Contra los ‘influencers’, sus soporíferos poemas y sus ‘followers’

Imagen: Pixabay.

Los ‘likes’ matan la literatura de verdad. La poesía agoniza. En su último libro, ‘Contra los influencers, corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada)’ (Pre-Textos), el poeta y ensayista Martín Rodríguez-Gaona (Lima, 1969; con residencia en España) sigue con su crítica pesimista a lo que el autor llama la poesía “pop tardoadolescente”, estimulada por las redes sociales en detrimento de la poesía a secas, minoritaria, de calidad. El autor dispara de manera contundente contra todos aquellos mal llamados poetas que esparcen versos (malos) a través de las redes sociales banalizando la poesía. El autor culpa también a lo que él llama el “totalitarismo del mercado” como responsable de que los malos poetas campen a sus anchas y nos estén empujando versos sensibleros y soporíferos que son celebrados por sus idiotizados ‘followers’ con innumerables ‘likes’.

En un vídeo que se hizo viral en redes sociales, una joven angustiada, compungida y dolida hablaba, entre lágrimas, de lo que para ella era un desastre que le estaba arruinando la vida. El llanto y el dolor que muestra en su expresión hubiera generado cierta empatía por parte de los espectadores a no ser por el motivo de su descontento: la batería del iPhone de última generación que acababa de comprarse le había venido con fallas y tenía un tiempo de vida corto. Este hecho que para alguien sería un asunto menor, trivial, se convirtió para la joven en un motivo de tristeza y desgarramiento emocional (la chica en cuestión lloraba desconsoladamente frente a la cámara, como si de una desgracia se tratase) que uno podría comparar con la pena que da la pérdida de un ser querido.

Si hay algo que ha puesto en evidencia las redes sociales es que cierto sector de las nuevas generaciones parece vivir en una burbuja donde lo banal, superfluo e intrascendente es para muchos de ellos motivo de sus grandes frustraciones, penas y dolores. Si el artista y el poeta se nutren de su experiencia personal, de su relación tirante con el mundo, de la manera cómo éste lo contrapone contra ese yo sensible que, ante su desacuerdo con la realidad, lo lleva a escribir un poema, pintar un cuadro o hacer una película, ¿qué se puede esperar de alguien que confunde el dolor con una rabieta, o la desgracia con una anécdota?

En su último libro, Contra los influencers, corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada), el poeta y ensayista Martín Rodríguez-Gaona sigue con su crítica pesimista a lo que el autor llama la poesía “pop tardoadolescente”, estimulada por las redes sociales en detrimento de la poesía a secas, minoritaria, de calidad, filtrada por lo que él llama “la ciudad letrada”, una élite intelectual en vías de extinción devorada por el alcance brutal que tienen Instagram, Twitter o TikTok. Ya Rodríguez-Gaona se acercaba al tema en su libro predecesor, La lira de las masas, pero esta vez el autor dispara aún de manera más contundente contra todos aquellos mal llamados poetas que esparcen versos (malos) a través de las redes sociales banalizando la poesía.

Rodríguez-Gaona critica también todo el sistema que aúpa a estos líricos del siglo XXI a quienes la estética personal, el look, la pose o la belleza física se antepone a lo estrictamente literario. Poetas espontáneos que no pertenecen a ningún árbol genealógico, sin raíces en el canon o en la tradición poética, sino más bien simples aventureros y oportunistas que han encontrado en las redes sociales un escaparate que nunca antes había tenido la poesía.

El autor habla de la corporativización de la poesía que va moldeando discursos, ya sean estos feministas, neocolonialistas o LGTBIQ: la individualidad auténtica del artista pierde fuelle al convertirse en un simple portavoz de lo que el poder intenta establecer como un nuevo establishment discursivo. Todos dicen lo mismo y se termina por estereotipar a las minorías cuyo relato se banaliza. Y es, quizá, esta una de las críticas más acertadas, porque nos ilustra cómo estos pseudo poetas en una postura aparentemente contestataria no solo sirven a los intereses del poder político, sino que además los nutre, expulsando (cultura de la cancelación) a todo el que no se alinee con el relato establecido.

El autor culpa también a lo que él llama el “totalitarismo del mercado”, término que utilizó en su libro homónimo el economista y teólogo alemán Franz Josef Hinkelammert, exponente de la teoría de la liberación. La globalización, el capitalismo, o el “determinismo de mercado” es para Rodríguez-Gaona igual o quizá más responsable de que los malos poetas campen a sus anchas y nos estén empujando versos sensibleros y soporíferos que son celebrados por sus idiotizados followers con innumerables likes.

Me preguntaba yo mientras leía alguna de las páginas del libro, cuántos de estos lectores-followers estarían leyendo poesía a secas si aun viviéramos en un mundo no globalizado, sin redes sociales, ni likes, ni selfies. La poesía siempre fue minoritaria. Como el propio autor lo dice respecto a estos para-poetas: “Su público está conformado por espectadores y no lectores especializados”. Y, por ende, “el poeta joven debe ser influencer, ya no artista, sino entertaines”. Rodríguez-Gaona acierta, porque es consciente de que a lo que se refiere ya no es estrictamente poesía, sino que es algo más (o menos) que escapa a las dinámicas de la ciudad letrada. Todo esto ocurre fuera de la “urbe”, sucede en la periferia, en las chabolas. Pero paradójicamente a lo que ocurre en la vida real, los habitantes de las nuevas ciudades iletradas son las que reciben el reconocimiento, la atención y, claro, el dinero.

Entonces surge la pregunta: ¿Cómo es posible que esos nuevos residentes de las barracas sean las nuevas voces autorizadas y se lleven la atención que los poetas letrados (los citadinos) ni por asomo obtienen (y en muchos casos ni quieren)? El autor señala las secciones culturales de los periódicos, la televisión y la cultura del clickbait. Basta con encender un telediario y darnos cuenta de que la manipulación (o el intento de la misma) está a la orden del día. Nos quieren vender gato por liebre, pero eso no ocurre solo con la poesía, sino casi en todos los ámbitos.

Rodríguez-Gaona también señala a la industria cultural por arropar a estos malos poetas y venderlos como algo que no son.

En toda organización social, sean estas sociedades de mercado o no, se produce para satisfacer las necesidades de las personas, es decir, es la oferta la que tiene que adaptarse a la demanda. Se produce socialmente, dentro del mercado o fuera de él, para satisfacer las necesidades de la gente. Si los individuos no tienen la necesidad de un bien, no se debería producir ese bien, o si la necesidad de algo es escasa, no se debería producir demasiado dicho algo. De lo contrario, si la demanda tuviera que adaptarse a la oferta, estaríamos obligados a consumir todo aquello que no necesitamos, ni queremos.

La cultura y la industria editorial es la que ha podido escapar, parcialmente, a este tipo de dinámicas. El editor, miembro activo de la ciudad letrada, sin saber qué es lo que sus lectores demandan, publica un poemario/libro porque a él ese libro le ha gustado tanto que quiere compartir ese entusiasmo con sus lectores. Sin saber si ese libro (oferta) tiene o tendrá una lectoría (demanda) que justifique su publicación, se anima a hacerlo, esperando a que su apuesta consiga la mayor cantidad de lectores. Si no fuera por esa iniciativa, hubiéramos dejado de leer a James Joyce o a T.S. Elliot, cuyos libros, en sus primeras ediciones, apenas vendieron ejemplares. En el mundo editorial es la oferta, generalmente, la que crea una demanda.

Y es ahí donde la crítica y el señalamiento que hace Rodríguez-Gaona cobra sentido. El citadino letrado está sucumbiendo a los clamores de las chabolas que les exigen “para-poesía”. El letrado cede. Y entonces, Rodríguez- Gaona afirma que “estas nuevas ideas y prácticas requieren de un debate transversal y ético”. Y que “es imprescindible promover una literatura comprometida con la interpretación de la realidad, pero escrita con autonomía y honestidad intelectual”.

Rodríguez-Gaona apela al fortalecimiento de la ciudad letrada y conmina a sus miembros a hacer algo al respecto. ¿Cómo hacerlo? Es aquí donde no estoy tan seguro de que todo lo que plantea el autor sea lo más conveniente para sus propósitos. Entre otras cosas, propone defender o recuperar la sociedad del bienestar. ¿Pero no es acaso este bienestar lo que lleva a una muchacha a llorar por su iPhone y plantearlo casi como un dilema existencial? ¿No es acaso esta homogenización del bienestar lo que lleva a frivolizar y banalizar la relación tirante que todo artista y poeta debería tener con el mundo? ¿No se estaría alimentando un clientelismo hacia el poder político (y económico, ya que para financiar una sociedad de bienestar se necesita generar riqueza; es decir más mercado y más capitalismo) cuando dicho poder les está proveyendo de bienestar? ¿De dónde va a salir el espíritu crítico si el bienestar es su estado natural?

El poeta/artista es un ser solitario que, como mencionaba al principio, solo debería responder a aquello que lo distancia con el exterior. Es este divorcio con la realidad (Sábato lo llamaba fantasmas; Vargas Llosa, demonios), lo que lo llevará a sentarse a escribir o a pintar un cuadro. Si los poetas de hoy en día son sensibleros, ñoños y banales, es quizá porque esa cicatriz luciferina que deberían tener con el mundo es apenas un rasguño borreguil.

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