Cuando el bosque se convierte en el cole de los más pequeños

Árboles y bosques pueden convertirse en los mejores compañeros de juegos y estudios en las ‘bosquescuelas’.

Aprender matemáticas contando árboles, conocer los colores y las texturas mientras se pasea entre pinos o robles, idear estrategias y cooperar con los demás para cruzar un arroyo o crear un mural con las hojas de los castaños. Casi un siglo después de que se crearan las primeras ‘bosquescuelas’ en el mundo, en España siguen intentando abrirse un hueco en el sistema educativo público unas iniciativas que apuestan por la pedagogía en plena naturaleza en las primeras fases de la enseñanza. De momento, en España solo una de las más de 40 iniciativas, instaladas en mitad de bosques o la ribera de ríos, ha sido homologada, situada en la sierra de Madrid, mientras que su número no deja de crecer en Europa con más apoyo público.

Fue a comienzos del siglo XX cuando, según explica el investigador José Mariano Bernal Martínez, surgieron las primeras experiencias de escuelas al aire libre en Europa. El objetivo principal era cuidar la salud de niños vulnerables y enfermizos de las clases populares, que sufrían de infecciones, como la tuberculosis, en espacios poco saludables. Enseguida se comprobó que el aire puro, el sol y el movimiento tenían ventajas para todos, y no solo por lo que se refiere al conocimiento de las ciencias naturales, sino por lo que ese entorno al aire libre aportaba a su desarrollo.

En España, ya en 1914 la pedagoga catalana Rosa Sensat puso en marcha la Escuela del Bosque de Montjuic, convencida de que “la naturaleza es el ambiente más adecuado a la normal evolución del niño, asegurando el derecho que éste tiene al aire puro, a la luz del sol, al agua, al ejercicio físico, a la libertad y alegría”. Así lo dejó escrito. De hecho, en su centro ponía en práctica los principios pedagógicos de Decroly, colocando al alumnado en una actitud investigadora y propiciando que las distintas asignaturas se entrelazaran y relacionaran entre sí, tal y como lo hacen los problemas en la vida real. Aquella primera experiencia se truncó con la Guerra Civil y la posterior dictadura.

Hoy, más de 40 iniciativas de bosquescuelas existen dispersas por los campos del territorio nacional, todas para la etapa entre 3 y 6 años, pero tan solo una, y no con poco esfuerzo, ha logrado tener homologado oficialmente su currículo educativo, mientras en el resto del continente, sobre todo en el mucho más frío norte europeo, espacios como éstos proliferan cada día más y se cuentan por cientos los que están integrados en el sistema de enseñanza, especialmente en países como Alemania (donde hay más de 3.000), Dinamarca o Suecia.

En España, fue precisamente un alemán, Philip Bouchner, quien relanzó este modelo de enseñanza en mitad de la naturaleza tras su llegada al país a comienzos de este siglo. No encontró nada similar a lo que ya había en su país, así que decidió crearlo desde cero, animado por el interés de otros padres con inquietudes similares a las suyas sobre la importancia de la educación en el respeto a la naturaleza. “Son familias que quieren educarlos de forma distinta a la que se hacía en el siglo XIX y ha seguido en el XX, siempre encerrados y sentados a unas edades en las que lo importante es moverse y explorar. En medio de un bosque, aprovechamos el entorno para convertirlo en un laboratorio de aprendizaje, un lugar donde potenciar el asombro y la mirada científica sobre el medo ambiente”, señala Bouchner, fundador y responsable de la Bosquescuela Cerceda, abierta desde 2015 en la Dehesa Boyal, a la entrada de la sierra de Guadarrama.

Situada en una finca alquilada al ayuntamiento, esta Bosquescuela Cerceda es la única autorizada legalmente, en este caso por la Comunidad de Madrid, con 25 plazas en cada curso escolar.  “Desde el principio, me empeñé en que tuviera su homologación y lo logramos; ahora tenemos otras cuatro en trámite, dos en Barcelona, una en Granada y otra en Málaga, pero vemos que, así como en otros países van a más, aquí no se avanza. Pese a nuestros intentos, no hemos conseguido un concierto educativo para que no sea tan costoso para las familias, como sí ocurre en otros lugares de Europa. Creo que si los gobiernos no optan por un modelo que ponga en valor la educación ambiental, vamos mal. Nuestras familias tienen que hacer un gran esfuerzo económico si quieren esa educación para sus hijos, cuando ya se sabe que tiene grandes beneficios en esas edades porque se potencia su psicomotricidad y su creatividad”.

Este proyecto, que ha servido de guía para otros, tiene como sede un espacio en el que revolotean los buitres leonados, se escucha trabajar a los picapinos y de cuando en cuando corretean los conejos. Es un aula sin electricidad, porque basta con la luz del sol y el ejercicio para calentarse. Está junto a una cabaña de madera, bioclimática, que es el punto de llegada y salida, además de comedor y refugio cuando las inclemencias del tiempo impiden salir al encinar o curiosear por la ribera de un arroyo. Encontrar cangrejos en el río, buscar insectos, observar a los abejarucos en primavera o trepar a los árboles son actividades cotidianas que se entremezclan con el aprendizaje de los contenidos oficiales. Su fundador asegura: “El riesgo para los niños es mínimo, menos que en una clase cerrada, porque en el bosque están más atentos, son más conscientes y responsables, y además se aumenta el espíritu de grupo y la ayuda de los mayores hacia los más pequeños”.

El refugio y la cabaña bioclimática de la bosquescuela de Cerceda, en la Comunidad de Madrid.

Es una experiencia pedagógica muy similar a la que cuenta Alvaro de Andrés, presidente de la Asociación Educativa Mochuelos, que ha puesto en marcha cerca de Jaca (Huesca) la ‘bosqueescuela” Caxico en 2018. “La fundamos un grupo de familias que vivimos en el entorno de los Pirineos y teníamos niños de entre 3 y 6 años. Queríamos otra alternativa a la educación convencional y encontramos el lugar en el pueblo de Ulla. Hemos llegado a tener 15 niños y en estos años hemos comprobado las ventajas para los niños y niñas de pasar esa etapa en movimiento y en libertad, sin que luego tengan problemas para adaptarse a la Primaria normal”, asegura.

Como en Cerceda, también desde esta asociación han tratado de ser reconocidos por las autoridades de Aragón, pero no lo han logrado. “Nos exigen instalaciones que no tenemos, porque es una escuela en la naturaleza. Eso nos impide tener acceso a financiación pública, así que pagan las familias y buscamos ayudas como los crowdfunding. Tampoco hemos logrado transporte público, otro esfuerzo a los padres, pero quienes apuestan por las bosquescuelas han visto cómo sus hijos aumentan su psicomotricidad y enferman menos, y saben que ese contacto con el bosque no se olvida nunca porque es su casa, así que si económicamente pueden, vuelven”.

Precisamente en Aragón, el Gobierno autónomo ha cerrado en noviembre una escuela, el Colegio Caneto, del municipio de La Fueva, con una pedagogía muy cercana a la de estas iniciativas, si bien en este caso sí había un edificio que fue denunciado por sus condiciones, algo para lo que las familias pedían ayuda pública. Otros, como el de Olba (Teruel), sí han logrado ser reconocidos como escuela unitaria. En este caso, sus promotores han conseguido, gracias a su proyecto educativo, que el alumnado aumentara de 10 a 50 escolares e incluso han atraído a nueva población a un pueblo semiabandonado en la sierra de Javalambre. También cuentan con un edificio para impartir algunas materias, especialmente en Primaria, pero el bosque y el huerto son los entornos más habituales de las clases.

Pese a los pocos avances oficiales para apoyar este aprendizaje en los bosques, lo que sí mejora es la formación del profesorado en lo que se refiere a la educación ambiental en la infancia. Recientemente, Philip Bouchner ha firmado convenios con universidades para dar conferencias y cursos a los futuros docentes e incluso crear nuevos proyectos piloto de aulas en la naturaleza. “En Cerceda recibimos muchas visitas de técnicos superiores en Infantil que quieren conocernos, y esto es muy positivo porque aquí pueden aprender sobre los muchos recursos que nos ofrece la naturaleza para enseñar”.

Y es que lo que allí se encuentran poco tiene que ver con un colegio al uso, sea rural o urbano. La jornada lectiva en la Dehesa Boñal comienza con 15 minutos de canciones y baile alrededor de la cabaña que acoge al inquieto alumnado. Después, empiezan las clases al aire libre, bien abrigados, para cumplir con los contenidos educativos de esa etapa, aunque siempre pueden ser interrumpidos por la inesperada presencia de una cigüeña o el canto de un petirrojo. Una hora más tarde, es el momento de un paseo por el bautizado como “lugar del día”, distinto según la jornada y siempre cercano, pero que da pie a infinitas exploraciones en un entorno cambiante casi cada día. El picnic, salvo si la meteorología lo impide, también es en el exterior, tras el cual hay un periodo de juego en libertad, cada uno según sus capacidades y sus deseos, hasta que se acerca el momento de volver a la cabaña para regresar a casa con las miradas llenas de colores y sonidos de la naturaleza.

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