Costus, las estrellas más brillantes de la Vía Láctea

Detalle de uno de los cuadros de Costus en la exposición de Serrería Belga: ‘Yul Brinner y Lola Flores’ (1978-1979).

Una de las primeras cosas que hice al mudarme a Madrid, hace 14 años, fue visitar la Vía Láctea, el mítico bar de copas de Malasaña considerado la cuna de la movida madrileña. Recuerdo que llamaron mi atención los neones y el billar rodeado de columnas, pero lo que más me impresionó, sin duda, fueron los murales pintados por Costus, seudónimo de los artistas plásticos Juan Carrero (1955-1989) y Enrique Naya (1953-1989) en honor al gremio de las costureras, con las que se sentían identificados. Ahora, una exposición en el Espacio Cultural Serrería Belga recuerda su decidida y pionera apuesta por una vida con más color y tolerancia.

En aquellos momentos desconocía por completo su obra, pero recuerdo cómo aquel joven marica recién llegado del pueblo, por algún extraño motivo, se sintió cómodo en aquel lugar. Quiero pensar que la energía o el espíritu de Costus me estaba dando la bienvenida a la gran ciudad.

No se trata de nada místico, en realidad. Imagino que, de camino al baño, me encontré con la imagen de Brigitte Bardot abrazando un gato, enjoyada hasta las cejas, o que, a la hora de pedir, me fijé en los llamativos retratos de Ava Gardner y Sophia Loren que había detrás de la barra. Quiero decir que no hay nada más gay friendly que encontrarte con Brigitte Bardot, Ava Gardner y Sophia Loren a todo color en las paredes de un garito, sobre todo cuando vienes de un pueblo pequeño, donde todo se ve en blanco y negro.

Los cuadros que me recibieron entre aquellas paredes llenas de pegatinas eran, en realidad, reproducciones. Los originales, creados a finales de los 70, habían sido retirados de la Vía Láctea en 1984. Casi 40 años más tarde, y después de un proceso de restauración encomiable, pueden contemplarse en el Espacio Cultural Serrería Belga https://www.serreria-belga.es/  hasta finales de julio.

Entrar en la exposición es como visitar un templo donde se pueden admirar los retratos de las estrellas de Hollywood más rutilantes: Marilyn Monroe, Elvis Presley, Marlon Brando, James Dean, Elizabeth Taylor…, y de referentes patrios de la talla de Lola Flores. Esta Capilla Sixtina del arte Pop español es una explosión de color y libertad, como también lo fue la vida de sus autores.

Juan y Enrique se conocieron en la escuela de Artes y Oficios de Cádiz en 1974 y, tras un viaje de fin de curso a la capital, decidieron instalarse allí para sumergirse de lleno en su efervescente vida cultural. Por su piso de la calle de la Palma desfilaron personajes tan dispares como Pablo Pérez-Mínguez, Tino Casal, Fabio McNamara, Alaska, Ana Curra o Carlos Berlanga. Su Casa Costus se convirtió en el epicentro de la movida madrileña e incluso sirvió de plató para el rodaje de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, de Pedro Almodóvar.

En 1981, la pareja artística y sentimental se presentó en sociedad con su exposición El Chochonismo ilustrado, repleta de chulos y flamencas, que supuso todo un éxito. Otra de sus series más conocidas es El Valle de los Caídos, en la que inmortalizaron a su círculo de amigos, emulando a las esculturas de las vírgenes y los santos de dicho lugar. En este homenaje a la ciudad que les había acogido, podemos ver a Bibiana Fernández como la Virgen del Carmen, a Alaska como La Piedad o a Tino Casal como el mismísimo Caudillo. En estos acrílicos fluorescentes de gran tamaño, donde Juan pintó los fondos y Enrique se encargó de las figuras, Costus reinterpretaron la imaginería barroca y reconquistaron un claro símbolo del franquismo, “con las mismas libertades que ellos se tomaron en su momento”, según afirmaban los artistas en un texto explicativo sobre la obra.

Después de una temporada en México en la casa del escultor Luis Sanguino, tío de Juan y, precisamente, autor de las estatuas del Valle de los Caídos, se mudaron a una casa de campo en el Puerto de Santa María, donde montaron un amplio taller para dedicarse por entero a pintar.

Sin embargo, sus vidas se vieron truncadas muy pronto, ya que, tras un invierno de constantes resfriados, Enrique descubrió que tenía VIH. Decidieron entonces trasladarse juntos a Sitges para estar cerca de Barcelona, donde Enrique falleció por causas derivadas del sida en 1989. Un mes más tarde, Juan, sumido en una profunda depresión, se quitó la vida.

Más de 30 años después de su fatídica desaparición, no hay nada en Madrid que honre su memoria, ni siquiera una placa conmemorativa en el número 14 de la calle de la Palma. Costus han pasado a la historia más como padres de la movida que como verdaderos artistas, lo cual es una lástima, ya que su obra, además de poseer una gran belleza, es un símbolo de lucha contra los ideales más rancios. Sus provocativas pinturas supusieron un soplo de aire fresco en el panorama cultural de una España todavía sumida en el letargo de la dictadura y un necesario ejemplo de diversidad, transgresión y libertad.

Ese es el ambiente que se respira cuando uno contempla las obras que ocuparon las paredes de la Vía Láctea, con sus personajes a escala natural en poses divertidas, rodeados de cócteles o helados, con el mar de fondo o en medio de una noche estrellada decorada con farolillos.

En los ochenta, Madrid era una fiesta y nosotros le debemos todo a los que, con su talento, contribuyeron a que así fuera. Costus nos han dejado un legado artístico de gran envergadura que hace que todas las personas fuera de la norma (sobre todo los maricas y las bolleras de pueblo que, como ellos, emigramos en busca de libertad), nos sintamos bienvenidos a esta fiesta que es la vida.

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