¿Por qué no cuenta como crimen aniquilar a una mujer a cuentagotas?

La escritora Mayte López. Foto: Santiago Acosta.

“¿Cómo se llama lo que le hizo? ¿Qué nombre se le da a ir desapareciendo a alguien, a quitarla de en medio en episodios? ¿Por qué no cuenta como crimen aniquilar a una mujer a cuentagotas, descuartizarle la moral y la autoestima en cómodas entregas”. A veces un libro pesa tanto, remueve tanto, engloba tanto y certifica tanto que resulta inviable sostenerlo, pero también resulta inviable dejarlo caer. Eso es lo que ocurre con ‘Sensación térmica’, la primera novela de Mayte López (Nueva York, 1983), que llega hoy a librerías. La supremacía del hombre sobre la mujer contada desde la serenidad, sin ajustes de cuentas, sin falsas víctimas. Un diario liberador sobre la amistad entre mujeres y sobre la violencia que las aniquila.

Estamos ante un texto que se hibrida hasta hacer de memoria y literatura un artefacto exacto e irrepetible como lo fueron aquellos relojes que se pusieron de moda para adornar la ciudades medievales y cuya existencia, belleza y particularidad acabó sin piedad con la mirada de aquellos que los construyeron. La verdad que despliega Sensación térmica es demoledora. Sus páginas son salvajes, concretas. El dinamismo del dolor que narra te acorrala y convierte tu memoria en una amplia sala sin salidas de emergencia, en una burla que te hincha los ojos y la carne hasta convertirte en un objeto que se caracteriza por su transparencia.

Cada una de sus frases te deja al descubierto, acaba con la impostura y recopila biografías con una fuerza de atracción imposible de contrarrestar. El pulso narrativo de la autora neoyorquina construye un búnker en el que todo está perfectamente colocado, un espacio del que no serás capaz de salir hasta que ella quiera. La dureza, la indefensión, el abuso, el sometimiento, todo está en este libro de cuerpo delgado que te noquea y despabila con cada una de sus palabras.

La supremacía del padre sobre la hija, el silencio inicial de la hija para acallar a la bestia que se cree la dueña de mundo, para alejarla de la madre. Esos viajes por carretera, con un padre ebrio al volante, en los que las curvas gritan el nombre de un pequeño cuerpo que no entiende por qué le pasa todo esto.

La supremacía del hombre sobre la mujer contada desde la serenidad, sin ajustes de cuentas, sin falsas víctimas. Narrada fuera de esa arbitrariedad de la que siempre nos acusa el heteropatriarcado.

Mayte López alarga la verdad como si fuese un animal invertebrado preparado para vivir su minuto de gloria. Y lo hace narrando la historia de tres mujeres jóvenes, inteligentes, hermosas, exiliadas motu proprio, que acaban atrapadas por el amor tóxico, por el amor familiar, que repiten modelos que su inteligencia debería abolir de manera taxativa. Y lo hace desde la brillantez más absoluta, sin saltarse ningún paso, dibujando las ciénagas sociales que las mujeres debemos rodear una y otra vez si no queremos ser fagocitadas por la doble moral.

Mayte López habla de Juliana, de la feroz hipocresía social, de la mujer hermosa condenada a la prisión de la delgadez y de la humillación amorosa. Condenada al sádico juego de un reputado profesor universitario, libre de toda sospecha y culpa, y que sin darse cuenta será devorada por el amor tóxico. Juliana, la poliédrica culpable que jamás encontrará su lugar en el mundo porque nació para ser humillada y por ende para humillar a quienes la aman de verdad:

“¿Cómo se llama lo que le hizo? ¿Qué nombre se le da a ir desapareciendo a alguien, a quitarla de en medio en episodios? ¿Por qué no cuenta como crimen aniquilar a una mujer a cuentagotas, descuartizarle la moral y la autoestima en cómodas entregas”.

“Hay que hacerse bien pendejas al día siguiente (y todos los días de después) hay que correr un tupido velo sobre cualquier saliva derrochada porque, al fin y al cabo, para eso son las amigas”.

Habla también de Lucía condenada al terror paternal desde que tiene uso de razón, condenada a buscar la paz y el sueño en la boca de un sinfín de olas artificiales que jamás serán capaces de borrar ese silencio que llega tras los golpes, tras los insultos, ese silencio que acaba con el mundo de un niño que debió venir a él solo a reír y a ser feliz:

“Pero lo único perdido, lo único ausente aquí es ella, que falta a su propia vida por recoger del piso los pedazos de un señor que la fue rompiendo desde niña”.

Condenada a la culpa, al arrepentimiento porque es lo que dicta la maldita genética, la maldita pertenencia. Condenada a cuidar del maltratador que adelantó la muerte de su madre a base de sufrimiento, condenada a paralizar su libertad. Condenada a ser lamida por una pregunta que la deja en carne viva cada vez que cierra los ojos: ¿Por qué una hija debe querer y respetar siempre a un padre y un padre no tiene el mismo deber?

Y habla de Alma, la valiente compañera de piso, la árbitro generosa y lúcida que sostiene las ruinas de una mujer que cada noche es ninguneada por las malas artes de Morfeo.

Sensación térmica es una cama de clavos que deja poderosas marcas en la carne, un nido de violencia en el que los cuerpos son sparrings al límite de sus fuerzas, y que, a pesar de eso, son obligados a practicar espeluznantes  acrobacias para escapar de la locura, de la machacada y podrida ética de las familias felices. La locuacidad con que Mayte López moviliza el dolor vivido por sus protagonistas es pura efervescencia. Una concatenación de palabras maestras que harán que esta novela sea de lectura obligatoria.

Sensación térmica es un libro que te parte el corazón en un billón de partes, que te aboca a un ejercicio de honestidad extrema. Es un diario compacto; pese al ir y venir de sus protagonistas, no hay una sola fisura en su sinergia emocional. Es un libro vivido y vivísimo. Un libro que alberga la realidad con bravura y sin ánimo de distorsión. Sensación térmica es literatura, pero también es vida, y Mayte López ha estado dispuesta a demostrarlo página a página.

Sensación térmica es un libro que me ha devuelto las ganas de volver a ser una persona, de dejar de ser un personaje, ese personaje que se alimenta cada día de frío para no volver a ser frágil, para no volver a ser débil, para no mirar a quien ni merece ser mirado, para no recordar. Un libro que me ha enseñado a no olvidar que ni yo ni muchas como yo somos las culpables de los caprichos de la genética, ni de los desmanes del amor romántico, que no le debemos nada a nadie, que ya hemos pagado con creces ser hijas de quienes somos.

Sensación térmica es un diario liberador, aunque la injusta muerte que transita alguna de sus páginas resulte una prisión inesperada para quien lee. Hay que leerlo y hay que regalarlo, porque su lectura borrará todas las mentiras que el abuso lleva siglos colocando sobre la biografía de demasiadas mujeres.

IMPRESCINDIBLE.

‘Sensación térmica’. Mayte López. Libros del Asteroide. 175 páginas.

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