2022, el Año del Desarrollo Sostenible de las Montañas no puede terminar así  

Afecciones de la minería a cielo abierto en hábitats de oso pardo y urogallo cantábrico, entre Asturias y León.

El año 2002 fue declarado por Naciones Unidas como Año Internacional de las Montañas. Veinte años después, 2022 ha sido declarado Año Internacional del Desarrollo Sostenible de las Montañas. Aprovechando que hoy, 11 de diciembre, se celebra el Día Mundial de las Montañas, vamos a recordar la importancia de estos singulares espacios que ocupan más de un quinto de la superficie de los continentes y que en España ahora están seriamente amenazados por una avalancha de megaproyectos eólicos sin conciencia ecológica ninguna. Una avalancha que incluso sirve de argumento a la película española del año, ‘As Bestas’. Desde la Plataforma para la Defensa de la Cordillera Cantábrica reivindican otra forma de celebrar las Montañas.

Por Emilio de la Calzada

Siglos atrás, las montañas representaron barreras a franquear donde la ingeniería se aplicó a conciencia para establecer vías de comunicación a su través, lugares de los que extraer infinidad de riquezas minerales, almacenes –casi inagotables– de recursos madereros, espacios para el acopio y la distribución de agua dulce, relieves privilegiados para el aprovechamiento de la energía hidráulica y, por supuesto, escenarios naturales de altísimo valor en los que abordar algunas de las mayores gestas de la aventura humana o en los que, simplemente, la mera contemplación ofrecía beneficio al espíritu.

Hoy en día, las áreas montañosas se siguen resistiendo a la casi infinita capacidad humana para la antropización de su entorno. Esta capacidad ha sido llevada al paroxismo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y en este primer cuarto del XXI, lo que ha permitido a nuestra civilización, literalmente, mover montañas, haciendo uso de las energías fósiles, especialmente el petróleo.

Pero, a pesar de nuestros intentos por domeñar y humanizar todos los confines de este planeta que nos alberga, los espacios de montaña se alzan heridos, pero serenos, como si fueran conocedores de que hemos alcanzado un punto de no retorno en el uso de las energías fósiles.

Sin embargo, nuestra desmedida sociedad del consumo, como emulando los violentos estertores de un animal antes de morir, pretende, con los últimos barriles de petróleo, profanar buena parte de las líneas cumbreras de muchas montañas, y allí instalar enormes infraestructuras para el aprovechamiento de energías limpias que sigan alimentando nuestra desmesura.

Panorámica del Valle del Curueño (León), área sobre la que se proyectan varios complejos eólicos, en el sector central de la Cordillera Cantábrica.

No parece coherente que esto se esté proyectando en el Año Internacional del Desarrollo Sostenible de las Montañas. Eso no es desarrollo; y mucho menos, sostenible.

Existen otras alternativas mucho más eficaces y menos costosas, tanto económica como ambientalmente, más justas desde el punto de vista social y más alineadas con un futuro menos derrochador que el pasado reciente.

El ahorro energético –mal ejemplificado en los fastos que despiden el año–, la eficiencia en el uso de la energía, el fomento –o la cuasi imposición– del autoconsumo, la instalación de sistemas de captación energética en todas las cubiertas de edificios públicos e industriales, el uso de las infraestructuras lineales de comunicación para la captación y distribución de la energía eléctrica, el cambio en el modelo y en el coste de la movilidad son ejemplos de esas alternativas.

Si los fondos Next Generation se invirtieran preferentemente en estos sistemas alternativos y no se destinasen a financiar los megaproyectos privados del oligopolio energético –que seguirá manteniendo, de por vida, el contrato abusivo de cada contador eléctrico–, probablemente nos iría mejor a toda la sociedad. Pero es que, además, las montañas españolas no verían sus líneas de cumbre desdibujadas por varias decenas de miles de colosales aerogeneradores.

Y esto último no va exclusivamente de estética o de impacto visual para nuestra panorámica. Resulta que tiene que ver con otra, menos cacareada que la transición energética, de las urgencias de nuestro tiempo: la pérdida de biodiversidad.

Las montañas, al mantenerse como espacios menos transformados por la acción civilizatoria, han actuado como refugio para muchas formas de vida a las que no les va lo humano. Son reservas de biodiversidad. Y además de refugio, son el hábitat exclusivo de otro buen número de formas de vida adaptadas a las rigurosas condiciones de la verticalidad, del frío y de la levedad atmosférica.

Ese especial valor para la variedad de la vida lo confirma el hecho de que las áreas montanas atesoran el mayor número de figuras de protección de la naturaleza en cuanto a territorios continentales. En el caso español, solo hay que echar un vistazo al mapa de los espacios integrantes de la Red Natura 2000: en trazo grueso, parece replicar un mapa físico.

Los espacios incluidos en la Red Natura 2000 lo son por albergar hábitats o especies de especial interés dentro del contexto europeo y, muchas de ellas, encuentran en los espacios de montaña sus últimos refugios. Y es esa variedad de vida la que hace que los sistemas montañosos mantengan una funcionalidad ecológica aceptable. Esto se traduce en que siguen siendo sistemas fuente de innumerables recursos y servicios de los que, de otra manera, seríamos absolutamente incapaces de proveernos: puntos clave para el ciclo del agua, reservorios y fuente de agua dulce, fijadores de CO2 y productores de O2, moduladores del clima a nivel local, productores de suelo y otro buen número de papeles ecológicos más difíciles de nombrar con pocas palabras.

Parece, por tanto, plenamente justificado que Naciones Unidas haya dedicado a las montañas el año 2022.

No parece, sin embargo, que el resto de la sociedad esté muy alineada con las buenas intenciones del organismo internacional. Quizá el ejemplo más grotesco de esta falta de sintonía sean las recientes noticias que nos empujan a lanzarnos a las estaciones de esquí, aún cuando la cruda realidad, derivada de la crisis climática, nos recuerde que la nieve en nuestras latitudes es cada vez más escasa e impredecible.

Sector oriental de la Cordillera Cantábrica, en el entorno de la confluencia entre León, Asturias y Palencia.

A pesar de que por coherencia social, climática, económica y ecológica, las estaciones de esquí ibéricas deberían ser objeto de un plan de desmantelamiento sin esperar un día más, los noticiarios dedican un tiempo injustificable a animar a que nos acerquemos a esas mecas del despilfarro y del consumismo. Mecas ubicadas en frágiles espacios de alta montaña, donde nos hacen creer que las montañas se ascienden con medios mecánicos y se descienden a velocidad de vértigo mientras se broncean nuestros pómulos.

Es hora de entender que nuestra supervivencia individual y colectiva depende de la capacidad que demostremos para cambiar nuestro sistema de vida despilfarrador y contaminante. Y aunque a primera vista no nos parezca relacionado, nuestra supervivencia depende muy estrechamente de la salud de las montañas. Son ellas, a través de los infinitos servicios ambientales que desarrollan, las que pueden garantizarnos una mejor habitabilidad futura.

Amemos, conservemos y defendamos las montañas más allá de esta fecha.

Emilio de la Calzada es presidente de la Plataforma para la Defensa de la Cordillera Cantábrica.

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Comentarios

  • Rosa M Rasmussen

    Por Rosa M Rasmussen, el 11 diciembre 2022

    Tan acertado y esto implica a cualquier deporte turística en zonas vulnerables.. gracias por compartir.

    https://www.facebook.com/EeASierraNieves/

    Hoy conocido como REMA también.

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