Desde la cárcel, Pili nos desarma con su historia en ‘Solo quería bailar’

La escritora Greta García, autora de ‘Solo quería bailar’.

Cuando la palabra salvaje encuentra una nueva acepción en la Literatura debemos celebrarlo, y cuando un libro rompe todos los esquemas, hay que darle el Premio Nacional en la misma disciplina sin dudarlo. Ni siquiera me ha hecho falta acabar de leer ‘Solo quería bailar’ de la valiente, fascinante e inagotable Greta García (Sevilla, 1992) para llegar a esta conclusión; lo supe desde que leí la primera página y el alma de esta brutal novela comenzó a palpitar pegada a mi corazón y a mi propia vida. ‘Solo quería bailar’ es un libro único en el que Pili, una bailarina sevillana, habla desde la cárcel, ‘jarta’ del sistema y la burocracia. El fruto de un talento descomunal para romper la reglas literarias.

Solo quería bailar es ese libro en el que el dolor es una disciplina absorbente y dictatorial, en el que la precariedad, el abuso, la podrida lengua de la burocracia y el fétido limo que está dejando sobre cada individuo el cuerpo descompuesto del siglo XXI deslumbran. García no calla ni un instante, y en la férrea y paradójicamente frágil voz de su protagonista, Pili, el mundo queda en carne viva. Pili tampoco va a callarse, su boca es un animal desbocado, también lo son sus intenciones y su paciencia:

“Oí en una entrevista a una madre hablando de su hijo, ella vio los pantalones manchaos de sangre, le preguntó que había pasao y el niño le dijo: Es que me he sentao encima de una bici sin sillín, y ella le dijo: ¿Pero tú eres tonto o qué te pasa? Y le dio un guantazo, pero al niño de seis años lo había violao un cura”.

Pili es perseverante e incendiaria, la Mesías nihilista que necesita el mundo, la que ve la verdad a través del incómodo ojo de una aguja y no para hasta mostrar las insensibles instantáneas que desde allí se proyectan. No hay imágenes pequeñas para la prodigiosa Greta García y el silencio no es una opción para su delgadísima protagonista. Pili ha venido a llenar de palabras el planeta, de esas palabras necesarias que por desgracia no siempre son las que salvan. Pili entra en todos los escondites del mundo y los llena de aire para que los monstruos que los habitan deban salir a la calle, para que queden a la intemperie como queda esa bolsa llena de gatos recién nacidos que el buen padre de familia arroja a cualquier río antes de sentarse a cenar junto a sus hijos:

“A las que fueron mis amigas ya las he olvidao. ¿Pa qué vale una amiga que no te acepta en la oscuridad? Eso creo que lo decía Kurt Cobain, pobre diablo”.

“Antes porque no rechistaba por na, pero ahora al que me toque sin permiso le corto el nabo. Si hubiese tenío el coraje cuando me tocaba tenerlo, ahora tendría un mural de pollas clavás como Cristo”.

Pili está entre rejas por un delito que no entraba en sus planes cometer, ella solo quería bailar, y nos habla desde esa prisión que solo sufren las pobres:

“La unidad está en la precariedad, eso nos une. Porque una rica paga y se va a su casa”.

Y desde allí, entre golpes y humillaciones, lanza su hermoso discurso de esa forma en que lo lanzó Luther King antes de que acabaran con su vida. Pili también tiene un sueño, pero la precariedad, el mamoneo institucional y el ninguneo familiar son tres balas que en sus manos serán capaces de reventar cualquier diana por muy lejos que Dios decida colocarla. Pili es una valiosa kamikaze emocional, pero también una niña que borda los pasos de baile. Lástima que nadie la mire, Pili no es más que una  paria con los pies heridos, lástima que su madre no trabaje para la Junta de Andalucía y su fe y sus ánimos no sirvan para nada.

Por eso he de decir, y digo, que en esta novela cada párrafo es una exquisita rareza a pesar del lenguaje espontáneo que la protagonista utiliza para sostener su hendida inocencia. Porque Pili posee una jugosa y deslumbrante inocencia, pese a sus escatológicos juegos de palabras. Ella conoce el camino hacia la honestidad como pocos personajes literarios lo han conocido, lo conocen y lo conocerán. Es una mujer que habita en los márgenes más absolutos, en ese lugar en que ningún nombre ni ninguna vida significan nada. Una mujer precaria que sabe pisotear con mucho acierto y con mucho ritmo emocional el falso empoderamiento que se nos vende a diario a las mujeres:

“Cuando acabé el conservatorio yo era una más del montón, porque somos montones y montones aunque parezcamos cuatro gatas las bailarinas en busca de empleo”.

Ella sabe que el ninguneo fabrica monstruos que la administración no entiende, y este hecho está contado más allá de la perfección en esta titánica novela. La lengua de Pili no está hecha para fabricar saliva; su lengua fabrica ácido sulfúrico y borra todas las máscaras.

En esta valerosa historia, precariedad y verdad son dos hermanas siamesas con muy pocas expectativas de ser separadas:

“Ahora sé que no soy parte de na”.

“Charla cultureta ecologista feminista anticapitalista con zapatillas Nai. Cuando arda la tierra, ellos arderán despacio”.

“Ojalá le entre el escorbuto a to esas personas que han perdío horas de su vida criticando la institución pública, que han pasao noches sin dormir, que han perdío pelo, que han perdío las ganas de bailar, y ahora me señalan a mí como una psicópata, como una sádica, ¿en serio? ¿No sois vosotros los dementes, que seguís soportando to esta farsa”.

Por eso Solo quería bailar es un libro único, el fruto de un talento descomunal para romper la reglas literarias. Es brillante, chispeante y veloz. Una metáfora abierta en canal que te perfora las entrañas y la mirada. Ese mar revuelto y fosforescente en el que los peces encuentran la libertad y en el que pueden hacer un ejercicio de expiación emocionante y extremo.

Y Pili, su protagonista, es una niña reventada por el sistema, el cristal partido por un mal soplo de aire que, pese a estar hecho añicos, no deja de proteger lo valioso.

Qué experiencia ha sido chocar contra esta historia, qué provocación más límpida albergan sus páginas, que venturosas son las heridas que ha dejado, que relevante es el gozo que su sinceridad deja en mí.

No dejen de leerlo porque en la perseverante oralidad de este libro ha comenzado a crecer la más carismática y altruista cara del futuro.

‘Sólo quería bailar’. Greta García. Editorial Tránsito. 193 páginas.

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