Marta del Riego compone un ‘Country noir’ con su libro ‘Pájaro del Noroeste’

La escritora y periodista Marta del Riego. Foto: Vincenzo Penteriani.

Hace cuatro años, cuando Marta del Riego Anta arrancó la escritura de ‘Pájaro del Noroeste’ (AdN Alianza de Novelas), no esperaba que su historia alcanzara 554 páginas. «He llegado a pensar que soy incapaz de contar nada en pocas palabras», confiesa Marta con la mirada fija en la portada de su libro, donde una grajilla sobrevuela un campo de viñas cubierto por la nieve. ‘Country noir’. Amor y muerte compitiendo por el mayor grado de intriga en la España vacía, dura, despoblada, áspera…  

Tampoco había previsto Marta los seis meses de confinamiento en La Bañeza, su León natal, a causa de una pandemia. 180 días revisando lo escrito. Borrar, añadir, releer, invocar fantasmas, rescatar palabras que no han salido de ese entorno: A la currupia, repolisca, enterizu… para combinarlas con nuevas expresiones como Country noir, el apartado donde los algoritmos harían un hueco a su novela.

Pájaro del Noroeste también existe gracias a esos pueblos donde la densidad de población con suerte alcanza los ocho habitantes por kilómetro cuadrado; lugares de cortesía sin roces y muy pocas palabras. Saludos sin besos. Páramos donde despoblación es poco más que un término de moda en una situación cruda para quienes la padecen. Cecilia, protagonista de la historia y como la autora en tantas ocasiones, vuelve a las tierras de su infancia, reflejando muchas de las vivencias de su autora.

«Unos meses después de empezar a escribir esta novela, me echaron de mi trabajo, algo que había visualizado en el libro, así que resultó muy premonitorio. ¿Escribiré algún día una novela en la que no tenga que leer mi propia vida?», bromea Marta, reconociendo que no había pasado tanto tiempo seguido en León desde que dejó el hogar paterno para estudiar y residir de forma más o menos fija en Madrid, con estancias en Londres o Berlín.

«¿España vaciada? Bueno, no exactamente. Yo soy de La Bañeza, una pequeña ciudad de 11.000 habitantes que aun siendo cabeza de comarca   vive de la agricultura. Mi padre era de un pueblo cercano, mucho más pequeño, y yo crecí con la idea de tener que salir de allí. Siempre escuchabas lo mismo: «Esto está muerto. Tienes que irte. ¿Qué vas a hacer aquí?». Los padres se obsesionaban con que sus hijos hicieran una carrera asumiendo un viaje sin regreso, porque volver era un fracaso. Yo siempre supe que tenía que marcharme», explica la autora, que le dedica el libro, entre otros, a su padre Ángel del Riego Jáñez, abogado, ganadero y secretario del Ayuntamiento. «Que me enseñó a distinguir las churras de las merinas…, que me inculcó su amor arrasador por el campo. Le encantaba ver pastar a las ovejas con el mastín a sus pies. Supe que tenía ese poso muchos años después», explica Marta. «Como su pasión por los pájaros que pulió mirando mucho al cielo y devorando los libros de Conrad Lorenz en la adolescencia».

«Me encantan los pájaros. No es que sea una erudita pero, más o menos, conozco los que hay en España. Sus costumbres, el canto, el plumaje». Tampoco es casualidad que la madre de Icia, el diminutivo con que se conoce a la protagonista de este libro, viva dedicando más tiempo a sus pajareras que a sus hijos. «En la novela he intercambiado los papeles, porque la madre es muy arisca y el padre tiene gestos más maternales. Tampoco ignoro que las mujeres del campo trabajen casi como los hombres aunque no se les reconozca. Es otra constante».

Volviendo al Country Noir. ¿Son tan salvajes? «El término salvaje quizá suena demasiado fuerte», puntualiza Marta. ¿Primitivos? «Siempre me interesó la relación tan diferente que allí tienen con su entorno. Hablamos del suicidio. Ahorcarse no es nada excepcional. Saben hacer nudos potentes con las cuerdas, la fuerza física se usa para cualquier cosa y sí, la forma de quitarse la vida es mucho más violenta. Se ahorcan o se pegan un tiro porque mucha gente tiene en casa escopetas de caza menor. ‘Aquí la gente se cuelga por menos de nada’, cuenta la policía en un momento del relato. Hay una rama lejana de mi familia, bastante lunática», dice Del Riego. «Recuerdo haber oído la historia de una mujer que se fue a la huerta, dejó las gafas y el sombrero apoyados y a salvo en el borde del pozo, y se precipitó al fondo. Me parece impensable. Pero más el modo de contarlo, sin inmutarse. Su relación con la muerte es muy especial y completamente diferente a la nuestra». Vivir y morir sin aspavientos.

«Ocurre igual con los animales, salvando las distancias. Técnica y ritual. No es lo mismo matar a una gallina que a un conejo. ‘El golpe ha de darse así, y en esta parte determinada’. Y te lo explican como la cosa más natural del mundo». Luego están, en la novela, los amoríos más o menos legítimos. Y el sexo áspero, casi tan violento como adictivo. Y la sequía de lágrimas. «Mi tía Maruja, mi referente [Marta del Riego perdió a su madre siendo niña], estaba un día llorando en un funeral, con sus hijos detrás, y a ninguno se le ocurrió acercarse para darle un abrazo de consuelo. Nos han educado así. De mi familia soy la más cariñosa y tampoco es que me vea yo como un dechado», explica Marta del Riego entre risas. «Las cosas han cambiado, pero los padres de antes no expresaban sus sentimientos. Era muy difícil saber qué pasaba por su cabeza».

La desconfianza. Maneras de vivir que sorprenden en lugares donde nadie se fía de nadie, a pesar de conocerse bien, o quizás por eso. Secretos de familia. «No se trata de que la gente sea mejor o peor. Tampoco voy a decir que la vida de pueblo resulte completamente idílica, pero puede que tanto recelo, sobre todo hacia los forasteros, los que regresan, tenga que ver con la imagen que se ha tenido de ellos. Se les considera unos ¿paletos? Y prefieren callarse lo que piensan. Como una defensa ante el estigma… ‘No vaya a ser que se rían de mí», comenta la escritora, que superó hace tiempo la posibilidad de ser allí la rara. «No sé si lo soy, pero tampoco me preocupa. Antes no me gustaba que la gente supiera muchas cosas de mi vida, ahora me importa un bledo. Los tiempos han variado. Hay mucha más información porque, gracias a las redes o a la televisión, van llegando los cambios sociales. Hay parejas gays en muchos pueblos y para el mundo rural resulta muy positiva esta situación del teletrabajo. Con una buena cobertura de Internet se pueden hacer un montón de cosas desde allí, como ha sido mi caso».

En la presentación de Pájaro del Noroeste, Julio Llamazares acompañó a Marta del Riego: «En la mitad de sus vidas, la protagonista de esta novela y su autora nos dan una lección de valentía y de talento. Una novela de las de verdad”. Escritores compartiendo pasión por la lengua y los paisajes que ambos conocen y aman. «Sintonizo mucho con Llamazares desde el instituto», cuenta Marta. «Estudiamos a autores leoneses como Llamazares o Luis Mateo Díez, reciente Premio Nacional de las Letras Españolas. Nos gusta recordar leyendas, como la grulla en el tejado, que barrunta muerte. O el pasado de nuestra lengua, el leonés, tan parecido al bable y al galaico portugués. En los reinos de León se hablaba llionés», una de las lenguas romances más antiguas de España, con un milenio de historia y ahora en extinción, a pesar de los últimos intentos de hacer realidad un diccionario, el Léxico de Leonés, que se puede consultar en Internet gracias a una iniciativa de la Universidad de León y la Real Academia Española.

En efecto, como ha dicho el también escritor Luis G. Martín, Pájaro del Noroeste es un libro con muchos otros dentro. Conviene excavar hasta lo más profundo.

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