La derecha que quiere ser izquierda, pero como Dios manda

Juan García Gallardo e Isabel Díaz Ayuso.

Hace poco murió Nicolás Redondo y llovieron las columnas en medios de derechas y las declaraciones políticas glosando su figura como histórico líder socialista y sindicalista. Es curioso, porque, aunque ahora eran todo elogios, durante su andadura no se lo pusieron nada fácil, porque la derecha defiende a los trabajadores, pero siempre que no molesten a los empresarios. En temas como el feminismo, el cuidado del medioambiente, la defensa del colectivo LGTBI…, la derecha quiere hacerse pasar a menudo por la ‘auténtica izquierda’, una izquierda sin aspavientos, sin tonterías ni mamandurrias, una izquierda bien, sin sojas ni ‘cupcakes’. O sea, una izquierda ‘como Dios manda’.

Una de las obsesiones de la propaganda neoliberal desde los 80 es el descrédito y persecución del sindicalismo. Ojo, no de los sindicatos, o de un sindicato en particular, sino de la mismísima idea de sindicalismo. Consideran que la organización de los trabajadores para defender sus derechos y lograr un mejor funcionamiento de las empresas es un lastre a la productividad, un chiringuito para vagos y maleantes adictos a las mariscadas y, en fin, una cuestión que roza el matonismo y la maldad. Nada diferente, por lo demás, de lo que históricamente han considerado las élites empresariales. Al menos ahora las patronales no reprimen con pistolas. Sin embargo, el sindicalista muerto es el sindicalista bueno.

Pasa algo parecido con Felipe González, al que durante sus gobiernos le hicieron la vida imposible, muchas veces con toda la razón, pero que ahora, con motivo del 40 aniversario de la victoria del PSOE en 1982, se le pinta de manera mucho más benevolente. En general, se habla de un PSOE que sí molaba, que era un partido de Estado, que era una izquierda como tiene que ser, en comparación con el PSOE dizque sanchista que ha perdido la cabeza en manos de separatistas, feministas, comunistas o ecologistas (considerando, además, que el separatismo, el feminismo, el hipotético comunismo o el ecologismo no son posturas legítimas, sino expresiones del virus del “marxismo cultural” que viene a destruir la civilización occidental, se ignora con qué fin).

Es curiosa esta relación que tiene la derecha con las diferentes formas de la izquierda y esa romantización, como se dice ahora, de la izquierda pretérita porque, otra vez, la izquierda buena es la izquierda muerta. Pero más curiosa es la relación que tiene con la “diversa”, por llamarla de alguna manera, izquierda actual, concretamente con sus expresiones posmateriales: da la impresión de que, en eso de las llamadas “guerras culturales”, la derecha quiere hacerse pasar muchas veces por la auténtica izquierda, una izquierda sin aspavientos, sin tonterías ni mamandurrias, una izquierda bien, sin sojas ni cupcakes. Una izquierda como Dios manda.

En muchos aspectos no logran salirse del marco progresista, como esos magufos que utilizan términos científicos, como la palabra “cuántico”, para recoger algo del prestigio de la ciencia y arrimarlo a su hoguera. Por ejemplo, el feminismo. Será difícil encontrar a políticos de derechas que nieguen ser feministas, pero feministas a su manera, sin exabruptos, sin chiringuitos, sin manifiestos del 8M. Son “feministas verdaderos”, como dijo Rocío Monasterio, de los que aprueban que las mujeres lleguen a portavoz parlamentario o consejero delegado. Dijo uno de Vox que en su partido hay mujeres “casi” tan válidas como los hombres.

Otro ejemplo es lo referente al colectivo LGTBI. Por supuesto que la derecha aprueba a las personas LGTBI, pero siempre que practiquen sus orientaciones e identidades sexuales en su vida privada. ¿Qué es eso de colectivizar? Las personas LGTBI son individuos respetables que pierden su respetabilidad cuando se asocian para reivindicar sus derechos, para celebrar orgías repugnantes como la del Orgullo o para pervertir a menores en las escuelas. Por lo demás, totalmente a favor.

Algo similar ocurre con los trabajadores, con “los de abajo”, esa “España que madruga” por la que la derecha se desvive, siempre y cuando no se asocie en sindicatos para conseguir mejoras laborales o sociales o haga fastidiosas huelgas que interfieran en la vida cotidiana de sus convecinos. A la derecha le gusta la clase trabajadora que trabaja mucho, cobra poco y no se queja. Por eso siempre votan del lado de la patronal y en contra de las políticas sociales.

Por no hablar del cuidado del medioambiente, que les parece necesario y sensato, siempre que no se persiga la agenda globalista de reducción de emisiones, o se restrinja el tráfico en las ciudades o se haga caso a esa diabólica niña autista que viaja en velero y predica por ahí. ¿El medioambiente? Bien, pero sin “dictadura climática”.

En realidad, por una parte, esto es una buena noticia, porque estas causas sufrieron tradicionalmente la fuerte oposición de las derechas, con lo que algo hemos progresado. Lo que ahora se produce es el sí pero no, el casi casi, el de acuerdo pero a mi manera, el no te digo nada pero te lo digo todo. Así la derecha trata de ser feminista tendiendo al machismo, proLGTB tendiendo a la homofobia, medioambiental pero guarrilla, obrerista pero siempre a favor de las élites. La derecha dice ser algo así como la izquierda “verdadera”, temerosa de manifestar sus verdaderas fobias. No es extraño: este tipo de acrobacias dialécticas son necesarias para gobernar en desarrollar políticas que perjudican a amplias capas de la población.

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 25 enero 2023

    Entiendo el artículo de Sergio C. Fanjul como ese final de un viaje, de una novela, de un cuadro que se acaba de pintar, de una sentencia que se acaba de dictar, como el fin de algo, viaje, novela, cuadro, sentencia, como el pasado más reciente y posible de imaginar y que a todos por igual aconteció. Y sin embargo, y también, como aquello que, ya presente, lo más reciente y posible de imaginar como presente, como ese presente que ya casi no lo es porque sin remedio mira y solo mira hacia delante, hacia un futuro que, para todos también, es absolutamente desconocido.
    Lo entiendo, pues, como el encuentro entre dos instancias contradictorias, como algo inédito y todavía sin andar que se cruza con otro algo, y en el momento que tal ocurre, con otro algo ya editado, hollado y acontecido por y para todos. Como ese camino inexistente todavía y/o ya pisado, andado, ambas cosas a la vez, que solo existe al andar. Como eso que Machado supo llamar la verdad en contraste con la suya, la tuya o la mía, que bien valdrá la pena conservar, pero dentro del bolsillo particular de cada uno.
    Habrá quien entienda todo esto como hacer de lo absoluto (la verdad) una cosa relativa (la verdad). Vuelvo a decir con Machado: se hace camino al andar. Y añado: hay que ver lo que hace un artículo, el artículo “la”, porque no es lo mismo “la verdad” que “verdad”

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