Cantantes, coro y orquesta del Real hacen brillar un ‘Nabucco’ opaco

Estreno de ‘Nabucco’ en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

Un magnífico elenco encabezado por Luca Salsi, Anna Pirozzi, Michael Fabiano y Silvia Tro Santafé, unido al coro -que logró su primer bis desde la reapertura del Teatro Real en 1997- y la orquesta del Teatro Real logran dar brillo a una tediosa producción de ‘Nabucco’ de Verdi, que cierra la temporada de ópera.

Los grandes triunfadores del estreno de Nabucco de Verdi en el Teatro Real fueron, sin duda, los 90 hombres y mujeres del coro que lograron hacer historia por derecho propio: se vieron obligados a hacer un bis del Coro de los esclavos, el primer bis de coro en el Teatro Real desde su reapertura en 1997. En el tercer acto, tras la interpretación del archiconocido Va pensiero, un himno a la libertad y la nostalgia, se produjo la magia. La segunda sílaba de la última palabra del precioso texto de Temistocle Solera, ‘virtud’, se alargó a capella durante casi un compás y medio y sobrevoló emocionante un teatro que aguantaba la respiración y las toses. Un par de segundos después de hecho el silencio, comenzó el delirio.

Es cierto que en los últimos años, sobre todo con las óperas que cierran la temporada, el Teatro Real ha sido bastante permisivo con esto de los bises. Ocurrió con el sexteto de Lucia di Lammermoor en 2018; La Traviata en 2020 y Tosca en 2021. Pero el de anoche tuvo una emoción diferente. Nicola Luisotti, al mando de la dirección musical en el foso, no parecía tener mucha intención de que el bis tuviera lugar. Pero lo cierto es que el público estaba fuera de sí. Habría aplaudido 10 o 15 minutos en lugar de los casi 6 que aplaudió. Sobre el escenario se adivinaba a algunos de los miembros del coro emocionados. El público jaleaba y sobre el escenario había algún tímido abrazo y miradas cómplices. Hasta que Luisotti comprendió que no podría continuar sin que esa pieza magistral volviera a sonar. Levantó el pulgar hacia el público y dictó sentencia.

Musicalmente, el del martes fue un estreno sobresaliente. Desde la obertura se hizo notar la sabiduría de la batuta con esta fantástica partitura de Verdi. La orquesta estuvo estupenda y sobre el escenario ocurrió una conjunción de talento extraordinaria. El tenor estadounidense Michael Fabiano cantó con potencia, emotividad y cariño en el primer acto. Con el tiempo domina cada vez mejor ese chorro vocal que hace años en ocasiones se demostraba incontrolable. Su Ismael tuvo empaque y garra. La soprano Anna Pirozzi, en el papel de Abigaille, fue una de las más aplaudidas de la noche y con toda la razón. Empastó perfectamente con Fabiano en los dos tríos del primer acto en los que la que salió peor parada fue la mezzo Silvia Tro Santafé en el papel de Fenena. A ella le toca el rol más ingrato de toda la ópera, con una solo aria de lucimiento Oh! dischiuso e il firmamento en el cuarto acto, que cantó con mucha emoción y verdad.

La apisonadora Pirozzi asombró al público con un canto de una seguridad aplastante que recorrió todos los registros con la misma entrega y calidad. Pasó sin despeinarse de la emotividad y la nostalgia más conmovedoras en Anch io dischiuso un giorno a la soberbia y la furia en su siguiente aria del segundo acto, Salgo gia del trono aurato. Hasta en la muerte de su personaje estuvo magnífica. El barítono Luca Salsi, en el papel de Nabucco, fue de menos a más. Su papel es, junto al de Abigaille, el más complicado de la ópera, con un nivel de exigencia que va creciendo a lo largo de la partitura. Salsi supo guardar fuerzas para el final y encarar las cinco arias del cuarto acto en plenitud de condiciones. Sus duetos con Anna Pirozzi fueron inmejorables. El público le recompensó con una gran ovación.

Y volvemos a hablar del coro, porque no solo de Va pensiero vive el coro en Nabucco, ni mucho menos. Ellos interpretan al pueblo judío en una ópera basada en una historia del Antiguo Testamento y son, sin duda, uno de los grandes protagonistas de la obra. Todo lo que hagan los personajes principales les afectará de pleno. El coro Intermezzo, así se llama ese magnífico grupo de cantantes que están contratados por el Teatro Real para ser su coro estable, demuestra función tras función su calidad y profesionalidad. Dieron una lección magistral en el oratorio de Honegger, Juana de Arco en la Hoguera  , y han vuelto a hacerlo en Nabucco de cabo a rabo.

Podría decirse que la noche del estreno de Nabucco tras 151 años de ausencia en el Teatro Real fue un éxito rotundo, si no fuera por el sonoro abucheo que se llevó el equipo responsable de la puesta en escena, capitaneado por el alemán Andreas Homoki. Es cierto que el público de estreno tiende a manifestar su animadversión por casi todo lo que se aleje de la ortodoxia del libreto. Y es cierto que en ocasiones se han cometido injusticias flagrantes. Sin embargo, en este caso, tras su estreno en Zúrich en 2019, esta producción venía ya precedida de algunas críticas que la tachaban de “aburrida”, “monótona” o “espartana”.

En la rueda de prensa de presentación de la producción, Homoki –que además de director de escena es el intendente de la Opera de Zúrich, donde esta coproducción con el Teatro Real se vio por primera vez– explicó que su propuesta sería “minimalista y conceptual” y que deslocalizaría la acción. Ya no estaríamos en la Jerusalén y Babilonia del año 560 a.C, sino en el Risorgimento italiano, momento del estreno de la ópera, de profundos cambios y convulsión política en Italia. La idea no es nueva. El director de escena Arnaud Bernard también la situó en la Italia ocupada por Austria en la época de Verdi para su fastuosa producción para la Arena de Verona en 2017. Tanto que el famoso coro de los esclavos era literalmente una representación de ópera dentro de la ópera en un teatro donde los italianos cantaban encima del escenario disfrazados de hebreos, mientras los invasores austríacos disfrutaban en el patio de butacas y los palcos de la representación. Algo parecido a lo que ya propuso Justin Way en su producción de Norma en 2021 en el propio Teatro Real.

La propuesta de Homoki sobre el papel resulta interesante, pero su concreción en el escenario no lo es tanto. El director de escena lo apuesta todo a un enorme muro que simula ser mármol verde esmeralda. Ya. No hay ningún elemento más en escena. Ese muro se mueve, gira y mengua y se agranda durante toda la representación, pero sin que sirva para situar, dramatúrgicamente hablando, al espectador. La puesta en escena es tan minimalista que el público termina irremediablemente perdido sin ningún elemento que ayude a situarlo espacial o temporalmente. Ningún elemento, salvo el magnífico texto del libreto, por lo que el resultado termina siendo en cierto modo caótico. Ni siquiera el vestuario ayuda. Los italianos/judíos visten ropas modestas de color crudo y los invasores, uniforme o traje y chistera ellos, vestidos de miriñaque del mismo color que el muro, ellas.

Nabucco es una ópera que trata sobre el ansia de poder, la opresión y las creencias. En la propuesta de Homoki fundamentalmente encontramos el concepto del poder de forma omnipresente en una corona de tintes shakespearianos. El resto lo consigue la música. La fantástica partitura de Verdi que logra trasladar al espectador la lucha, la codicia, la locura, la ira, la nostalgia y, sobre todo, la redención que fluyen por toda esta obra.

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