Cuatro ‘Microlocas’ dan vida a los ‘Pelos’ más reivindicativos

Microlocas

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Las escritoras ‘microlocas’.

En ‘Pelos’, las escritoras ‘microlocas’ Eva Díaz Riobello, Isabel González, Teresa Serván e Isabel Wagemann construyen un volumen de microrrelatos a ocho manos, pequeñas historias que giran en torno a la identidad femenina, el amor y el desamor, el cuerpo de la mujer y las tiranías que le marca la sociedad, las relaciones, la libertad, la familia, la maternidad… Piezas en las que se mezclan lo sensual y lo macabro, la ternura y el humor negro.

No tengo nada en contra de los premios literarios, pero nunca han despertado demasiado mi interés. No por esnobismo, ni por un rechazo como el que propugnaban los surrealistas, ni como protesta ante un sistema de “calificación” cuando menos casual y azaroso (en España ya sabemos que sobre algunos pesa la sospecha de que están amañados), sino más bien por pereza. He seguido con el rabillo del ojo el polémico Premio Nobel a Dylan, por ejemplo, y si lo pienso son pocas las veces en las que me he alegrado de verdad de que se lo concedieran a un autor en concreto. Que yo recuerde, solo a John Coetzee y, más recientemente, a Alice Munro.

Volví a sentir la semana pasada esa especie de felicidad cuando le entregaron a Richard Ford el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Admiro su capacidad para fabular, cómo construye sus personajes, a los que siempre trata con empatía y que nos devuelven una mirada honda sobre lo que somos. Como tantos autores en Estados Unidos, Ford se formó como escritor en la universidad y desde hace muchos años es él quien se gana la vida –aparte de con sus libros– enseñando a otros a escribir. Cuando le preguntaron por este tema en una de las entrevistas que le hicieron estos días, respondió que él no enseñaba a escribir, sino a leer. Qué gran verdad. Escribir es aprender a leer.

La lectura te lleva a la escritura y viceversa. Casi una consigna que sigo al pie de la letra en mis talleres. Hace unas semanas, les pedí a mis alumnos que escribiesen un microrrelato en torno a los pelos, en general, como entidades que nos rodean por todas partes, que están ahí, cuestionando nuestra existencia. La idea no es mía, sino de cuatro autoras –Eva Díaz Riobello, Isabel González, Teresa Serván e Isabel Wagemann– que acaban de publicar Pelos, en la editorial Páginas de Espuma. Es legendaria la escritura a cuatro manos entre dos de los grandes narradores del siglo XX, Borges y Bioy Casares, fusionadas bajo el seudónimo de Bustos Domecq. En Pelos, las Microlocas –nombre con el que comparten su trabajo en común Riobello, Serván, Wagemann y González– han construido un volumen de microrrelatos a ocho manos, pequeñas historias que giran en torno a la identidad femenina, el amor y el desamor, el cuerpo de la mujer y las tiranías que le marca la sociedad, las relaciones, la libertad, la familia, la maternidad, la complacencia con la que nos movemos por la vida. Piezas en las que se mezclan lo sensual y lo macabro. La realidad es mucho más de lo que ve nuestra mente racional y, como sugería Cortázar, los seres inanimados también pueden convertirse en un más allá, en un ser que nos cuestione.

Es lo que hacen las autoras con los pelos, transforman estos seres que pueblan nuestra vida, que la rodean y la envuelven, en el hilo narrativo de un libro lleno de matices que desmitifica el imaginario colectivo en torno a lo que son las mujeres, de hoy y de siempre. Relatos narrados con un lenguaje en el que abunda el detalle, el humor negro, un lenguaje que a veces es sinuosamente duro, pero que no renuncia a la ternura ni a la reflexión más íntima. Historias y situaciones que dialogan con las sugerentes ilustraciones de Virginia Pedrero.

Los pelos están ahí, hablan de nuestra realidad. Pero la realidad no es unívoca, es múltiple, y puede percibirse con enfoques muy distintos. También desde lo que la convención literaria entiende como realismo. En su primera novela, La edad media (Candaya), el escritor murciano Leonardo Cano nos cuenta la historia de HijodelRana, Moya y Fauró, tres chicos que coincidieron en el Bosco, un colegio privado y elitista. El paso del tiempo, los sueños rotos, cómo nos definen las circunstancias en las que nos criamos, la búsqueda de la identidad, las dependencias emocionales, el mundo virtual o el acoso escolar son algunos de los temas sobre los que reflexiona Cano en esta obra coral. Historias entrelazadas a partir de tres voces narrativas –una de ellas es una conversación de correo electrónico– para crear un mosaico en el que se mezclan el presente y el pasado. Un presente con el telón de fondo de la crisis económica y el ambiente plomizo del mundo laboral y de la burocracia. Y un pasado que en ningún caso se idealiza y en el que se fermenta el germen de lo que llegaremos a ser. Con gran acierto, el autor no se limita a copiar la realidad sino a interpretarla a partir de la vida de tres hombres de mediana edad, en una novela generacional que en todo momento mantiene un gran pulso narrativo.

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