Deseos y soledades: los veranos de Tennessee Williams

Un fotograma de la película ‘De repente el último verano’.

Un fotograma de la película 'De repente el último verano'.

Un fotograma de la película ‘De repente el último verano’.

El verano, con todas sus locuras, ansiedades y tentaciones, es uno de los protagonistas de las geniales obras de Tennessee Williams adaptadas al cine. Hoy proponemos revisar estos maravillosos trabajos de sexo, dios, calor, ambigüedad, alcohol, ambición y miedo a estar solo, en títulos como ‘Un tranvía llamado deseo‘ y ‘La gata sobre el tejado de zinc‘. Pero, sobre todo, nos detenemos en ‘De repente, el último verano‘, seguramente su obra más personal y arriesgada, la que mejor le refleja.

«Lo más opuesto a la muerte es el deseo».

Quien lo dice es Blanche Dubois en A Streetcar Named Desire (Un tranvía llamado Deseo). Y esta frase, casi un verso, refleja, al menos para mí, lo que podría pasar como leitmotiv de su padre literario, en su obra y seguramente en su vida.

Acabamos el mes de agosto y para los que aún tenemos dietario de colegial, termina el verano aun cuando no haya nada que hacer y por más que el calendario nos quiera confundir.

Cinematográficamente, busco en mi recuerdo un símbolo que me acerque a ese final, a ese ya anterior verano, y lo encuentro en el estío de Tennessee, pero no en el del sureño Estado norteamericano, sino el de Williams.

Este autor nacido en Mississippi, formado entre las húmedas brisas, el jazz y el sol de Nueva Orleans, realizado y muerto en Nueva York, ensalzado en Hollywood, nacido Ton y autobautizado Tennessee, pasa por ser el autor teatral, después de Shakespeare, más adaptado al cine hasta hoy en día.

Es difícil encontrar entre las obras del autor trasladadas a la gran pantalla alguna que no se desarrolle o tenga como eje principal el verano, «los veranos pasados». El sudoroso y alcohólico verano de Marlon Brando y Vivien Leigh haciendo peligrar su estudiado maquillaje corpóreo y espiritual en Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan, el tormentoso, de agobiante ambiente familiar, ambigüedad, alcohol y ambición de Maggie y Brick (Taylor y Newman) en La gata sobre el tejado de zinc o ese otro de tentación, rigidez, poesía, sexo, dios, calor y otra vez alcohol de La noche de la Iguana, donde Huston reunió a Ava Gardner, Richard Burton y Deborah Kerr. Y otros tantos más como Dulce pájaro de juventud, La rosa tatuada…

Y, por supuesto, el verano que da título a la obra quizá más personal y arriesgada, si cabe, entre todas las de Tennessee Williams: De repente, el último verano (el pasado verano, en su traducción más justa).

En 1959 Joseph L. Mankiewicz dirigió para la entonces Columbia Pictures, Suddenly, Last Summer, obra que había sido estrenada un año antes en el Off-Broadway, formando parte de un programa doble junto a Something Unspoken, ambas de Williams.

La historia es la siguiente: 1937. Una rica viuda de Nueva Orleans, Violet Venable (Katherine Hepburn), ofrece al doctor Cukrowicz (Montgomery Clift), un joven neurólogo especialista en lobotomizaciones, una gran donación que podría salvar el deteriorado manicomio (sanatorio, en la versión española) en el que trabaja, a cambio de que efectúe una de sus operaciones a su sobrina Catherine Holly (Elizabeth Taylor), que permanece encerrada en otro sanatorio, regido por monjas, tras sufrir una crisis nerviosa el pasado verano, mientras pasaba las vacaciones con su primo Sebastian, hijo de Violet, muerto en extrañas circunstancias durante esos días en la costa del sur de Europa. Cukrowicz se tomará un interés especial en el caso dudando que la operación sea lo más recomendado e intentando desvelar las causas que hay tras el supuesto trastorno.

Dejando atrás el sol, las arenas y siquiera el calor sitiando el ambiente y el ánimo, que lo hay, nos centraremos simple y llanamente en Tennessee. Es decir, en deseo, locura, soledad, tentación, excentricidad, dignidad, marginación, alcohol y muerte. Todo esto, y más, hallaremos en el último verano de Williams, como se dice múltiples veces en la cinta, de repente.

El propio Williams, junto a Gore Vidal, se encargó de transformar el libreto en un guión cinematográfico, quizás su obra más personal, en la que traslada casi todos sus miedos y obsesiones, la locura y lobotomización (su hermana que padecía esquizofrenia fue sometida a esa intervención, algo que nunca pudo perdonar a sus progenitores), la realidad encubierta y el deseo, la juventud y la vejez, los miedos y angustias, la homosexualidad, la avaricia, la búsqueda de Dios, el miedo a estar solo, las relaciones paterno filiales, y, envolviéndolo todo, la muerte.

Extraordinaria película, no exenta de conflictos de ego durante el rodaje (famosa es la anécdota del escupitajo de Hepburn a Mankiewicz, tras el corte de una escena, por el mal trato que el director dispensaba a un Monty Clift depresivo) y de una censura revoloteando como los pájaros de Sebastian, ese personaje que transita toda la historia, a imagen de la Rebecca de Hitchcock, del que nunca vemos su rostro, pero que impregna el ambiente y la personalidad de las protagonistas. Heredero del pensamiento de la Blanche Dubois del Tranvía, y por tanto de Williams: “Por la belleza se paga, por la pérdida de la belleza también”.

Película perturbadora y arriesgada, en la que se trataban temas tan duros y velados en la época, como el turismo sexual, el incesto e incluso el canibalismo. Y todo ello en dos espacios como son un jardín y un manicomio.

Por supuesto, la crítica de la época la tachó de exagerada y provocadora, inmoral y lejos de la realidad del sueño americano, que, por cierto, poco a poco se hundía. Sin embargo, abrió puertas a las nuevas narrativas cinematográficas y fue un éxito de taquilla. El público estaba dispuesto a que le contaran otras historias.

No ahondaremos en las diferencias que se encuentran entre las obras teatrales de Williams y sus adaptaciones cinematográficas, ni físicas, ni literarias, ni siquiera de censura, que son muchas (se puede comprobar en la versión estrenada en España). Ya les comenté que no soy un crítico, solo un individuo al que le gustan las películas, y no tengo por tanto una necesidad docente ni didáctica por discernir una realidad absoluta sobre el mundo del cine. No me interesa.

Colmada de simbolismos, de  guiños al dramatismo clásico, influencias edípicas, dionisíacas o de Afrodita y Narciso. Envuelta en reminiscencias freudianas, a través de un instinto maternal, de tal empuje que doblega el amor a sí mismo y lleva a la madre a sacrificar la verdad y al otro, por el buen nombre de su hijo, o de la imagen que se ha forjado de él. Cargada por la nube negra de un pesimismo radical sobre el mundo y la humanidad, detenido en un jardín excéntrico, semejante a un extraño paraíso gobernado por el Ángel de la Muerte, en el que la realidad y la mentira nos son desveladas. Edén poseedor de plantas carnívoras de poético nombre, como la supuesta ocupación de su dueño y ya muerto poeta bon vivant, y en la que Violet descifrará la desesperación aplastante de su hijo, emulando la célebre teoría de Schopenhauer y la puesta de huevos de las tortugas, el combate perpetuo, bellum omnium, en que cada ser se convierte a su vez en cazador o cazado (Natura demonia est, non divina).

Radical es también en lo que concierne a las primitivas condiciones en los sanatorios mentales y crítica implacable con las prácticas quirúrgicas de lobotomía, que nublan la mente y borran los recuerdos, deshumanizando así el espíritu y la razón.

La película está rodada en un hermoso blanco y negro, formalmente impecable e interpretativamente rallando lo magistral, no sólo en el trabajo de sus tres protagonistas, sino que hay que mencionar también a la estupenda Mercedes McCambridge, como madre de Catherine, estúpida y ambiciosa, capaz de sacrificar a su hija, bajo el halo hipócrita de la pena y el sufriente amor.

La verdad debe prevalecer; pues, como diría otro personaje de Tennessee, la Hannah de La noche de la Iguana: “Nada que sea humano me repugna a no ser que sea la grosería y la violencia”.

Todo esto y más podrán apreciarlo si tienen la suerte de verla. Y si es así, disfrútenla, y ya me cuentan.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Carrington

    Por Carrington, el 24 agosto 2014

    Magistral y asfixiante película. La última escena, en la que cámara filma una acción tan aparentemente banal como la salida de plano de Katherine Hepburn, es sin duda uno de los momentos cumbres del cine en blanco y negro. Sólo por ese final ya merece la pena ver la película entera.

  • Dolores

    Por Dolores, el 27 junio 2015

    Maravillosa película, dolorosa y reflexiva, una gran puesta escena! Enhorabuena por sus artículos, los he descubierto y no me quiero perder ni uno,
    Dolores

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.