De la selva al volcán: viaje por los sonidos del mundo con Carlos De Hita

El sonidista, guionista, escritor y divulgador ambiental Carlos de Hita.

Carlos de Hita lleva tres décadas viajando para grabar los paisajes sonoros de la Tierra. Sonidista, guionista, escritor, conferenciante y divulgador incansable, su dedicación a la naturaleza ha sido reconocida en premios como el de la Fundación BBVA o la Sociedad Geográfica Española, que han sabido apreciar la vida que nos describe a través de la olvidada escucha. Su nueva obra, ‘Sonidos del mundo’, es un homenaje a las voces con las que nos habla la naturaleza y la vida humana que vive inmersa en ella, en un viaje que nos traslada ‘de oídas’ a fascinantes rincones del planeta.

Las mujeres baká se meten en un remanso del río y hacen un círculo. Enseguida comienzan a palmotear en el agua con las manos ahuecadas y el chapoteo y la percusión se convierte en un ritmo trepidante que acompañan con su cántico. Son los tambores del agua ­–el liquindi, en su lengua local–, un ritual para favorecer la caza que sigue vivo entre las gentes que habitan la selva centroafricana y que, en palabras del naturalista y documentalista sonoro Carlos de Hita, desprende “luz en el corazón de las tinieblas”. Esta es una de las escenas que evoca en su último libro  Sonidos del Mundo (Anaya Touring), obra en la que nos pasea por cuatro continentes a través de las voces de la fauna, las tormentas, los volcanes o del suave deslizar de la arena en las dunas del desierto del Teneré, que ha recogido con sus micrófonos al hombro.

“El oído es inmersivo, nos envuelve y nos cuenta mucho del lugar donde te encuentras. Cada árbol tiene su sonido bajo la lluvia, también con la calma. La naturaleza nos cuenta relatos con sus voces y si escuchamos con atención, también la vemos”, nos hizo ver y escuchar recientemente en la presentación de su libro.

Le hago caso y, mientras escribo la crónica, me traslado a la tundra sueca, donde oigo picapinos, camachuelos, carboneros…  Como nos explica el autor, nada muy distinto de lo que escucharían los primeros Homo sapiens que pisaron Europa hace 40.000 años, en plena Edad de Hielo. Sonidos del mundo está sembrado de códigos QR que, con un teléfono móvil a mano, nos llevan a lo que el autor llama “paisaje sonoro”, el retrato vívido de esas notas que nos proporciona cualquier entorno natural con los seres vivos que lo habitan, incluidos los humanos.

“Comencé grabando para documentales, lo que he seguido haciendo, pero como proyecto personal me propuse hacer un catálogo sonoro de todas las aves de España. Una vez terminado, me fijé en los escenarios donde están esas aves. En realidad, fue en un viaje a Kenia donde, escuchando en la noche el barullo que había a mi alrededor, su intensa biofonía armónica, cuando decidí que tenía que recoger todo ese paisaje sonoro del que no hay dos iguales, ni en el espacio ni en el tiempo, y que por lo tanto son inabarcables”, relata.

Carlos de Hita nos cuenta que “cuando ruge el león, la sabana se ensancha”. Y ahí le sentimos, portentoso, con esa llamada poderosa que rasga cualquier noche en el Masai Mara, que calla a las aves y hace escapar a las gacelas y las cebras. Y están las anécdotas, casi siempre con peligro en entornos de vida salvaje: “Este capítulo africano lo he llamado No masai, porque es lo que me dijo el masai que me acompañaba cuando yo estaba a solo 40 pasos de un búfalo para grabarle. Fue un ‘allá tú, que yo paso’ muy efectivo, y tenía razón porque los búfalos son muy peligrosos, pueden aplastarte”.

Este nuevo libro es el tercer volumen de una serie –el primero fue Bosques de España; el segundo, El sonido de la naturaleza: calendario sonoro de los paisajes de España–. Comienza, sin embargo, muy lejos, en el viaje extraterrestre que, en una introducción, nos recuerda que la nave Voyager, lazada en 1977, aún sigue navegando por el espacio interestelar y que lleva un disco de oro a bordo, por iniciativa del gran divulgador que fue Carl Sagan, con los sonidos más representativos del planeta, a modo de botella cósmica de unos náufragos en el Universo, destinada a alienígenas de otros mundos.

En ese disco, como en la obra de Carlos de Hita, no sólo hay sonidos de la naturaleza, sino también humanas antropofonías de quienes viven dentro del paisaje; en su caso, nunca de quienes habitan escenarios donde el protagonismo es para el ruido de las máquinas. Ahí tenemos a los lamas “del último reino perdido” que es el Mustang nepalí, donde, como nos relata el autor, “el sonido de címbalos y trompas, con la letanía de los monjes… rebota en los muros de las montañas”. Y también a las mujeres baká, “con una capacidad musical tan compleja en polifonías como la de nuestro Renacimiento y que nos habla de la geografía de la selva”. Pero también a una tigresa de la jungla de Rajastán, en India, país donde nos recuerda que sobreviven apena 2.000 ejemplares, mientras que algo más al sur, en países como China o Vietnam, se negocia con sus huesos para hacer brebajes.

No es fácil elegir un destino sonoro de los que nos ofrece entre tanta vida –la misma que, como decía el último informe Planeta Vivo de WWF, estamos callando a fuerza de destruir sus hábitats–, pero hay paradas en este álbum de recuerdos que son especiales. Entre ellas, la que hizo en el Amazonas, donde descubrió “el orden perfecto en la estridencia de insectos que había alrededor”. Allí comprobó que cada saltamontes o cada chicharra tenía su franja sonora sin entrar en competencia, “organizándose como una pared de ladrillos”.

También nos lleva a su momento con las ballenas a la Patagonia argentina; en  concreto, con una gigantesca franca austral, que se acercó al pequeño bote de goma en el que estaba. “Las ballenas hablan. Tienen un lenguaje completo y con una voz distinta cada una de ellas, como nosotros. Y si nos hablan, por tanto, piensan y sienten. En este viaje, esa ballena se nos acercó tanto que estoy seguro de que vino a saludarnos”. Enfoco el QR y escucho su respiración portentosa, el golpe de su cola de seis metros sobre el agua, también su canto bajo la superficie, que Carlos de Hita grabó con un hidrófono. En este caso, además, también la veo en un vídeo.

De España no podía faltar el paisaje sonoro de Doñana en invierno, el hogar de decenas de miles de aves que durante decenas de miles de años han encontrado ahí su lugar y que el naturalista tantas veces ha visitado. La última, recientemente, para comprobar cómo se está dejando morir. “Es uno de los 10 lugares únicos en el mundo y está seco. Escuché aves esteparias donde antes no estaban, es tremendo”, reconoce.

Pero si algo le ha fascinado y sorprendido en estas décadas de músicas y sonidos de este planeta único y biodiverso es la furia de un volcán, que pudo comprobar el pasado año en Cumbre Vieja, en La Palma. Hasta allá se fue, y en varias ocasiones, con sus equipos de grabación a cuestas para descubrir “lo más colosal e inmenso, sin límites” que genera el planeta. Pudo captar la vibración del suelo, las explosiones de la erupción, el sonido de las rocas cayendo ladera abajo, el de las cenizas… y el de la lava. “Me sorprendió cómo la lava, cuya superficie se va enfriando según fluye, suena a cristales que se rompen”, explica. “Estando allí, tan cerca del volcán, tanto que se quemó un micrófono, pensé que ese era el único sonido que había en la Tierra hace miles de millones de años, porque antes de que hubiera agua y vida, ahí estaban ya los volcanes”.

El recorrido sonoro, y literario también, que va acompañado de espectaculares imágenes, acaba en Venecia, la ciudad de la que tantas rutas viajeras salieron en el pasado, la metrópoli renacentista de Marco Polo. “Quedan muchos viajes por hacer, y uno de los que me faltan es al Parque Nacional de Yellostone. Pero también quiero documentar la crisis sonora de la naturaleza, porque reflejar el no escuchar lo que antes sí estaba es también denunciar la crisis ambiental en la que estamos y de la que tenemos que ser conscientes”.

Sonidos del mundo y su viajar de oídas es un libro inmersivo en el que todos los sentidos entran en acción para vivir cada experiencia.

Lo cierro mientras mi mente, a través de la escucha, me hace revivir el bullicio de la Curva del Río Níger en las cercanías de Tombuctú, el ritmo incesante y musical de las mujeres machacando mijo en el pilón al paso por las aldeas, a la llamada a la oración desde la mezquita de Segou, el leve deslizar del hipopótamo que se acerca a la pinaza…

En su web, podemos escuchar esos viajes, desde Doñana al rugido del volcán de La Palma. 

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