El dolor de Almodóvar y el dolor que aún sigue rodeando a los trans

Antonio Banderas en un fotograma de la película 'Dolor y Gloria' de Pedro Almodóvar. Foto: El Deseo.

Antonio Banderas en un fotograma de la película ‘Dolor y Gloria’ de Pedro Almodóvar. Foto: El Deseo.

Antonio Banderas en un fotograma de la película 'Dolor y Gloria' de Pedro Almodóvar. Foto: El Deseo.

Antonio Banderas en un fotograma de la película ‘Dolor y Gloria’ de Pedro Almodóvar. Foto: El Deseo.

Del dolor que Pedro Almodóvar exhibe en su última película al dolor que todavía acosa al colectivo LGTB+. De eso va este artículo de Domingo de Resurrección. Y de un Papa que aún sigue pensando que la homosexualidad es un problema. Cuatro décadas de cine almodovariano y parece que en la realidad muchas cosas siguen sin cambiar; incluso que pueden retroceder gravemente.

 Después de mucho tiempo sin pisar una sala de cine (yo, que cuando era joven iba a diario), hace unas semanas, un domingo por la tarde, fui a ver ‘Dolor y gloria’, la última película de Almodóvar. Es un director que me interesa, al que sigo casi desde los inicios, aunque su obra sea irregular, con pequeñas obras maestras como ‘Qué he hecho yo para merecer esto’ y otras absolutamente prescindibles, como ‘Los amantes pasajeros’. En todo caso, es imposible entender el cine español y europeo sin la obra del autor manchego, mal que le pese a algunos.

Por mi simpatía hacia el director y su obra, me hubiera gustado que me gustase más Dolor y gloria. Me gustó, sí, pero a la vez me defraudó un poco. La película tiene una excelente factura, con una fotografía impresionante y una sabia mezcla de los tiempos narrativos. La historia es interesante, un director en crisis, con una excelente interpretación de Antonio Banderas, quizás en uno de sus mejores papeles. Dolor y gloria es un canto de amor al cine. Pero no es Ocho y medio. Eché en falta esa chispa para la tragicomedia tan almodovariana, que lo mismo te hace reír que llorar. Tiene momentos brillantes, aunque por momentos se me hizo demasiado morosa, como si el personaje se recrease demasiado en su dolor y tragedia.

Dolor y gloria, en parte, es también (en el recuerdo) el retrato de una época, la España de la Transición y la Movida. En aquella época, ser homosexual aún era un tabú. Pero poco a poco los homosexuales se atrevieron a salir del armario y lograron que España fuera una sociedad más abierta y tolerante, una de las primeras en el mundo que aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo cuenta muy bien Luisgé Martín en su autobiografía El amor del revés.

Cuando salí del cine, lo primero que hice fue llamar a una buena amiga, manchega como Almodóvar, y amante de su cine. No había visto la película, algo extraño porque ella es una fan en toda regla. Pero lo que me resultó más extraño aún fue su voz, mortecina, muy distinta a la vehemencia que suele tener cuando hablamos, casi a diario. Al cabo de un rato, se echó a llorar. Después de unos minutos logré que me contara la causa de su desazón. Tanto mi amiga como su marido trabajan en la Junta de Castilla-La Mancha. Tienen una buena situación económica, les va bien entre ellos y no pasan necesidades. Tienen una hija maravillosa de 15 años, una violinista que si nada lo impide puede llegar a convertirse en una de las solistas más importantes de España. Sin embargo, más de una vez se había quejado de su vida rutinaria, en la que nunca pasaba nada. Hasta unos día atrás, cuando todo cambió, para bien, creemos ambos, aunque el proceso sea largo. Su hija, normalmente callada y poco expresiva, les dijo a sus padres que quería hablar con ellos. Con aplomo y valor, les contó que no se sentía una chica, sino un chico. Que es algo que había sentido desde siempre y de lo que estaba seguro. Incluso ya había pensado un nombre. Tanto mi amiga como su marido asimilaron la noticia (por muy progresistas y liberales que seamos nunca estamos preparados del todo para la diferencia, a que nos saquen del carril establecido) y le mostraron todo su apoyo. Pero cuando hablamos por teléfono, mi amiga me confesó que tenía miedo. Miedo a la reacción de los compañeros de instituto, miedo a su familia, muy conservadora, miedo a que algunas conquistas del colectivo LGTB saltaran por los aires con la llegada de un gobierno de derechas, tanto a nivel estatal como en Castilla-La Mancha. Su hijo no había hecho nada malo, por supuesto, pero sabía que iba a sufrir por intentar ser él mismo.

La casualidad quiso que justo esa noche, la de nuestra charla, Jordi Évole entrevistara al Papa Francisco en su programa. Si me pilla en casa, no suelo perdérmelo. Además se había creado una gran expectación porque el Papa no es alguien que conceda entrevistas fácilmente. Francisco dijo algunas verdades como puños, como su crítica a la política migratoria europea (o más bien al apartheid europeo) o cuando apeló a la necesidad de cualquier pueblo de enterrar a sus muertos, a la obligación de no caer en el olvido. Más que poseedor de una única verdad, el Papa dio una imagen muy humana y terrestre, alguien que no tiene todas las respuestas. Y, sin embargo, Francisco volvió a hacerlo, porque lo piensa y lo piensan todos los miembros de la jerarquía católica, volvió a decir que los homosexuales necesitan tratamiento, que no son normales. “Si ven cosas raras, consulten a un profesional», aseguró. ¿Qué cosas raras, Papa Francisco? Entiendo muy bien a mi amiga manchega.

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Comentarios

  • Lola

    Por Lola, el 22 abril 2019

    Que se quite el miedo.

    Nadie va a atacar a su hijo por nada de eso. Dejemos de buscar excusas y causas externas a «nuestros» problemas o inquietudes.

    El mundo será tan bueno o malo con este niño como lo será con el resto, ni mas ni menos, y todo dependerá de la personalidad, bondad y preparacion del niño.

    Lo demas es buscar excusas externas a desasosiegos internos que esta madre tendra que resolver, sino el niño sentirá inseguridad. El problema viene de dentro, no de fuera. Si seguimos achacando a causas externas cosas del ambito interno, seguiremos igual, toda la vida.

    Que esto es muy antiguo, antes de Almodóvar, y hablamos del ser humano, no de partidos politicos, etc. Está en nuestro interior aceptarlo, luego al «mundo» le da igual todo este «problemon» que tiene esta Sra.

  • Diana

    Por Diana, el 22 abril 2019

    Yo estoy igual que tú amiga. Solo que mi hijo ahora es mi hija. Lo peor es el miedo, no el asombro, no el quedarse a cuadros como kilt escocés. Es el miedo. Miedo a la familia, a sus amigos, a la sociedad. Como madre sólo quiero que sean ellos mismos y felices. Si para ello me tengo que convertir en Chuck Norris y dar más hostias que un cura en Semana Santa voy p’alla. Un abrazo a tu amiga muy fuerte de alguien anónima que está pasando por lo mismo. ????

  • Mirta Rosa Vazquez de Teitelbaum

    Por Mirta Rosa Vazquez de Teitelbaum, el 22 abril 2019

    Los cambios de sexo que hoy posibilita la ciencia nos cuestionan social y subjetivamente ya que hay que tomar posición evitando la violencia. No obstante no hay que pedir peras al olmo. La iglesia preconiza el celibato para sus clérigos como una manera de sostener el tabú sobre lo sexual. Más bien su amiga podría consultar a un psicoanalista ( luego de la llegada del argentino Masotta hay muchos y buenos) para transitar mejor el cambio. Se puede dirigir a la Escuela Europea de Psicoanálisis.

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