Las cuatro estaciones del volcán de La Palma para no olvidarlo

Erupción del volcán de La Palma. Foto: Eduardo Nave

El vértigo de la actualidad, todo lo emergente que se hace urgente, es tal que los acontecimientos nos atropellan y a menudo ni tenemos tiempo para asimilarlos, para aprender o aprehender algo de ellos, para recargar mental y emocionalmente las experiencias de lo que sucede. Es lo contrario a la forma de trabajar de uno de los fotógrafos españoles más interesantes actualmente, Eduardo Nave, que acaba de publicar un exquisito libro sobre la erupción del volcán de La Palma, el Tajogaite. A él le gusta trabajar dándole tiempo al tiempo. Y en vez de posar, reposar.

Las cuatro estaciones del volcán Tajogaite en ochenta y cinco vistas, publicado recientemente por Ediciones Remotas (editorial independiente con sede en Canarias) La Fábrica, recoge una serie fotográfica inspirada en Treinta y seis vistas del monte Fuji, del artista japonés Katsushita Hokusai (1760–1849). (Sí, sí sabéis quién es, es el autor de la famosa estampa, mil veces reproducida y copiada, de La ola). Nos lo explica Eduardo Nave, que es muy de trabajar sobre una obsesión, buscando los mil ángulos y variantes de algo fijo que tiene metido en la cabeza: “El proyecto consiste en la observación de todas las fases del volcán desde el principio de la erupción hasta las consecuencias de éste, todo un año de trabajo, pasando por las cuatro estaciones”.

El volcán de La Palma, que mantuvo en vilo la isla canaria con su erupción todo el otoño de 2021, recibió primero el nombre de Volcán de Cumbre Vieja, hasta que una consulta popular en la que participaron más de 4.000 personas lo rebautizó como Volcán de Tajogaite, que es el nombre guanche que recibe la zona del volcán, la zona de la isla de La Palma perteneciente al municipio de El Paso y situada al sur de Los Romanciaderos, cercana a la Montaña Rajada. Y ese es el nombre que va en el libro de Nave, quien en las presentaciones del libro que hizo en diciembre reconocía que, a pesar de todas las desgracias que trae consigo (para empezar, por el Tajogaite más de 2.000 personas perdieron sus casas y más de 1.200 hectáreas de la isla quedaron afectadas), observar la erupción de un volcán “es algo hipnótico”.

Foto: Eduardo Nave.

Foto: Eduardo Nave.

Foto: Eduardo Nave.

Foto: Eduardo Nave.

Tanto él como el vulcanólogo y profesor de la Universidad Complutense Álvaro Márquez González, que ha asesorado al fotógrafo y le acompaña en las presentaciones, señalan que lo que más les impresionó fue el ruido intenso, constante, inquietante. Ese bramido que sale del interior de la Tierra y que nos pone en nuestro sitio, nos deja constancia de la fragilidad humana, “una mezcla entre el sonido del mar y una mascletá valenciana”, dijeron. Y no sólo los truenos de la erupción, sino también ese ruido de las coladas de lava desplazándose, ese ruido multiplicado como de algo o alguien supranatural pisando cristales y devorando todo lo que encuentra a su paso, sin remedio ni freno ni cortapisa ni atajo ni matiz.

El vulcanólogo también destaca que, a pesar de los avisos, de los constantes seísmos premonitorios desde el 11 de septiembre (la erupción comenzó el 19), científicamente hablando, la erupción, el comportamiento del nuevo volcán, no respondió a lo que esperaban, sino que fue de mayor intensidad de la prevista. “Fue una erupción muy destructiva, la más importante de Europa en los últimos 25 años; la primera en tierra en Canarias desde 1971”.

Eduardo Nave explica que los sentimientos se agolpan ante tamaño despliegue de fuerza de la naturaleza: “Te parece al mismo tiempo maravilloso y terrorífico; es difícil de explicar. El fuego es hipnótico, pero a la vez estás siendo consciente del sufrimiento de la gente”.

Cuatro estaciones, 85 imágenes, la misma cantidad que los días que duró la erupción. Un trabajo meticuloso, cuidado al máximo –el libro está impreso en siete tintas en vez de las habituales cuatro; con el canto rojo en referencia a la lava incandescente; con las tapas negras, como la lava que queda ya apagada– para hacer memoria, para fijarla, para que la avalancha de coladas de actualidad no entierre las experiencias en estratos superfluos. De hecho, el olvido, como la colada que avanza, es cruel e intransigente. “Cuando fui en septiembre”, rememora Nave, “podíamos estar un millar de fotógrafos en La Palma. Ya cuando fui en noviembre podíamos ser un centenar. En diciembre, una decena. Y ya en enero a menudo me encontraba solo”.

“Dicha peregrinación”, explica la reseña de la editorial, “se ha realizado no solo durante la erupción, sino también en periodos posteriores. Para documentar así todas las fases del volcán durante todas las estaciones del año, como lo hizo Hokusai hace casi 200 años. El proyecto sobre el volcán se concibe a modo de ukiyo (pinturas del mundo flotante). Estas estampas japonesas hacían referencia a la idea de una felicidad basada en que el mundo es transitorio, fugaz, efímero. Al igual que un volcán. Al igual que la vida misma”. “En sus libros y obras, Eduardo Nave explora la identidad de los paisajes marcados por hechos trágicos. El autor se suele asomar a aquellos lugares que han sido testimonio de un acontecimiento dramático para buscar la cicatriz escondida, aunque siempre un estado de calma se apodera del acto fotográfico, devolviendo una imagen pausada y serena como si nada hubiera ocurrido”.

Foto: Eduardo Nave.

Foto: Eduardo Nave.

Tal como indicábamos en el artículo de El Asombrario sobre su exposición Like en EFTI (un trabajo sinuoso de casi dos décadas), Nave persigue el retrato del lugar de los acontecimientos, el lugar de los hechos, como sus proyectos A la hora en el lugar (2008-2013, sobre los espacios donde ETA asesinó), Once de marzo (2010-2013, sobre los escenarios de los atentados terroristas del 11M en Madrid) y Normandie (2003-2005, sobre las playas del desembarco de Normandía, que marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial), transformados todos en libros.

Terminamos con una bella reflexión de la escritora y periodista Laura Ferrero incluida en el libro: “Los geólogos tienen un dicho: las rocas recuerdan. La Tierra, como la piel, que es según Paul Valéry lo más profundo que tiene el hombre, tiene memoria, también este libro, un intento de apresar las estaciones, el cambio de esta montaña que deja de ser montaña y se convierte en volcán”.

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