Distopías orwellianas: Ministerio de la Verdad y conspiracionistas

El escritor George Orwell.

Puedes seguir al autor, Rubén Caravaca Fernández, en Twitter aquí. 

Cuando se cumplen 73 años del fallecimiento del escritor más controvertido y trascendente del siglo pasado, George Orwell, autor de la obra más citada en las últimas décadas, ‘1984’ –o mal citada, como hizo recientemente Feijóo–, nosotros nos detenemos en distopías, fake news y hogueras de miedos e incertidumbres. Lo hacemos a través de dos recomendables libros publicados recientemente: ‘El Ministerio de la Verdad’ y ‘Manifiesto Conspiracionista’.

Dorian Lynskey publicó hace poco entre nosotros uno de los mejores ensayos del año 2022, El Ministerio de la Verdad. Nos acerca a la vida de Eric Arthur Blair, que todo conocemos como George Orwell, a la trascendencia de su novela más controvertida, 1984, mostrando propuestas literarias paralelas, algunas bastantes desconocidas.

La novela distópica más conocida ha sido llevada a radio, cine, televisión. A cómics, tebeos, música. Presente en revueltas y soflamas diversas. Utilizada a veces de manera ridícula o ignorante, como mostró recientemente el candidato Feijóo, incluso con contradicciones irrefutables. Cuando el gobierno de Mariano Rajoy intentó tomar medidas “frente a las campañas de desinformación”, PSOE y UP le acusaron de pretender crear el Ministerio de la Verdad. Cuando Pedro Sánchez propuso “luchar contra las fake news”, Pablo Casado, entonces máximo líder popular, calificó la pretensión de “crear un orwelliano Ministerio de la Verdad”. El escritor británico consideraba que todo libro es un fracaso. En 1946 publicaba en el número 4 de la revista Grangel: “Además de para ganarse la vida… los cuatro grandes motivos que hay para escribir…: 1. Egoísmo puro y duro 2. Entusiasmo estético 3. Impulso histórico 4. Propósito político”. (George Orwell, Ensayos ).

Sentía aversión hacia los intelectuales de salón. No creía en aquello que no podía ver o conocer. Su estancia en Birmania le convirtió en militante antiimperialista. Se alistó, gracias a las gestiones del Partido Laborista Independiente británico –el Partido Comunista se negó a hacerlo ya que consideraba que no era de fiar, mientras él no se fiaba del laborista oficial– en las milicias del POUM para defender el orden constitucional republicano.

Simpatías, antipatías, odios y tergiversaciones

Tras vivir en primera línea los acontecimientos de mayo de 1937 en Barcelona, a su antifascismo unió el antiestalinismo y una actitud beligerante y activa contra cualquier tipo de autoritarismo que le acompañará toda la vida, ganándose simpatías y muchas más antipatías desde posiciones ideológicas en las antípodas, tan diversas como contrapuestas, en ocasiones extravagantes, absurdas y ridículas obviando y ocultando que siempre se autoproclamó socialista democrático. Tergiversado e instrumentalizado por la derecha más reaccionaria, como también ha ocurrido en multitud de ocasiones con Pier Paolo Pasolini, de manera relevante durante la Guerra Fría.

Su literatura refleja su realidad. Tachado de pesimista, pensaba que solo el compromiso permite revertir situaciones adversas, plantar cara a los abusos de poder. Lynskey nos acerca a su vida. Su estancia en la actual Myanmar como oficial de la Policía Imperial. El regreso a Europa intentando salir adelante. Sus disputas con editores, escritores y periodistas. Su actividad radiofónica para la sección india de la BBC. Su presencia en la Guerra Civil española. Las consecuencias, colectivas y personales de la II Guerra Mundial, la alianza occidental con la URSS de Stalin. Sus enfermedades y estancias en la Isla de Jura, en las Hébridas Interiores (Escocia), recorriendo su vida acompañada del contexto histórico, literario, periodístico e intelectual en el que se produjo, aproximándonos también a escritores como Yevgueni Zamiatin o a Edward Bellamy, entre otros.

‘Orwellmanía’ creciente

La segunda parte del ensayo nos acerca a la orwellmanía producida desde la publicación de 1984, el 8 de junio de 1949, 35 años antes de lo afirmado por el candidato Feijóo. El escritor y activista Jerome Tuccille comentaría: “Es la primera vez en la historia que un año concreto contiene unas connotaciones tan amenazadoras para una parte tan representativa de la humanidad”. Ray Bradbury, compatriota del anterior, daría la réplica estadounidense en Fahrenheit 451; no sería la única. Cualquier publicación distópica desde entonces siempre es comparada con la de Orwell. A la literatura hay que añadir películas, cómic, musicales, canciones ­–incluido el deseo de David Bowie por llevarla a sus particulares universos con títulos como 1984/Dodo– o realities como Gran Hermano. Completa el libro una sinopsis de cada uno de los capítulos.

Al Orwell calificado como “el hombre honesto o como el que dice la verdad”, Noam Chomsky lo definió como “el que estaba al lado del hombre común y corriente”. Dorian Lynskey nos lo muestra de forma clara, documentada, detallada, fomentado la curiosidad y el deseo de conocer más, como ya hizo en el imprescindible 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta.

Conspiracionistas reflexivos

Una de las mayores atracciones de 1984, más allá de lo estético-literario, es la neolengua presente en toda la novela con el objetivo de manipular, dominar, constreñir la libertad. Ahora que tenemos asumido que nos va a tocar convivir con virus y enfermedades desconocidas, es bueno pensar/reflexionar sobre lo acaecido en marzo de 2020, hacerlo de forma serena, más allá del negacionismo surgido en aquellas fechas. En 1984, qué casualidad, Robert Cialdini publicó Influencia, la psicología de la persuasión, uno de los libros más reconocidos, y vendidos, enfocado a persuadir, donde el lenguaje juega un papel esencial para seducir y modificar comportamientos.

Al acabar el pasado año, Pepitas de Calabaza publicó Manifiesto conspiracionista donde la utilización / modificación / manipulación del lenguaje para conseguir objetivos está muy presente. Casi 300 páginas de documentación reflexionando sobre si lo acontecido en aquellos primeros meses de 2020 no fueron más que la continuación de la Guerra Fría. La lucha por la jerarquía tecnológica USA-China y económica Occidente-Rusia/China. Auge de movimientos calificados como populistas, consecuencia de la crisis de la gobernanza global, desconfianza hacia las clases dirigentes. Cinco meses antes, octubre 2019, contestación profusa en lugares como Irán, contra la pobreza; en Líbano, frente a la corrupción. Chile ardía por el aumento del precio del metro, planta cara a los Chicago Boys, artífices de su milagro económico. En la calle manifestantes muy jóvenes gritan: “Chile será la tumba del neoliberalismo”. Chalecos amarillos aplastados en Francia, que aprueba una ley contra el separatismo ante los incendios nacionalistas producidos en Catalunya y Hong Kong. Cuatro millones de estadounidenses renuncian voluntariamente a sus puestos de trabajo. Bill Gates y Xi-Jinping se congratulan de la labor común por la global public health security, de las que se felicitan también las fuerzas progresistas “que, en estos dos últimos años, no han hecho otra cosa que demandar restricciones más funestas de libertades”. Todo se amplifica generando miedo, pánico, desconfianza, creando enfrentamientos entre próximos, dividiendo entre buenos y malos ciudadanos, olvidando a los responsables a los que encomendamos nuestra seguridad ¿Miedos, desconfianzas generadas como en la novela de Orwell? ¿Catástrofe? ¿O guion perfectamente desarrollado?

Manifiesto conspiracionista, libro colectivo, anónimo, animando a la reflexión y debate, afirmando: “Su crimen, en realidad, consiste en tratar de comprender el mundo en el que vivimos, en tener el descaro de hacerlo en nuestros propios términos, por nuestros propios medios y, cosa imperdonable, partiendo de nosotros mismos”, como parte de su venganza. Quieren hacerla por “los dos años de tortura blanca. Por los amigos perdidos, dañados o en tratamiento por ansiolíticos… Vengarnos por la tierra echada a perder y los océanos moribundos… Por la arrogancia de los poderosos, y de la insondable estupidez de los gestores”. Vengarse con un odio “sereno, razonado, no rabioso. Una venganza siempre es razonable, el mejor antídoto contra el resentimiento”. Conscientes de que “la devastación antropológica y planetaria que aparece ahora por todas partes es la culminación de un proceso que tal vez haya empezado con el inicio de la civilización, e incluso con nuestra separación de la naturaleza”, afirmando, como Walter Benjamin, “que los revolucionarios se nutren de las imágenes del pasado, oprimidos, y no del ideal de los descendientes libres”.

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