Cuentos y cuentistas

Un fotograma de la película Everest.

Un fotograma de la película Everest.

Un fotograma de la película ‘Everest’, de Baltasar Kormákur.

Diserta el autor sobre el presente y el futuro del cuento español a través de las opiniones de varios críticos de la prensa especializada. Y termina perdido en la metáfora de la manía del ser humano de rebasar sus límites.

Este fin de semana la revista El Cultural me ha dejado inquieto, en un estado parecido al cielo que se intenta abrirse paso hoy en Madrid a través de mi ventana; uno no sabe si tendremos otro día anodino y gris, como de contaminación, sin esa lluvia que siempre es un desahogo, o finalmente el sol tibio del otoño reconfortará nuestro ánimo.

Por un lado, leo la bomba lanzada por Eloy Tizón sobre el presente y el futuro del cuento en español. Sostiene Tizón: “[el relato breve] ha experimentado un colosal proceso de crecimiento, recapitulación y autocrítica, ante el cual muchos aún no han sido conscientes o prefieren cerrar los ojos y mantenerse ignorantes, anclados en la inercia. Allá ellos”. Y sigue: “Ya no tiene sentido la vieja aspiración de producir cuentos perfectos, manicurados y esféricos en los que nada sobra y nada falta”. Ya no hay cuentos, sino desviaciones de cuentos: postcuentos. Ideas lanzadas por uno de los mejores cuentistas que existen hoy en español, a uno y otro lado del Atlántico. Tizón alumbra un debate (o una certeza) que deberán tener en cuenta quienes escriban cuentos a partir de ahora.

La escritura, como la lectura, debe ser una búsqueda permanente, y la columna de Tizón conecta bien, creo, con el artículo que escribe Ignacio Echevarría unas páginas más adelante, en la misma revista, segundo puñetazo en la cara: “Ir al cine, leer”. Una vez más, el crítico cuestiona la idea de que leer en sí mismo sea algo positivo, es más bien neutro, asegura. Y para “demostrarlo”, se apoya en la diferencia que sugiere Ferlosio entre “ir a cine” y “ver esta película”. Y cita lo que dice Ferlosio en Las semanas del jardín: “En lo segundo [ver esta película], por débiles que sean los fundamentos de la decisión –no pocas veces simplemente un título­–, se trata siempre de una acción intencionalmente positiva, dirigida a un objeto específico dado, al que se liga, en un mismo movimiento, la propia determinación de ir al cine; mientras que en lo primero [ir al cine] tal determinación queda como un momento previo y separado, que proyecta ante sí un lugar vacío”.

Aunque en una época de mi vida iba al cine casi a diario (casualmente hablaba de ello ayer en este mismo Asombrario), ahora mi dosis cinematográfica casi ha quedado reducida a las escapadas que hago los domingos con mi hijo, de 11 años. Y he de decir que él siempre quiere ir a ver “esta película”, no “ir al cine”. Así son los niños. A veces toca una de superhéroes y otras, como el domingo pasado, me pidió que fuéramos a ver Everest, de Baltasar Kormákur. Basada en hechos reales, la película narra las peripecias de dos grupos de excursionistas que intentan alcanzar la cima más alta del mundo. El resultado del filme es desigual, tiene buenas interpretaciones (excelente Jake Gyllenhaal) y una ambientación acertada, pero el director no consigue implicarnos del todo en las situaciones más dramáticas ni en el relato emocional de sus protagonistas. Sí logra transmitir la –a veces pueril– necesidad de los humanos de sobrepasar todos los límites, también los de la naturaleza, aunque sin caer en el mensaje fácil. Y nos alerta del daño irreparable que ya entonces planeaba sobre el Everest, los estragos de que se haya convertido casi en una ruta turística más. Una comedia triste, me dijo mi hijo al salir, y tal vez lleve razón.

Y como el cine y la literatura son primos hermanos, al llegar a casa me fui corriendo a la estantería para releer algunos pasajes de En solitario (Solo Faces), una novela poco conocida en España del recientemente fallecido James Salter, publicada por El Aleph y que hoy es prácticamente inencontrable (ya que Salamandra está publicando la obra de Salter, quizás estaría bien una reedición). La novela también está basada en hechos reales y narra el rescate que Gary, alpinista experimentado, hace de su compañero en la subida al Dru, uno de los picos más complicados de alcanzar del Mont Blanc, aun a costa de arriesgar su vida. El instinto de superación, la solidaridad, la idea de que en la montaña todos los alpinistas forman un equipo, ingredientes que formaban parte de Everest, también están presentes en esta novela, aunque ahora vistos desde la mirada de un gran artista, Salter, y contados con la prosa de uno de los grandes estilistas de habla inglesa. Al igual que en la película, el narrador norteamericano reflexiona sobre la idea obsesiva de los humanos de rebasar nuestros límites. ¿Por qué lo hacemos? Quizás la culpa, después de todo, no es nuestra, sino del Titán Prometeo cuando robó el fuego a los dioses.

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Comentarios

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 26 octubre 2015

    Interesantes reflexiones sobre el cuento y sus límites. Sobre la imagen, la palabra y las buenas intenciones.

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