‘Don Carlo’ en el Teatro Real: otro ladrillo en el muro
El Teatro Real abre su temporada con una claustrofóbica producción de ‘Don Carlo’, concebida por el director británico David McVicar cuyo elemento metafórico fundamental onmipresente en los cinco actos es un enorme muro de ladrillo blanco. Una propuesta que deja brillar la música de Verdi con un estupendo elenco de cantantes y una emocionante dirección musical de Nicola Luisotti.
A los que tenemos la edad suficiente como para que una obra como The Wall (El Muro) de Pink Floyd nos marcara de por vida, la producción concebida por David McVicar del Don Carlo de Verdi que ha abierto la temporada operística en el Teatro Real nos ha traído a la mente, seguramente sin querer, no solo la partitura escrita casi en su totalidad por Roger Waters, sino también la película que rodó Alan Parker en 1982. Ambas obras –salvando todas las distancias, por supuesto- son arrolladoras y oscuras como un mal sueño. Atractivas, perturbadoras y, lo que es más curioso, metafóricamente similares.
Decía Carlo Maria Giulini -el director de una de las mejores versiones de Don Carlo registradas en disco, grabada en 1971 en Covent Garden con Plácido Domingo, Montserrat Caballé y Ruggiero Raimondi-, que Don Carlo “es el dolor humano”. ¿Y qué puede haber más doloroso que golpearse una y otra vez a lo largo de una vida contra un muro? ¿Qué puede haber más doloroso que constatar que la libertad individual no es más que una quimera? Nada tan aterrador como comprender que naces solo y mueres solo. Eres tú y tu propio muro. Ese que vas construyendo ladrillo a ladrillo utilizando un cemento elaborado de decisiones personales y circunstancias.
McVicar lo apuesta todo -o casi todo- en esta producción a un gigantesco muro de ladrillo blanco en el que cinco de los seis personajes de este drama romántico ideado por Friedrich Schiller van siendo atrapados por sus propios actos y su destino como en una pegajosa tela de araña. Una lucha personal en el jardín de los senderos que se bifurcan. Isabel de Valois aceptará su compromiso con Felipe II, pese a haber sido anteriormente prometida y estar enamorada del hijo de este, el infante Don Carlos. Don Carlos no sólo habrá de soportar que su amada se convierta en su propia madre, también tendrá que escoger entre la lealtad a su padre y la revolución. Rodrigo de Posa decidirá inmolarse por amor por su amigo Carlos. La princesa de Éboli sucumbirá a los celos y traicionará a su amiga Isabel. Y el rey Felipe II se debatirá entre matar a su propio hijo o poner a salvo su poder apuntalado por el terror de la Inquisición. Tan solo el personaje del gran inquisidor mirará desde fuera del muro, como en la película de Parker, mientras maneja con siniestra habilidad hilos invisibles como los de la marioneta que un muchacho enseñará al público ostensiblemente en el segundo acto.
Dice Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, que “el marco de la acción dramática nunca deja de ser ese omnipresente, inalcanzable y asfixiante muro de ladrillo gris, metáfora de la vastedad de las responsabilidades públicas de la galería de personajes de la obra, en sofocante pugna con sus anhelos personales”. Cada uno de ellos es, en cierta medida, un particular Pink: la estrella del rock protagonista de The Wall al que la presión de su exposición pública terminará por conducirle a la autodestrucción.
¿Funciona la decisión del director de escena escocés? Más allá de la gigantesca metáfora, la propuesta teatral termina resultando un tanto árida y tediosa. Ni el espectacular vestuario de Brigitte Reiffenstuel logra solucionar las cosas. Hay demasiadas situaciones en la obra en las que se echa en falta ese ingenio casi coreográfico de otras producciones de este director llenas de acierto y sorpresa.
Sin embargo, esa austeridad autoimpuesta, ese empeño de McVicar de transitar entre lo desolador y lo claustrofóbico le sirve a Nicola Luisotti, director musical, para exprimir al máximo a la orquesta y el coro titulares del Teatro Real, que ofrecen durante toda la velada momentos de grandísima emoción. La partitura de Verdi es de una belleza sobrecogedora. Durante los cinco actos de esta larga versión de Módena que se ha decidido representar en el Real, Verdi es capaz de mostrarle al espectador no solo los lugares más oscuros y lúgubres del alma humana, también el amor, la valentía, la reconciliación y la esperanza.
La función del pasado día 21 de septiembre fue protagonizada por el primero de los tres elencos que se han contratado para acometer las 14 funciones que se ofrecerán hasta el próximo 6 de octubre. El barítono italiano Luca Salsi y el bajo Dmitry Ulyanov brillaron sobre el resto con sus interpretaciones del marqués de Posa y Felipe II, respectivamente. La soprano Maria Agresta cantó una muy emocionante Isabel de Valois, fue de menos a más y cosechó grandes aplausos en el quinto acto. La mezzo Ekaterina Semenchuk utilizó todo su potencial dramático para componer una tremenda princesa de Éboli y también recibió una ovación tras su aria O don fatale, o don crudel. El bajo Mika Kares fue un convincente gran inquisidor. Marcelo Puente sustituyó en este primer elenco a Francesco Meli, que se ha caído del cartel por enfermedad. Su papel, sin un aria de lucimiento pero con mucho que cantar, es un caballo de batalla para cualquier tenor. Cantó con mucho más aplomo que en el ensayo general de la semana pasada, pero de los seis cantantes protagonistas es el que transmite mayor inseguridad .
Es indiscutible que Don Carlo es una gran ópera para abrir una temporada, pero lo que no está tan claro es si hacerlo con una producción estrenada en Frankfurt en 2007 es la mejor decisión para el Real, que presume de estar en la primera división de los teatros de ópera del mundo. Tal vez habría sido más interesante y arriesgado haber apostado por alguna de las nuevas producciones que se esperan esta temporada.
Puedes consultar en la web del Teatro Real toda la información sobre funciones y elencos de Don Carlo.
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