Duelo hormonal en ‘Las Bodas de Fígaro’ de Claus Guth en el Teatro Real

Una escena del cuarto acto de ‘Las bodas de Fígaro’ en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real apuesta por la elegantísima producción de ‘Las bodas de Fígaro’ que el director alemán Claus Guth estrenó en Salzburgo en 2006 rechazando la hipersexualizada propuesta que anunció primero de la neerlandesa Lotte de Beer, que el año pasado fue vapuleada por la crítica en el festival de Aix-en-Provence. Serán 13 funciones de un fantástico espectáculo para una de las mejores partituras de Mozart con dos grandes elencos con nombres como Julie Fusch, María José Moreno, Rachael Wilson, André Schuen y Vito Priante.

Resulta habitual que conciencia de clase y perspectiva de género sean los dos conceptos que primero se asocian a las puestas en escena de una de las mejores óperas de Mozart: Las bodas de Fígaro. Ambas cuestiones, sin duda, están tanto en la trama creada por el libretista Lorenzo da Ponte como en la música del compositor austriaco. Sin embargo, en esta ocasión, el siempre interesante director de escena Claus Guth decide indagar en el subtexto del libreto y la partitura escarbando en la psicología de los personajes para servirnos un fantástico trabajo dramatúrgico capaz de enfocar una de las obras más famosas del repertorio desde una perspectiva sorprendente.

“He tratado de observar en cada situación tanto las energías racionales como las irracionales de los personajes. En esta obra hay un personaje que es Querubino que llega para sembrar el caos. Él es el virus de toda la historia y el que provoca que se genere una lucha entre lo psicológico y lo hormonal que lleva muchas veces a que se diga una cosa y se haga la contraria. En esta ópera está muy presente la eterna lucha entre eros y tánatos”, asegura el director alemán.

Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, afirma que la producción de Claus Guth que se estrenó en el Festival de Salzburgo en 2006, hace el mismo ejercicio de reducción y aligeramiento que realizaron tanto Mozart como Daponte con la obra teatral La folle journée, ou Le mariage de Figaro, de Pierre-Augustin de Beaumarchais, que se había prohibido rodeada por el escándalo por sus nuevas ideas revolucionarias. La ópera se estrenó un Primero de mayo de 1786 en Viena. Dos siglos y 36 años después, sigue siendo una obra arrebatadora, con una música que transita casi por todos los sentimientos que experimenta el ser humano. Es sin duda una música inmortal que puede ser a la vez la más conmovedora y la más dicharachera que se pueda imaginar.

Pese a lo que pueda parecer, la propuesta de Claus Guth ha madurado fantásticamente. Todavía no han pasado dos décadas desde su estreno en la ciudad natal de Mozart y ya puede intuirse que se puede convertir en todo un clásico. Es elegante, respetuosa, divertida, audaz e inteligente. El director alemán echa mano de algunos de sus recursos estilísticos marca de la casa: el subtexto, la simbología y la dramaturgia para ofrecer un espectáculo de una altísima calidad. Con una estética elegante y sobria que en ocasiones recuerda a ciertos directores de cine nórdico, Guth es capaz de ofrecer tanto alta costura como prêt-à-porter en la misma producción. Vemos claramente el vodevil, las puertas que se abren y se cierran, los divertidos desencuentros y situaciones cómicas disparatadas, pero todo va envuelto con una preciosa cinta blanca que evita en todo momento cualquier atisbo de vulgaridad.

En la lectura de Claus Guth sobre Las bodas de Fígaro, Eros es el protagonista. Los personajes se dejan dominar por sus instintos, por sus hormonas, por el deseo puro y duro. Y ese diablillo aparece constantemente en escena moviendo los hilos de las marionetas que son los personajes hasta formar un embrollo considerable. En Las Bodas de Guth vemos a los personajes haciendo lo que en otras producciones nos gustaría que hicieran. Ceden a sus pasiones como embrujados por la magia de la música casi sin filtros, en una sucesión de encantadoras escenas de libertinaje arrollador. Cuenta Guth con unos aliados impagables: en primer lugar, los cantantes, que se convierten en grandes actores dispuestos a hacer lo que haga falta. Pero sobre todo acierta tanto en la escenografía como en la iluminación. Una escenografía que evoluciona sutilmente entre el primer y cuarto actos en lirismo, simbolismo y locura. Como los pájaros que, borrachos de hormonas y deseo, se estrellan contra los cristales de las ventanas. Así de irracional y peligroso puede llegar a ser el erotismo.

En la función del pasado martes, día 26, destacó sobre todo la soprano española María José Moreno, que compuso una arrebatadora Condesa de Almaviva. Su voz es potente y delicada al mismo tiempo, con un timbre precioso. Supo, además, lidiar con las exigencias de la puesta en escena, que le obligan a un meritorio esfuerzo físico escaleras arriba, escaleras abajo. La canzonetta sul’aria del tercer acto que canta a dúo con la soprano Julie Fusch, en el papel de Susanna, fue para el recuerdo. Fusch, protagonista indiscutible de esta ópera, resultó en ocasiones un poco histriónica, pero su canto supo ser enérgico, engatusador y melancólico. En el primer acto estuvo un poco distraída, pero fue creciéndose a lo largo de la representación. Impecable, también, la mezzo Rachael Wilson como Cherubino. Fue de las más aplaudidas de la noche. Gran actriz y gran cantante. André Schuen, como el Conde de Almaviva, supo meterse con un canto robusto en la piel del personaje y, además, adecuarse a los caprichos de Guth que, a ratos, le hace cantar partes complicadas de la partitura con el personaje de Eros haciendo equilibrios sobre sus hombros.

El bajo barítono Vito Priante en el papel de Fígaro estuvo convincente. En ocasiones, su canto se veía engullido por la magnífica orquesta del Teatro Real a las órdenes de su director titular, Ivor Bolton.

En resumen, esta producción de Las bodas de Fígaro de Claus Guth –que ha sustituido a la hipersexualizada y vapuleada por la crítica propuesta de la neerlandesa Lotte de Beer, estrenada el año pasado en el festival de Aix en Provence y que se había anunciado en un principio– es un espectáculo digno de verse que, además, brilla aún más con los dos elencos que ha programado el Teatro Real para sus 13 funciones.

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Comentarios

  • Ana Weyland

    Por Ana Weyland, el 28 abril 2022

    No me interesa ver una ópera en una de cuyas escenas se ve a un hombre colgando boca abajo del marco de una puerta. ¡Qué ego tienen los «metteurs en scène»! Prefiero seguir escuchando las dos hermosas versiones de este prodigio de ópera que tengo en casa.

  • Esther Aguirre Briones

    Por Esther Aguirre Briones, el 29 abril 2022

    Voces y música magníficas pero la puesta en escena fría y muy aburrida. La vi con mucho interés y esa fue mi conclusion

  • Alfredo

    Por Alfredo, el 29 abril 2022

    Quiero cantar el rol del Conte Almaviva en Madrid. Per ché, crudel, farme ianguir cosí?

  • Ricardo Hernández

    Por Ricardo Hernández, el 30 abril 2022

    Desde Buenos Aires, Argentina, desearía saber si alguna de las 13 funciones de esta formidable ópera, el Teatro Real la trasmitira via streaming. Lamentablemente, estamos muy lejos para asistir. Gracias.

  • Fernando Peregrín

    Por Fernando Peregrín, el 04 mayo 2022

    Parece que hemos visto dos espectáculos distintos.
    Desde la cumbre de mi gran experiencia asistiendo a las más grandes y legendarias puestas en escena de Las bodas de Fígaro durante los 45 últimos años en los grandes teatros y festivales de ópera de medio mundo y de la mitad del otro y asentado en mi exquisito buen gusto puedo decir y digo que posiblemente sea el más caprichoso, diletante, absurdo y ridículo montaje de esta obra maestra de la trilogía Mozart-Da Ponte.
    Claus Guth, merecedor de condena a galeras por su asesinato de Mozart y su libretista-poeta y el desastre orquestal de Ivor Bolton, espeso, caótico, zafio y con tempi arbitrarios, lograron masacrar al pobre Fígaro, a Sussana, a la Condesa, al Conde y a todo el que se puso por delnate.
    La compañía de canto (segundo reparto), mediocre e incapaz de ejecutar los recitativos con la italianità, la dicción, el acvento y el estilo que requiere el genio literario de Da Ponte

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