Donna Leon: “Ayer pasé una tarde estupenda recogiendo estiércol”

La escritora Donna Leon. Foto: ©Ivan Giménez – Seix Barral

Atención a aquellos navegantes que tengan previsto vararse en el último libro de la escritora estadounidense Donna Leon (Nueva Jersey, 1942). En las páginas de ‘Una historia propia’ (Seix Barral), el comisario Brunetti, sempiterno protagonista de sus novelas policíacas, ni está ni se le espera. No hay rastro de crímenes ni huellas de asesinos. ¿Decepcionados? En absoluto. En esta colección de artículos escritos hace tiempo por la autora, reales como su misma vida, descubrimos por fin a una mujer muy, muy celosa de su intimidad.

Tanto que, durante las cuatro décadas que residió en Venecia, se negó a que sus libros fueran traducidos al italiano, no fuera a sobrevenirle un ataque de fama que le impidiera contemplar los canales como lo que siempre quiso ser: una vecina más. Es un verdadero privilegio averiguar que a Donna Leon le encanta el olor a piara y detesta el café capuccino coronado con cacao en polvo, tanto como la piña en la pizza o los turistas en masa que acabaron por echarla de Venecia. “¿Por qué ese empeño en que el café sepa a otra cosa? ¿Acabarán inventando un café son sabor a alcachofa?”, exclama divertida. Que es feliz observando una colmena y tuvo el privilegio de asistir en directo al aovar de una abeja reina. Que su alegría constante es herencia materna. Que fue guía turística en Roma, maestra en Irán, en China, en Arabia Saudí. Y por último; ¡atención, spoiler!, contamos que el libro termina con una recomendación para todas las mujeres, y hombres, que cumplen años escatimando velas en la tarta como si esa mentirijilla pudiera garantizarles la eterna juventud. “He mencionado que la vida adulta empieza a los 18. ¿A qué edad es anciana una persona?”. Se pregunta la autora. “No seremos Wonder Woman ni Superman”, continúa. “Seguiremos siendo anziani, pero seremos anziani con más posibilidades de mantener la salud y las fuerzas”, para terminar describiendo a una mujer que se mira cada mañana al espejo y el espejo le dice: “Qué buen aspecto tienes, guapa”.

La escritora nos atiende, a través de la pantalla, desde su casa actual en un pueblo de Suiza donde disfruta de la paz y la belleza que la globalización le arrebató hace tiempo a la bella ciudad de Venecia. “Todos somos alguna vez turistas”, confiesa resignada. “Pero lo de ahora supera muchos límites. Visité Venecia por primera vez en los años 60. En 1981, decidí quedarme allí a vivir. Recuerdo que salía a pasear con la sensación de que solo me cruzaba con venecianos. Las calles no estaban atestadas y podías mirar al cielo mientras caminabas. Hoy los turistas acuden por millones. No hay forma de fijarse en lo que te rodea, porque siempre hay alguien que camina hacia ti. Ir a comprar pan, queso o vino se ha convertido en una experiencia incómoda. Largas esperas, la gente se empuja, no te puedes mover. No es agradable vivir con eso los 12 meses del año”, explica Donna Leon.

Hoy vive en mitad del campo, dispone de un amplio jardín y la compañía de un vecino propietario de una granja con 50 vacas ecológicas que proporcionan, entre muchas ventajas, una considerable cantidad de excrementos. “Ayer, por ejemplo, pasé un día muy feliz visitando la granja. Me puse mis botas de goma, cogí varias bolsas y las llené del estiércol con el que abono mi jardín. Para pasar una tarde estupenda entre un montón de mierda hay que tener una inclinación a la felicidad”. Ese ambiente digno de la Heidi de Johanna Spyri le recuerda a su infancia campestre, serena y feliz. “Además, estoy a solo siete kilómetros de la frontera con Italia, así que no me he ido del todo. Caminando, puedo llegar hasta allí”.

¿Cómo se conserva esa costumbre de ser feliz tal y como está el mundo?

“Las personas llevamos grabado el carácter que desarrollamos durante los primeros años de vida. Yo tuve la suerte de criarme en una familia muy dichosa, así que ese es mi espíritu. Puedo ser también muy crítica con el futuro de la humanidad y desesperarme ante lo poco que hacemos, por ejemplo, contra la crisis climática. No me gusta el mundo que les vamos a dejar a nuestros hijos y nietos. Pero prefiero llevar esa cruz con alegría, porque no puedo imaginarme viviendo triste todo el tiempo”.

Dice Donna Leon que Una historia propia no responde a la necesidad de contarnos su vida. Ni siquiera fue idea suya. Los 30 relatos que componen el libro se escribieron hace 25 años y fueron publicados en algunos periódicos   suizos, ingleses y alemanes. “El año pasado, mi editorial suiza me preguntó si me importaría recopilar esas historias. Les pedí que me dejaran leerlas antes. En el repaso, algunas me hicieron reír y, como en general estaban bien, les dije que podían publicarlas. Quizás me ayuden a mostrarme como una persona normal y corriente, con mis experiencias”.

Tampoco ha querido poner distancia con Brunetti. Más de la mitad de esos ensayos fueron escritos antes de que el comisario veneciano estuviera en este mundo, nos dice la madre del célebre Guido Brunetti, nacido a principios de los años 90 y personaje central de su obra al protagonizar una treintena de títulos.

Leon admira a Henry James, Dickens y Shakespeare. Estudió a Jane Austen para su tesis doctoral, pero el documento se perdió cuando tuvo que abandonar Irán de forma apresurada por culpa de la revolución. No recuerda que aquella situación le diera miedo. “En absoluto. Irán es una nación llena de personas honestas que tienen un gobierno loco que funciona en su contra. Una revolución que acaba en un gobierno religioso no puede llegar a buen puerto, sea el credo que sea. Si tuviera que vivir ahora en Irán, me sentiría muy incómoda, pero nada más”.

A la escritora le gusta mucho su oficio. Es más, le divierte. “Con la ficción puedes hacer lo que quieras. Consigues que cualquier cosa sea posible, que la gente haga lo que tú decides. Bueno o malo. No niego que esto tiene cierta relación con sentir cierto poder. ¡Ya podéis dar gracias de que no me haya dedicado a la política!”.

Donna Leon tiene otras pasiones perfectamente compatibles con la literatura. Como lectora, la poesía. Como escuchante, la ópera. “Ambas son un exponente de la pasión en crudo. Sin maquillajes ni disfraz. Eso me resulta muy conmovedor”. En su otra divina trinidad, el primer puesto es para Händel. Luego, Bach, Vivaldi… “Bueno, y también Mozart, son todos unos dioses. Creo, sin embargo, que las personas que escuchan a Wagner son las mismas que le ponen cacao al capuccino”, bromea y se disculpa. “Yo ya soy una persona mayor, así que puedo pensar como una persona mayor”.

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