Dos botellas de vodka con semillas de tejo

Foto: Pixabay.

Terminamos aquí, ante una tumba, la serie ‘El viaje de las heroínas’, 23 relatos publicados a lo largo de agosto en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado.

POR IRENE SÁNCHEZ 

Mira, Pavel, ya ha echado flores el lilo. Este año viene la primavera tardía porque nevó en abril, pero el rosal que planté a los pies de tu lápida brota como nunca. Voy a limpiarte un poco el mármol y la cruz, que nadie diga que soy una dejada. Qué ocurrencia la mía… Una dejada es justo lo que soy…

Me abandonaste por haber perdido la planicie del vientre, pero es que, Pavel, no tuviste en cuenta que de esas entrañas mías habían salido nuestros dos hijos. Tampoco tú eras el mismo entonces, no vayas a creerte, que el pelo te empezaba a clarear. Quedaba muy lejos el joven con el que me marché a pesar de los gritos de mi madre. Ella siempre desconfió de ti por extranjero, pero yo te seguí hasta que perdimos de vista mi casa, mi calle, el barrio, la ciudad. Queríamos crear nuestro hogar lejos de la gente… ¡y por un tiempo lo conseguimos, par de estúpidos!
Quisimos que nuestros niños nacieran en el refugio del bosque mientras el viento aullaba a la vez que yo, traerlos al mundo igual que lo hiciera la primera hembra. Por eso, cuando tú me sacaste de nuestra cama para meter a una mujer más joven, yo me agarré a las sábanas, porque todavía olían a la sangre de mis partos. ¿Te acuerdas, Pavel, de cómo me agarraba? No te asomaste a la ventana mientras salía del refugio y me alejaba con la melancolía y nuestros hijos. Demasiado ocupado con tu nuevo amor… Pero a mí me volvió la tristeza, la misma que sentía mientras acariciaba a los recién nacidos y que solo se calmaba con infusiones de hierbas.

Espera, voy a coger agua para ponerte las lilas. Son las que había al lado de la puerta, pronto abrirán del todo. Cuando me dan permiso, tomo el tren y subo al bosque. La casa está en ruinas, pero, ¿ves?, el arbusto no se ha perdido y sigue dando flores. Y eso que me dijiste que para qué me molestaba en plantarlo. Te las pongo a los pies o, mejor, junto a la cruz.

A mi madre no le sorprendió que yo volviera con los niños. Pobrecita, aquí al lado la tienes, seguro que revolviéndose bajo la tierra. Cuánto dolor le causé, primero al marcharme, después cuando pasó lo que pasó. Ella me cuidaba, quería que te olvidara, pero no pudo ser.

Una noche salí a la calle y compré vodka, una botella para mí y otra para los niños. A mí el vodka me llevaba hasta ti: tú con el vaso de antes de comer, tú riendo después, siempre tú. El caso es que volví a casa y lo mezclé con las semillas de  un tejo. Exprimí el jugo, lo eché en el alcohol y desperté a nuestros hijos, que lo tomaron como una medicina. ¡Qué amarga!, protestaron. Al rato, sus corazones dejaron de latir. Sin embargo, el mío aguantó.

Ahora no puedo tomar vodka, me prohíben muchas cosas, aunque me dan otras, dicen que con ellas me estabilizo y creo que es verdad, porque ya no os lloro.
Voy a pasarme por la tumba de los niños, ¿quieres que les diga algo?
Callas Pavel… Tú, como siempre, hombre de pocas palabras.

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Comentarios

  • Jorjón

    Por Jorjón, el 28 agosto 2022

    Me ha parecido muy original, duro y, sobre todo, escrito con mucho gusto.

  • Nina

    Por Nina, el 29 agosto 2022

    Es un resumen en pocas líneas de Medea donde solo la parte trágica de la obra se manifiesta.

    Medea significó mucho como mujer y es ahí donde está su heroicidad.

    Un monólogo mental con muy buen sentido de captura de interés.

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