Abucheos y aplausos a la ‘Turandot’ de Robert Wilson en el Real

La soprano Anna Pirozzi en el papel de Turandot, el pasado lunes en Madrid. Foto: Javier del Real.

Podía ocurrir y ocurrió. Una vez terminada la representación del estreno de ‘Turandot’, la ópera que pone fin a esta temporada 22/23 del Teatro Real, el director de escena Robert Wilson y su equipo salieron a saludar y la respuesta del público fue tan polarizada como el clima político que se vive estos días en medio mundo: mitad aplausos y mitad abucheos. Llegaba este montaje –que se estrenó también en Madrid en diciembre de 2018– a buscar su reválida española y volvió a dejar claro que es una producción que no deja indiferente y que no es muy dada a los términos medios: o la amas o la odias.

Es innegable que Robert Wilson ha sido y es una fiera escénica, es el creador de un estilo, de un lenguaje y de algunas de las imágenes más potentes que se hayan visto sobre un escenario. Es coreógrafo, fue bailarín, iluminador (¡y qué iluminador!), escultor… Y su trabajo ha sido reconocido mundialmente como uno de los pioneros y revolucionarios en el teatro experimental en el mundo. Pero su estilo pertinaz y personalísimo ha sedimentado en la última década y corre el riesgo de fagocitar todo lo que toca, vaciándolo en cierto modo de contenido en un empeño en ocasiones monolítico por aferrarse a una gestualidad y elementos dramáticos heredados del teatro oriental y asimilados por Wilson como si del decálogo del Dogma cinematográfico de Lars von Trier y Thomas Vinterberg se tratara.

Para comprender bien al personaje del que estamos hablando es muy útil leer un reportaje de Zachary Wolfe, crítico de música clásica del New York Times, publicado a principios de este año. Se titula ‘La historia de una producción que cambió la Metropolitan Opera’ y trata de arrojar luz (perdón por el chiste) sobre la puesta en escena de Robert Wilson de Lohengrin de Wagner, que fue recibida en el Lincoln Center de Nueva York en 1998 con un contundente muro de abucheos, pero que, según el periodista, “trajo nuevas posibilidades teatrales al Met’. Lo mejor de este reportaje es que hablan todos (o casi todos) los involucrados en el estreno de esta producción, que se vio por primera vez en Zurich en 1991. Músicos, técnicos, gestores, cantantes, director de orquesta… y el propio Wilson. En resumen, cuenta la historia de una lucha titánica entre las monolíticas especificaciones de Wilson en cuestiones de iluminación, movimiento de los personajes y hasta el tempo de la música en un teatro acostumbrado a vivir básicamente del repertorio.

De ese reportaje se deduce que la precisión de orfebre de Wilson sobre todo lo que ocurre en escena choca en muchas ocasiones no solo con el equipo humano encargado de llevarlo a cabo e influye en cierto modo en el resultado musical. Algo de eso se pudo intuir el lunes en el Teatro Real. En el reportaje de Wolfe habla, por ejemplo, el tenor Ben Hepper encargado de interpretar a Lohengrin en la producción de Wilson. Tras darle a su hijo de siete años la cinta de vídeo que le había enviado su agente para que se fuera familiarizando con los movimientos en escena, cuando el cantante le preguntó al pequeño, este le dijo: “Papá, cuando te mueves, lo haces como un robot, la forma en que se mueven tus brazos. Y cuando caminas, tienes que hacerlo como si tuvieras algo atravesado en el culo”. “Tenía razón en todo”, acaba confesando el cantante.

Hepper relata así parte de las peticiones de Robert Wilson: «Los brazos nunca debía de tenerlos relajados, quería tensión isométrica en ellos. Le dije: ‘¿comprendes que si hago eso la tensión subirá a mi pecho y mi garganta, y en el segundo acto estarás buscando un nuevo Lohengrin?’. Él (Wilson) no tenía una respuesta para eso. También me pidió que no tuviera ninguna expresión facial. Le dije: ‘Si no tengo ninguna expresión, todo el personaje sonará inexpresivo’. Esa explicación tampoco fue su favorita».

Un momento de la representación de ‘Turandot’ el pasado lunes en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

El lunes, el tenor canario Jorge de León, encargado del papel de Calaf, se las tuvo que ver también con ese pequeño inconveniente, y es obvio que la interpretación de su romanza Nessun Dorma, sin duda el momento más famoso de la última ópera de Puccini, se vio afectada por la rigidez absoluta en la que le obliga a interpretar Wilson. Durante toda la velada cantó con valentía y arrojo, tratando de explotar al máximo esa bravura que está en su forma de cantar, pero con algunas dificultades más que evidentes.

La soprano Salome Jicia, que sustituía a Nadine Sierra, que había sido anunciada para cantar el papel de Liú, ofreció musicalidad y un hermoso timbre; sin embargo, el congelador en el que Wilson convierte toda la escena lastra la emoción que debería desprender el que es el personaje más sentimental de la obra. El estatismo y lo hierático de la dirección de actores impide que la conexión directa que Puccini quería establecer con el público se lleve a término.

La dirección musical de Nicola Luisotti, que ya se había ocupado del estreno de esta producción en 2018, fue correcta, pero no fue capaz de conjurar lo que se veía en escena. El coro del Teatro Real, tal vez espoleado por cantar la última producción a las órdenes del que ha sido su director Andrés Máspero desde 2010 y que abandona el cargo, fue de lo mejor de la noche. Sus cantantes supieron convertirse en ese personaje del ‘Pueblo de Pekín’ al que Puccini le otorga tanto protagonismo en esta obra. Ellos y ellas, y los tres ministros Ping, Pang y Pong que interpretaron Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso, humanizan de alguna forma la propuesta de Wilson.

La soprano Anna Pirozzi también tuvo que emplearse a fondo para defender el personaje que da título a la ópera, sobre todo en el tercer acto, cuando sufre esa transformación radical víctima de un amor total que poco se deja ver en escena, más allá de una fina línea de luz blanca sobre fondo rojo que desciende metafóricamente sobre ella. En general, su Turandot fue solvente y entregada. Tal vez más dramática que pasional, pero es lo que tiene luchar contra la frialdad de los elementos.

‘Turandot’ de Puccini, con puesta en escena de Robert Wilson en el Teatro Real de Madrid, hasta el 22 de julio. Aquí puedes consultar los elencos y las entradas disponibles para este espectáculo. 

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