Los domingos, se te revuelve la memoria y una piensa en la vida

La escritora Dominique Barbéris. Foto: Francesca Mantovani.

Una mujer visita a su hermana mayor en Ville-d’Avray, una tranquila zona residencial a las afueras de París. Un domingo al atardecer. Las dos mujeres han perdido la complicidad que tenían de niñas, pero de repente surge la chispa de la confidencia. Su hermana le contará la breve e inquietante relación que tuvo con un desconocido, y que alteró la monotonía de una vida sin emociones. Dominique Barbéris nos trae en ‘Un domingo en Ville-d’Avray’ una charla inesperada entre dos hermanas que remueve los cimientos de un domingo cualquiera, de esa soledad extraña y lenta que nos acoge y nos aprisiona… ¿Quién nos conoce de veras?

Siempre he pensado que son los gestos improvisados los únicos capaces de suscitar un cambio ágil y perpetuo en nuestro porvenir,  y ahora, después de leer Un domingo en Ville-d’Avray (Libros del Asteroide), ese pensamiento se convierte en una certeza que ha dejado de pertenecerme en exclusiva, una certeza que a día de hoy comparto con Dominique Barbéris (Camerún, 1958) tras leer su última novela. Una novela en apariencia sencilla, pero que alberga una sospecha de aliento largo que conforma una sensación de pertenencia fantástica. Una charla inesperada entre dos hermanas que remueve los cimientos de un domingo cualquiera, de esa soledad extraña y lenta que nos acoge y al mismo tiempo nos aprisiona.

Un domingo en Ville-d’Avray es una novela conmovedora, una lección en la que la naturaleza sostiene el porvenir de dos mujeres. Es nítida, reflexiva y en ella la identidad de aquellos a los que conocemos se revela como el mayor enigma que seremos capaces de presenciar mientras estemos vivos.

Con un ritmo calmado y a ratos estático, Barbéris narra el encuentro entre dos hermanas, pero no solo el encuentro geográfico, no solo el encuentro anecdótico, sino un encuentro que va más allá de la propia genética.

Una mujer parisina, bien situada, asidua a los círculos universitarios e intelectuales, decide abandonar París un domingo, quizás para contradecir a su snob marido, Luc, o quizás para lograr salir de la molicie que lleva implícita la vida elitista. Sea por lo que sea, decide emprender un camino largamente olvidado, acudir a casa de su hermana, deslizar su aburrimiento hacia un lugar del que sus amigos se avergüenzan.

En apariencia no hay nada anormal en ese encuentro, nada que pudiera dar paso a esta cuidadísima historia que mantiene en vilo al lector mientras dura.

Pero no esperen encontrarse con un thriller. Un domingo en Ville-d’Avray es una cuidadísima novela psicológica amparada por un enclave –jardines, estanques– cuya presencia se trasmuta en la biografía existencial de la protagonista, que hace que su eco resuene en nuestra memoria como resuena el dolor de una piedra que alguien lanza sin piedad contra el agua.

Claire Marie, la hermana que recibe la visita, es un prodigio de calma a pesar de lo que su memoria alberga, a pesar de lo que está a punto de narrarle a su hermana. Cuenta su historia sumida en la perplejidad más absoluta, y su hermana, de la que no conoceremos el nombre a lo largo de la narración, asiste a su relato con el aplomo sanador de quien no espera una confesión.

“Los domingos, algunas cosas se te vienen más a la memoria, ¿no te parece?

Los domingos, una piensa en la vida”.

En Un domingo en Ville-d’Avray, todo parece natural, liviano y, sin embargo, todo lo que pasa queda encuadrado sobre una presencia que mientras crece adquiere la fisonomía del infierno.

Clarire Marie será la rehén insospechada de un hombre en apariencia inofensivo que, sin embargo, tiene la memoria tachonada de dolor.

Claire Marie necesita confesar, se ahoga dentro de una culpa que no es tal, de una debilidad que tampoco lo es, de una obsesión que la convierte en un fantasma de vida ordenada hasta que llega su hermana, hasta que llega un domingo que se convertirá en el ejército aliado capaz de liberarla.

Un domingo en Ville-d’Avray es la historia de dos mujeres que deberán volver a ser niñas para entenderse, para no despedazarse al abrigo de un jardín que tiene más de árbol genealógico que su propio parentesco.

Dominique Barbéris ha hecho un ejercicio de síntesis narrativa que paradójicamente es capaz de albergar entre sus pocas  páginas la sombra de un periodo histórico vergonzante para el mundo, porque Un domingo en Ville-d’Avray habla del reencuentro de dos hermanas, sí, pero también habla de hombres a los que las alambradas, pasando muy cerca de su carne, les han susurrado hechizantes mentiras, de hombres vencidos que se pudren bajo la tierra de un jardín cuyo estómago a nadie le importa.

Parece una novela inofensiva porque su narración nos cubre la mirada de posibilidades, de susurros, de inquietud y de soliloquios sólidos que nos llenan el alma de preguntas, pero el pasado que alberga su delgado cuerpo es un páramo en el que el viento nos robará la estabilidad.

No dejen de leerla porque en ella hallarán el camino hacia su propia familia. Porque se verán reflejados en esa dejación de funciones del que triunfa para el que se conforma.

No dejen de leerla  porque reconocerán en ella la herida que aparece cuando la rutina atraviesa de principio a fin los sueños.

Un domingo en Ville-d’Avray’. Dominique Barbéris. Traducción de Regina López Muñoz. Libros del Asteroide. 138 páginas.

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