Cuando un grupo de ultraderecha mata a un hombre con un bate

La escritora María Codes.

Tras leer algunas novelas, queda una herida profunda y longeva de la que jamás podrás librarte. Novelas como ‘A corta distancia’, de María Codes (Madrid, 1960) –escritora que ha sido finalista de los premios Nadal y Tusquets–, que acoge una historia escrita desde la exactitud más absoluta y desde la devoción más absoluta por la verdad. Una novela que comienza con ese ímpetu certero con que un asesino busca la muerte de su oponente. Desarma el pulso con que está escrita esta novela social y generacional, esta novela doliente en la que lo trágico y lo recóndito golpean contra la mirada del lector de esa forma incontrolada con que un bate de béisbol golpeó hasta la muerte el cuerpo de un hombre bueno.

A corta distancia es una novela que desarma, que te mantiene en vilo desde la primera hasta la última página, que te convierte en presa sobre esa exquisita tela de araña que van creando de manera prodigiosa causalidad y casualidad mientras dura la narración. María Codes parte de un brutal incidente para otorgarle a su libro una incontestable columna vertebral, para reafirmarla en un homenaje descomunal a lo fatídico que a veces irrumpe en la vida. Codes usa la memoria con una inteligencia suprema, no busca revancha sino eternidad para un hombre bueno, asesinado por la sinrazón fascista durante la Santa Transición que de santa, leyendo libros como este, no tuvo nada.

A corta distancia es un libro perturbador por las conexiones que despliega, porque muestra lo sencillo que le resulta a un asesino llevar una vida normal, porque demuestra lo sencillo que le resulta a un depredador sexual ser admirado por todo el mundo, porque demuestra que la violencia conyugal puede arrasar una vida mientras uno de los integrantes de la pareja escucha a Rossini dentro de su coche. Codes conoce todas las caras de la violencia y sin reparos, pero con una elegancia que hace de su narración un regalo para el lector, va abriendo en canal la fisionomía detrás de la que éstas van escondiéndose.

Codes sabe que la vida no regala nada después de una tragedia, tan solo deslumbrantes y nocivos flash back que golpean lo que queda de nosotros:

“Los recuerdos acuden a ella con los ojos abiertos. Oscuros y silenciosos, como en una película muda. Avanzan y se detienen en fotos fijas, pálidas, a punto de deshacerse en ceniza. Sangre vieja”.

Hay una perfección narrativa en esta novela que no deja de estallar mientras se está sumergido en ella, una perfección que no paraliza. Una perfección inclusiva motivada y refrendada  por el laberinto vital que muestra, porque cada emoción escogida ocupa el espacio adecuado:

“Celia se acercó al ventanal para subir la persiana. La vista daba al campo abierto y al cementerio. El cielo ya no era ardiente a esas horas, sino de un gris sucio, como bruma que emergiese del asfalto”.

“No dejaba de pensar en hogueras y en animales muertos. ¿Sería de verdad Emma la joven que había visto desde el tren en el descampado, junto a la estación? ¿Quemaría allí también animales muertos como esos salvajes que se reunían en el cementerio, frente a la ventana de Celia?”.

“Tomó un baño caliente y volvió a pensar en Celia, con las cajas apiladas sin desembalar. La comparó con un animal expulsado de la manada, condenado a morir solo”.

Se nota que Codes ha empleado todo el cuidado posible en configurar la inteligencia emocional de cada uno de sus valiosos personajes. Que cada gesto, cada diálogo y cada pensamiento está perfectamente estudiado pese a que, paradójicamente, la autora ha sabido compartirlo desde esa rica naturalidad que hace posible que un texto triunfe.

Y se nota la costosa elaboración de un texto tan valiente como el que alberga esta novela homenaje a Josefo Alcazo, a su arrojo en una noche que no debía haber sido un callejón sin salida, sino una amplia alameda por la que poder escapar de la locura de un puñado de execrables fanáticos.

Desarma el pulso con que está escrita esta novela social y generacional, esta novela doliente en la que lo trágico y lo recóndito golpean contra la mirada del lector de esa forma incontrolada con que un bate de béisbol golpeó hasta la muerte el cuerpo de un hombre bueno. Desarman las acertadísimas atmósferas en las que las protagonista de Codes se ven obligadas a respirar. Desarma la paciencia de Ruth y el eco de ese miedo atávico e inagotable sobre el que se ven obligados a caminar cada día los supervivientes. El dolor maternal y conyugal de Marta. La resignación de Valeria. El abismo congénito en el que habita Emma. Y enervan las conductas de Gabriel, de Jorge y de Álvaro, tres hombres dispuestos a todos, tres árboles de raíces cada vez más podridas cuyos movimientos solo ofrecen veneno y mentiras.

A corta distancia es una novela en la que ficción y realidad cohabitan con ese respeto con que lo hacen dos animales de distintas especies obligados a vivir en el mismo espacio. Y esa interrelación hace de este libro una obra eterna. Un espacio de salvación y preservación para que nadie olvide todos esos actos injustificables e inhumanos que en nombre de la patria son cometidos a diario en innumerables ciudades de innumerables países.

Codes ha escrito una novela en la que todo se nombra y en la que el silencio aparece en pocas ocasiones y solo para salvaguardar el honor de un hombre muerto.

A corta distancia es una novela valiente, firme y combativa. Una novela que hay que leer, porque la literatura es siempre un faro, una luz capaz de desafiar el olvido y la imposiciones con que quieren aniquilarnos los vencedores.

Imprescindible.

‘A corta distancia’. María Codes. Pre-Textos. 246 páginas.

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