Cuando la humanidad buscaba un nuevo hogar, encontraron Rea

Foto: Pixabay.

Llegamos al décimo ‘Relato de Agosto’ en torno al futuro, en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado. “Cuando la humanidad volvió la mirada al espacio, buscando un nuevo hogar, encontraron Rea. El nuevo planeta les había parecido demasiado lejano, tardarían más de una generación en llegar, no era posible. Pero la Tierra estaba muriendo y fue necesario un sacrificio. Ellos eran el sacrificio”.

POR BEATRIZ VELAYOS

Pandora empujó con rabia un contenedor que se volcó con estruendo, sobresaltando a una familia. Se disculpó y se agachó a recoger los restos. La ira no era una emoción común en el Asteria. Tampoco lo era odiar la nave ni el proyecto que los unía.

Cuando la humanidad volvió la mirada al espacio, buscando un nuevo hogar, encontraron Rea. El nuevo planeta les había parecido demasiado lejano, tardarían más de una generación en llegar, no era posible. Pero la Tierra estaba muriendo y fue necesario un sacrificio. Ellos eran el sacrificio. Sus padres tenían el recuerdo de una infancia en su planeta natal; sus hijos, la promesa de una vejez en Rea, conquistándola semilla a semilla, hasta que las plantas terrestres introdujesen oxígeno en la atmósfera y fuese posible establecerse en ella. Y mientras tanto, Pandora no tendría más que el universo a su alrededor y titanio bajo sus pies.

Forzó una sonrisa, saludando a las familias que ya se retiraban a sus casas. Sintió una punzada de culpabilidad al ver a los niños. Hana, su compañera, estaba deseando quedarse embarazada, transmitirle a su bebé como habían hecho con ellas el amor a la naturaleza, el misterio de una semilla partiéndose y dejando salir la vida, la ciencia y el milagro de la fotosíntesis. Podía verla, con un diminuto humano de pelo negro y rizado, acurrucados frente a una pantalla admirando la proyección de una atmósfera celeste, una grabación centenaria de la selva. Hana quería un hijo y Pandora no podía dárselo. Intentaban no discutir, porque se querían pero también porque sabían cuál era su misión, y sus úteros no podrían permanecer vacíos para siempre, así que Hana llegaba cada día más tarde de trabajar mientras Pandora la evitaba y recorría la nave buscando una señal, un propósito.

La culpa se transformó en rabia. Contra los adultos que le habían hecho amar la Tierra sin haberla conocido nunca. Contra sus abuelos, por sacrificarla. Contra Hana, por su fe en un futuro ajeno.

Su amargura la llevó al vientre de la nave. Durante su pasantía como electricista había recorrido aquellos pasillos semanalmente, buscando fallos en el sistema. También cuando fue limpiadora le encargaron aquella zona y si se decidiese a ser bióloga teórica, como Hana, pasaría mucho tiempo en aquellos almacenes. Pero no quería ser bióloga, ni mecánica, ni astro-arquitecta. Quería ser granjera, hundir las manos en tierra fértil, cuidar animales vivos.

¿Qué diría si se encontrara con alguien? ¿Por qué andaba por los almacenes a aquellas horas? Revisaba la instalación eléctrica. Su ejercicio diario. Curiosidad.

Supervivencia.

Caminó con tranquilidad fingida, leyendo los códigos en la puerta de cada depósito, hasta llegar al que le interesaba: 0010783. Especies generalistas. Plantas y animales que podrían adaptarse a casi cualquier condición ambiental. Los primeros habitantes de Rea. Cerró la puerta tras de sí.

Después de filas de congeladores de ADN y cajas herméticas con semillas, llegaban los esquejes, cada uno en un cubículo sellado, las condiciones de luz y humedad controladas para garantizar su estasis temporal. Aquellas plantas habían nacido en un planeta. Su sustrato contenía minerales terrestres, sus hojas habían hecho la fotosíntesis bajo un sol ya extinto. Pandora escuchó el latido de su corazón en los oídos. Todavía estaba a tiempo de echarse atrás. Todavía podía volver a casa, aprender a vivir en aquel monstruo de metal.

Desactivó el cierre, y el aire escapó del cubículo con un siseo. Pandora acunó la maceta y la puso en el suelo, en ella un solo tallo verde oscuro con hojas puntiagudas en la base y varios capullos blancos listos para florecer, su nombre consignado en una pequeña placa metálica: Asphodelus aestivus. Gamón común. Habría sido común en la Tierra; aquí, cualquier cosa menos eso. No supo cuánto tiempo pasó solamente observando el pendular del tallo, la suave curva de los pétalos cerrados, aspirando el olor a abono que ya impregnaba toda la estancia. Estaba acostumbrada a la leve ranciedad del aire un millón de veces respirado. Nada podía haberla preparado para cómo olía la vida.

No escuchó la puerta abrirse; solo un leve jadeo de sorpresa que reconocería en cualquier parte. Hana. Se dio la vuelta con una expresión menos culpable de lo que debería, esperando escuchar un “¡Pandora!” horrorizado. No se debía, nunca, abrir las cámaras de estasis. No se debía, nunca, poner en peligro aquellas plantas. Era un crimen comparable con matar a un niño.

Pero Hana no habló, sino que se arrodilló a su lado. Sin un ruido, hundió los dedos en la tierra, acarició el tallo y las flores, dejó caer algunas lágrimas sobre el hombro de Pandora, que solo pudo acompañarla con las suyas. Se acariciaron las mejillas con manos manchadas de barro, se besaron con los labios húmedos, sonrieron en la boca de la otra.

–¿Crees que podríamos?

La pregunta era sencilla e inmensa. ¿Podríamos quedárnosla, ocultarla, criar una planta en lugar de hijos, sobrevivir a ser solo un puente entre el pasado y el futuro? ¿Podríamos usar este gamón como soporte vital, más importante que la gravedad y el oxígeno? Hana sonrió y negó con la cabeza.

–Sabes que no.

Pasaron allí la noche, memorizando el asfódelo, imprimiendo en sus cuerpos un nuevo entusiasmo y, al llegar la mañana, volvieron a meterlo en su cubículo, sabiendo que rota la estasis condenaban a aquella planta a una muerte lenta, y salieron del almacén con las manos entrelazadas.

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Comentarios

  • Manuel Suarez

    Por Manuel Suarez, el 19 agosto 2021

    Nuestra estrella el Sol, tiene aproximadamente 4. 500. 000.000 (cuatro mil quinientos millones de años) y se calcula que su duración antes de agotar su hidrógeno y convertirse en un gigante rojo, es de 5000.000.000 de años mas. Si cuidamos nuestro planeta, y no nos auto-exterminamos en un futuro no muy lejano, el Sol todavía sera una estrella viable para soportar vida en la Tierra, millones de años después de que la especie humana deje de existir como tal.

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