‘Deseando amar’. Ese sentimiento que nos somete casi para siempre
Con la primavera recién estrenada nos detenemos en Deseando amar, película de Wong Kar-Wai que es una reflexión profunda sobre la experiencia humana, la emoción y sobre aspectos fundamentales de la existencia. Aspectos que marcan para siempre como el amor, el deseo.
“Él recuerda esos años pasados como si mirara a través de una ventana polvorienta. El pasado es algo que él podía ver pero no podía tocar. Y todo lo que ve es borroso y confuso”
Dicen que una vez que se ha formado un recuerdo sobre un acontecimiento, esa evocación ya no cambia. El deseo da sentido a la vida y de esta manera se contrapone con el semblante de la muerte, no sólo del deceso físico, sino de la de los sentimientos. Amar pudiera ser más un anhelo, una búsqueda, que un estado en sí mismo, y esa persecución, a veces, se encuentra allí donde no hubiéramos querido hallarla.
En el año 2000, Wong Kar-Wai, el director hongkonés, realiza una de las películas más exuberantes, sensuales y devastadoras del panorama cinematográfico de las últimas décadas. Deseando amar (In The Mood for Love), cuyo título real en cantonés Fa yeung nin wa viene a significar más o menos “El frescor de las flores se mantiene con el tiempo”. Una historia de amor sobre el amor en sí y cómo éste permanece en la mente de aquellos a quienes somete por mucho más tiempo que cualquier otro sentimiento.
1962 en Hong Kong, Chow Mo-wan (Tony Leung) y Su Li-zhen (Maggie Cheung) se mudan a una casa de habitaciones de alquiler el mismo día y se convierten en vecinos. Ambos tienen cónyuges que trabajan hasta tarde y los dejan solos por largos períodos de tiempo. Como los dos suelen estar sin compañía, Chow y Su se cruzan inevitablemente el uno con el otro en los pasillos y en las calles. Los dos soportan en sus mentes la certeza de que su consorte respectivo está teniendo una aventura con otros, pero después de un tiempo, ambos se dan cuenta de que sus parejas están teniendo una relación amorosa mutua. Chow y Su entablan entonces una relación platónica, sutil, conmovedora y dolorosa. Buscan comprender cómo se conocieron y se unieron sus cónyuges, examinando cómo les harán frente por su infidelidad. Finalmente se encuentran abocados, sin remedio, a desarrollar sentimientos el uno por el otro, a desearse, pero sus respectivos principios, el amor propio y las normas sociales, los mantendrán separados, abandonándose a experimentar, el uno junto al otro, el sufrimiento y la soledad durante muchos años.
Una generosa historia de amor no correspondido donde el anhelo y la dulzura hacen frente al adulterio que ha mancillado sus vidas.
Wong Kar-Wai encara a los enamorados a sujetarse frente la postura moral que cada uno cree que el otro ha tomado. La postura que conduce al silencio y al secreto más doloroso e íntimo. “En el pasado, si alguien tenía un secreto que no quería compartir, subía a una montaña, buscaba un árbol, hacia un agujero en él y susurraba el secreto en el agujero, luego lo cubría con barro y dejaba el secreto allí para siempre”.
¿Arriesgar todo para llegar a un sueño en una ciudad atestada y con poco espacio para los secretos? La pena infinita de la traición, de la pérdida. El desconsuelo ante las oportunidades perdidas en una época en que todo debe quedar oculto. Angustia ante la inclemente memoria, ante la ferocidad del paso del tiempo. La soledad. El infierno de sentirse incapaz de sobrepasar el vacilante y lastimoso “quizás”. La soledad de nuevo.
Eleva el director y guionista de Deseando amar una reflexión profunda sobre la experiencia humana, la emoción y la consideración subyacente y conmovedora sobre aspectos fundamentales de la existencia, el amor, el deseo. La ansiedad por el otro, por uno mismo. Un lamento medular, el de la ausencia, por muy cerca que se esté del objeto necesitado, deseado, confeccionando así -permítanmelo- una de las más hermosas historias de amor del cine.
Retratada por su director de fotografía habitual, Christopher Doyle, la cámara de Wong Kar-Wai recorre con delicadeza a sus personajes, sus miradas, sus manos, sus espaldas, sin prisas, recreándose. Empapando la pantalla de colores y luz, la cámara se desliza de un lado a otro como si de un lento vals se tratara, enfatizando la proximidad y a la vez la lejanía de sus personajes, de los rincones que pisan y que los encarcelan. Wong Kar-wai deja a la pareja adúltera fuera de la pantalla, no nos consiente conocer su rostro, colocándose siempre ante los dos protagonistas, enfatizando, inteligentemente, que son sólo ellos el centro de atención, esos que como víctimas de la historia casi siempre suelen ser olvidados en otras manos. “Nunca seremos como ellos».
Planificación y encuadres precisos que ilustran, a través de la cámara lenta, la belleza del instante. Aquello que se esconde junto a las puertas, en los pasillos, entre los callejones o bajo la lluvia. Como una espía que escudriña los sentimientos concretos de unos personajes, solos, en unos espacios mínimos, tanto que no pueden mostrarse enteros y que los define como únicos en una ciudad paradójicamente tumultuosa y hacinada.
De la misma manera que la fotografía, Kar-Wai utiliza la música con resultados brillantes; el tema inolvidable de Yumeji, compuesto por Umebayashi Shigero y su excelso violonchelo, irremediablemente pasará a formar parte de nuestros recuerdos sonoros pase el tiempo que pase, tal y como ocurre con las impecables canciones, empleadas como dedos que señalan sentimientos, del maestro Nat King Cole cantando en español.
Sin duda deben poner en sus vidas, al menos una vez, Deseando amar, este poema visual, conmovedor, inteligente, elegante, hermoso, y comprobar por ustedes mismos cómo una película se convierte en una obra de arte. Gocen de ella, yo se lo deseo.
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