‘Cordillera’, una excitante novela rural de mujeres, osas y lobas

La escritora Marta del Riego. Foto: Vincenzo Penteriani.

La periodista y escritora Marta del Riego Anta vuelve a la España rural, a la naturaleza, a una historia de sangre y deseo, de animalidad, de mujeres, osas y lobas, con ‘Cordillera’ (AdN editorial), una tensa y cuidada narración de 400 páginas en la que no faltan la belleza de los bosques del Alto Sil y los ritmos de las montañas, pero tampoco las escopetas, la aspereza de la España vaciada, los acosos de los machos, las venganzas y el enfrentamiento entre el mundo rural y el urbano.

En tu anterior novela, ‘Pájaro del Noroeste’ , y en tu poemario ‘Flores de sangre sobre la arena  también había una España dura, despoblada, áspera, habitada por amor y muerte, deseo, sangre, animalidad y naturaleza. Unos mimbres muy parecidos a los de ‘Cordillera’. ¿Qué supone esta nueva novela para ti en tu trayectoria como escritora?

Cordillera va un paso más allá. Antes había escrito sobre la vuelta al mundo rural, de donde vengo, y en esta novela escribo sobre ‘estar y ser’ dentro del mundo rural. Adentrarme en la mente de tres personajes distintos ha sido un reto: una pastora trashumante, la última de su saga, un biólogo que va a su aldea a estudiar al oso pardo y una osa con sus crías que sale del encame de invierno. Tenía claro que quería darle voz a una mujer rural, porque ellas siempre han estado infravaloradas en la literatura. Y quería darle voz a los no humanos, un relato contado también por una osa, una concepción muy alejada de la pirámide antropocéntrica donde el ser humano está arriba y la naturaleza debajo, a su servicio. Quería poner todos los personajes en el mismo nivel porque la naturaleza tiene los mismos derechos que el ser humano.

Se ve, Marta, que controlas el terreno en que mueves tu novela. ¿De dónde te viene el conocimiento de la vida rural, de los pueblos, del paisaje de Babia, Luna o el Alto Sil, del Norte de León? ¿Tú eres de paisaje de páramo o de montaña?

Nací en La Bañeza, un pueblo de ribera, por donde pasan tres ríos, y es la capital del páramo leonés, una zona intensamente agrícola donde apenas existe actividad industrial. Pero veía siempre en el horizonte la Cordillera Cantábrica. Mi padre tenía una majada de ovejas en su pueblo, y desde niña he pasado allí muchas tardes. El olor de la lana, del estiércol, de la leche, son olores de hogar. Durante años he acompañado a mi padre al norte de León, a Luna, Babia, a hablar con los merineros trashumantes de la montaña, a traer ovejas y mastines, a la Feria del Pastor de Barrios de Luna.

Esa Feria era sagrada para mi padre y marca el momento en el que los rebaños de merinas bajan andando por las cañadas, en una ruta ancestral, al sur de la provincia a pasar el invierno. Para mí la montaña tenía y tiene algo mítico, estaba siempre ahí en el horizonte como la promesa de una aventura. La montaña es madre, procura alimento y refugio, y al mismo tiempo, puede ser peligrosa. Y ese peligro también me atrae. A la gente de la montaña, a los merineros trashumantes, el páramo leonés les cuesta. Siente una morriña muy fuerte. Por eso la madre de Nidia dice del páramo que es una llanura donde puedes ver caer a alguien muerto desde kilómetros de distancia.

También se nota conocimiento sobre el comportamiento de los osos, ¿cómo ha sido el proceso de documentación para escribir la parte más animal de ‘Cordillera’?

Los osos siempre me han fascinado, tienen algo tan humano… Como sabes, en España estuvieron a punto de extinguirse, pero el programa de recuperación puesto en marcha en los 90 ha funcionado muy bien. En la Cordillera Cantábrica habrá unos 400, sobre todo en Asturias y León. He hablado con biólogos del CSIC, con guardas de la Patrulla Oso. He hecho muchas esperas de osos, prismático en mano, para ver a las osas salir del encame de invierno con los esbardus. Un momento de una ternura… La madre les muestra los caminos difíciles a las crías y las crías exploran el mundo y tropiezan y rebotan como las crías de todas las especies, incluida la humana. Que exista ese reducto de vida silvestre en España es un milagro. Nuestros vecinos europeos, tan civilizados, Francia, Gran Bretaña, Alemania, han acabado con el oso y prácticamente con el lobo. Algo bueno hemos hecho aquí.

Una novela bien escrita, cuidada, con imágenes potentes de la naturaleza y del paisaje, con atención a involucrar los cinco sentidos en el relato. Podemos decir, en la línea de la ‘nature writing’, o la ‘liternatura’, que la naturaleza, el paisaje, la cordillera es aquí tan protagonista como ese trío de mujeres y el biólogo.

Sí, en mi escritura el paisaje provoca la acción. A veces pienso que la montaña refleja una esquina en mi interior. La montaña, el bosque de hayas, las brañas, el río, los carrizos del páramo, tienen vida en mi novela. Y los personajes saben leer ese paisaje. Una pastora que pasa de 9 de la mañana a 9 de la noche con sus ovejas al aire libre necesariamente tiene una relación muy profunda con el paisaje. Conoce los nombres de las flores y de las hierbas y para qué sirven, sabe leer los rastros de los animales.

El biólogo observa el paisaje de otra manera, digamos, más científica. Toma notas, analiza. Lee otros datos en el paisaje. Es capaz de pasarse horas sentado observando un agujero en una roca por si ve salir a una osa. Y si no sale, no pasa nada. Esa actitud zen que he visto en los biólogos y biólogas con quienes he convivido me maravilla. Se olvidan de sí mismos, de su cuerpo, del mundo. El rececho es un arte, como decía Syilvain Tesson en El Leopardo de las nieves, el arte de mimetizarte con el entorno. Deberían enseñarlo en los colegios, porque requiere un ejercicio de concentración que le vendría bien a nuestros guajes, siempre rodeados de pantallas y sobreestímulos. 

La escritora Marta del Riego. Foto: Vincenzo Penteriani.

La escritora Marta del Riego. Foto: Vincenzo Penteriani.

Vamos con el trío de mujeres. Una madre, una hija y la amiga y vecina de la hija. Gente ruda, y no podemos hablar precisamente de que sea una novela con ese ingrediente ahora tan usado de ‘sororidad’ sin grietas. Aunque la primera parte de la novela parece que va por ahí, con mucha sororidad y mucho macho alfa –se llega a decir “el pensamiento de las mujeres es más fino, más hilado”–, luego todo eso se matiza y hay enfrentamientos más que entendimientos…

Es verdad que desde siempre las mujeres han tenido un espacio distinto en el mundo rural, porque además de trabajar en el campo y en el hogar, cuidaban de los hijos. Pero no me gustan los arquetipos y mis mujeres rurales tenían que ser especiales. Nidia, la pastora, se fue a estudiar fuera y regresó. Es una persona formada, sabe lo que hay en la ciudad y sabe valorar su existencia de pastora. Su madre no ha conocido otra cosa, pero tiene esa sabiduría ancestral sobre la naturaleza, es una mujer de la montaña, rocosa, dura. Y Urraca, su amiga veterinaria, fue criada con una escopeta en las manos, es cazadora y predadora por naturaleza. Son tres mujeres muy diferentes.

Fíjate que Nidia a veces se identifica más con la osa, a la que vigila, que con ellas. Las osas son madres solas. Copulan con varios machos para que sus oseznos tengan más posibilidades de sobrevivir: si las crías se tropiezan con un macho que no es su padre, este los matará para aparearse con la hembra. Esto, desde el punto de vista humano, parece muy duro, pero así es la naturaleza. Y las osas defienden a sus crías hasta la muerte. Así que, a medida que escribía y Nidia vigilaba con más intensidad a la osa, fue surgiendo una cosa rara, una corriente de feminismo interespecies entre Nidia y la osa.

La figura de ese biólogo que llega al pueblo a estudiar a los osos simboliza algo que también vemos mucho últimamente, en películas como ‘As Bestas’ o ‘Un amor’: el enfrentamiento entre la gente que llega de la ciudad y los habitantes de los pueblos, a los que se suele presentar como gente poco civilizada. La propia ex mujer del biólogo les califica así. Escribes: “Los tipos como él no tienen ni puta idea de cómo funciona la gente del campo”…

Me encanta que nombres Un amor, de Sara Mesa, que es una novela cruda y perfecta. Pero no rural. Lo que le sucede a la protagonista lo mismo le podía suceder en una urbanización de un suburbio. As Bestas es otra cosa. Aunque la encuentro un poco maniqueísta. En realidad, me pregunto quién está menos civilizado, un aldeano o un urbanita que llega a una aldea, se salta las normas no escritas, protesta por las gallinas y las vacas, por los perros que andan sueltos, hace fiestas con música a todo volumen, usa la calle como si fuera suya… Todo esto lo he vivido, que conste. Irse a vivir a un pueblo para alguien de ciudad es como irse a otro país, debe aprender y respetar las normas de ese lugar. He llegado a escuchar, de una profesora universitaria, que vivir en el campo “es un lujo, así que encima, que hay carreteras y servicios, no protestes porque no haya consultorio ni escuela; si no te gusta, vete a la ciudad como los demás”. Parece mentira que hayamos olvidado que hace medio siglo España era básicamente rural.

En Cordillera el biólogo no es ningún dominguero, va a su aire, no molesta a nadie, siempre solo con su perro. Es un personaje herido que se refugia en la soledad de la naturaleza. Pero no comprende esa jerarquía, esas normas no escritas, que existen en una comunidad desde tiempo inmemorial. Y choca contra ellas. Ahí surge el conflicto.  

Insisto en el tema. De la misma manera que huyes de la sororidad no crítica, huyes del ensalzamiento de los pueblos como esos lugares ideales para retirarse a vivir plácidamente… Hablas de la ley de silencio en los pueblos y de la claustrofobia que pueden llegar a producir… ¿Has aplicado a tu relato experiencias propias, vividas en tu propia carne?

La vida en un pueblo no es para todos. No la idealizo, ni mucho menos. En una comunidad tan pequeña, las relaciones son muy intensas; si hay roces, se exacerban. Y existen, como digo, muchas normas no escritas que a un foráneo le cuesta entender. Desde rapaza me repetían: nunca le cuentes a uno de fuera nada de la familia, lo que se habla en casa queda en casa. Cuando mi madre enfermó de cáncer y me preguntaban por ella, yo siempre decía: bien, gracias. Cuando mi tío murió, la semana anterior mi tía contaba que estaba como una rosa. Hablar con los de fuera de algo íntimo estaba mal visto en mi familia.

Yo tuve una relación complicada con mi pueblo, y eso que es un pueblo grande. Ese ambiente me asfixiaba, que todo el mundo supiera todo de todos… Cuando me fui a estudiar fuera, quería largarme lo más lejos posible y no volver. Acabé viviendo en el extranjero varios años. Al final regresé, como Nidia. Y ahora tengo incluso una casina en una aldea de la montaña asturiana donde abres la puerta y entra la niebla en la cocina, y donde a menudo encontramos huellas de oso en el bosque cercano. He aprendido a valorar la vida en comunidad y, sobre todo, la vida más pegada a los ritmos de la naturaleza.

Dice el biólogo que el mundo del oso y del lobo es un avispero. Entran en cuenta muchos factores: ese odio ancestral al depredador, sobre todo al lobo, el temor de los ganaderos a los daños al ganado y el lobby de la caza. La ley del silencio tiene que ver con la idea de que los trapos sucios se lavan en casa, no hay que airearlos, ni a la prensa, ni a los de fuera. Eso es muy de familia rural.

La ley del silencio, sí, esto enlaza con la respuesta anterior. Pero, además, es que en el mundo del oso y el lobo hay mucho dinero en juego. Subvenciones de la Unión Europea para protegerlos, sobre todo al oso; y el dinero de la caza, del lobby de cazadores, sobre todo, con el lobo. Así que existe dinero, odio ancestral, temor de los ganaderos a los ataques. El otro día hablaba con una concejala de un pueblo de la Cordillera Cantábrica y me decía: “Qué casualidad que a los que ataca el lobo o el oso siempre son los mismos ganaderos. Hay uno que ha comprado burros viejos y los suelta en el monte para que se los coman los lobos y pedir la indemnización”. Así que también tenemos la picaresca española. Esos ganaderos son un poco como Evelio, el cacique de mi novela. Como dice la protagonista, hay buenos ganaderos y malos ganaderos. Enlazando con tu pregunta, lo que es cierto es que todo eso se habla en voz baja en los pueblos. Y jamás se lo contarán a alguien de fuera. La ley del silencio que exaspera a Darío, al biólogo, ahí está.

Tocas un tema muy actual: la persecución al lobo, la inquina de tantos ganaderos a este gran animal, al que se le quiere despojar de su estatus de especie protegida. Su caza y exhibición de cadáveres, reflejada en tu libro, está de triste actualidad con esa foto en Asturias de dos lobos matados y colgados bien a la vista de todos como aviso de… de no se sabe bien qué.

Cuando estaba con la revisión final del libro, aparecieron dos cabezas de lobo ensangrentadas en las escaleras de un Ayuntamiento de Asturias, y en mi novela aparece también una cabeza de lobo cortada. No es que yo tuviera una premonición, es que eso sucede en ciertas zonas rurales, sobre todo, al norte de Duero, donde antes de que se incluyera en el Listado de Especies en Régimen de Protección Especial en 2021, estaba permitida la caza del lobo. Hay voces que piden que se pueda volver a cazar, aducen que la superpoblación es una amenaza para el ser humano y para el ganado.

Existe una leyenda negra contra el lobo. Pero, vamos a ver, en España habrá unos 3.000 lobos para una población de 48 millones de habitantes. ¿Suponen un peligro? Jamás se ha registrado un ataque de lobo a un ser humano. En cuanto al ganado, durante miles de años ha convivido con el lobo. Lo que no se puede hacer es dejar a los animales sueltos por la noche y sin protección –pastor eléctrico y mastines– en el campo. ¿Dejarías abierta la puerta de tu casa cuando no estás? Se acaba de publicar un trabajo de investigación de varias universidades en conjunto con el CSIC donde los propios ganaderos consideran que el lobo realiza una función positiva: se come las reses muertas, regula el exceso de ungulados. Dejemos a la naturaleza que se autorregule. De todas formas, yo solo soy una escritora, no una científica, por eso en mi novela muestro todos los puntos de vista, el de ganaderos, el de conservacionistas y el de una osa, y que el lector y la lectora decidan.

¿Y el recurso del coro, Marta, que se va intercalando entre los capítulos al estilo de una clásica tragedia griega?, ¿por qué has recurrido a él?, ¿qué aporta?

Me gusta pensar que es una novela sonora, suenan los pandeiros, suena ese ritmo hipnótico del folklore de la montaña leonesa, suena el bosque, aúllan los lobos, canta el cárabo. Me interesa mucho el folklore, porque explica cómo nos vemos como pueblo, explica lo que no está en los libros de historia. Nidia toca con su familia en un grupo folk y lleva la música dentro. Quería que esa música fluyera por debajo de las palabras en la novela. Por eso está estructurada en actos como una ópera. El coro pueden ser los viejos de la aldea, quizá el bosque o la montaña, es una voz premonitoria que avisa de que algo malo va a suceder. Quiero que en Cordillera se escuche la voz antigua de la tierra.

En tu nota final de autora tocas otros puntos también de muy desgraciada actualidad. Dices: “La despoblación, la falta de perspectivas laborales y el abandono histórico de las Administraciones está acabando con la vida en las comunidades rurales de montaña. Además de los incendios y del establecimiento descontrolado de macrogranjas que contaminan el aire y los acuíferos. Y ahora, la instalación de miles de aerogeneradores de más de 200 metros de altura, autopistas para trasladarlos a lo alto de las montañas y marañas de cables subterráneos, amenaza con destruir esta reserva de la biosfera que es la Cordillera Cantábrica y último refugio en España para especies tan amenazadas como el oso pardo cantábrico y el urogallo”.

La España despoblada se ha convertido en un campo de explotación para la industria. Primero fueron las minas, que abrieron tajos y destruyeron el paisaje, cuando dejaron de ser rentables se cerraron ¡y ahí siguen! Ahora los macroparques eólicos, cuando dejen de ser rentables, ¿quién los va a retirar y a replantar el bosque? Hay un macroproyecto de Repsol en la sierra de Gistredo en el Alto Bierzo-Sil, al noroeste de León, que amenaza un lugar de un valor ecológico incalculable. ¿Por qué ahí? Total, apenas hay gente, ¿a quién le importa que pongan unos generadores? La falacia de la energía limpia. ¿Limpia quiere decir que abren autopistas en la montaña cortando árboles para subir las hélices, y profundos agujeros llenos de hormigón para que se sostengan, y un entramado de cables por todo el bosque y matan millones de aves y murciélagos al año?

Una amiga da clases en un colegio de Burgos, provincia que tiene la mayor densidad de parques eólicos de toda Europa. Un día le explicó a sus alumnos la problemática de los macrogeneradores y un niño le dijo que su madre trabajaba en una explotación eólica, y le susurró en voz baja: “¿Sabes lo que hacen cuando se rompe una hélice? La entierran en secreto en el bosque”. Esa es la energía limpia; dan ganas de llorar.

Necesitamos energía, pero no así, hay que planificar con datos científicos dónde colocar explotaciones solares y aerogeneradores, los lugares donde provoquen menos impacto ecológico, una planificación a nivel global, de todo el país. Si no, vamos a dejar a nuestros hijos una España no solo despoblada, sino arrasada.

Marta del Riego presentará ‘Cordillera’ el 20 de febrero en la librería Alberti de Madrid con Raquel Peláez y el 18 de marzo en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid, con Miguel Delibes de Castro.

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Comentarios

  • Angela Sánchez Pérez

    Por Angela Sánchez Pérez, el 10 febrero 2025

    Felicitaciones a la autora, como me alegra que lo rural o el neorruralismo tenga tanto eco.Cuando los pueblos se estaban despoblando, (yo fui una despobladora en los sesenta)el campo, no lo petaba. Publiqué en el 85 Campo de Yeltes, en Salamanca, entonces el mundo rural solo interesaba para hacer chistes de paletos en la tele.Es más,los libros con esta temática se vendían en la Tienda- librería verde.Al escribir ese libro sobre el lugar en el que viví hasta los 10 años, tuve que mediar entre la mirada un tanto naif del que regresa y las razones poderosas por las que con 10 años decidí irme interna a estudiar.Pudo la niña.

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