace unos años, me habría encantado que me preguntaran si quería que la ciudad se endeudara durante 30 años o más para la remodelación de la M-30. Si estaba de acuerdo con la tala de árboles en el Paseo del Prado (por cierto, me llegan noticias inquietantes de que se han talado decenas de acacias en el Parque del Oeste y miles de árboles por toda la ciudad, desde Las Vistillas a muchas de las arterias principales) o que se vendiera a fondos buitres viviendas públicas. Tantas cosas… No digo que haya que ir a votar todos los días, para eso hemos delegado en nuestros representantes. Pero a mí me ha gustado votar, con todas las imperfecciones del proceso. Como me gusta ir a votar –a veces con poco entusiasmo por las opciones políticas– cada cuatro años para renovar el Parlamento, el gobierno municipal, el autonómico o el europeo. Quienes invalidan el proceso, unas veces argumentan que vota poca gente y que eso no es representativo, y cuando sí que vota una parte significativa del censo (más de 100.000 personas en la de Madrid), también les parece mal y hablan de propaganda, de marketing.

Cambiemos el proceso, cambiemos las preguntas. Pero no quiero que dejen de preguntarme. La democracia es una imperfección en sí misma, como el ser humano. Es un proceso, mejorable siempre. Y bienvenido sea todo lo que suponga reforzarla en estos tiempos tan oscuros, cuando vuelve a estar amenazada en Europa y Estados Unidos. Como pedía Beckett: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.

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