Econazis, gilipollas, ecoterroristas, delincuentes, mamarrachos, perroflautas

Manifestación del grupo Just Stop Oil en la ciudad de Bristol, Reino Unido.

Extinction Rebellion, Just Stop Oil, Futuro Vegetal, Rebelión Científica…  Grupos de acción para concienciar sobre la crisis climática. Y lo que se les ha llamado. “Ecoterroristas. Delincuentes. Falso ecologismo. Niñatos totalitarios. Basura. Parásitos. Vividores. Sectarios. Gilipollas. Econazis. Fanáticos del apocalipsis. Mocosos. Hippies piojosos. Enfermos mentales. Tarados. Fanáticos. Mamarrachos. Ecosubnormales. Perroflautas. Ridículos. Chiflados. Imbéciles. Comunistas. Gamberros acomplejados. Tontos climáticos. Borregos descontrolados”. Hoy nos detenemos en el libro del periodista Rafael Ordóñez: ‘Amor y furia. Activismo frente a la emergencia climática’.

El periodismo ambiental se ha convertido en un oficio funerario. Casi cada día hay que dar cuenta, como un contable de la muerte, de las especies que van desapareciendo por la contaminación y los efectos del cambio climático, o señalar un nuevo indicio de que el calentamiento global es ya irreversible y solo cabe mitigar sus efectos más letales. Por citar solo dos de esos indicios, mientras escribo estas líneas, la NASA asegura que el Ártico perderá todo su hielo por primera vez en las próximas dos décadas y, a pesar de las lluvias recientes, que han aliviado un poco el campo, la primavera en España se cierra como la más cálida y una de las más secas desde que tenemos registros.

Sin embargo, a veces, muy de vez en cuando, surgen noticias alentadoras, aunque su alcance sea tímido. Cuenta el diario El Salto que Reino Unido ha prohibido los anuncios de combustibles fósiles de Repsol, Shell y Petronas por greenwashing (lavado verde). La Autoridad de Normas Publicitarias de este país ha concluido que las tres grandes petroleras “engañaban” al público sobre los beneficios climáticos de sus productos. “Omitían información fundamental” sin ninguna mención a sus operaciones contaminantes, informa el diario. Hace poco hemos conocido también que las petroleras nos engañan desde los años 70, cuando ya tenían datos concluyentes sobre los efectos del cambio climático y lo ocultaron al gran público. Su táctica es parecida a las de las grandes tabaqueras. Negar la mayor para seguir vendiendo. Nuestro mundo es adicto a los combustibles fósiles y está costando mucho que la gente se despierte de este sueño opiáceo, como el del narrador de La Caída de la Casa Usher, de Poe. La casa, nuestra casa, se derrumba ante sus ojos.

Apenas queda margen para evitar los peores pronósticos sobre la crisis climática. Sobran los datos y las evidencias y faltan medidas radicales, un cambio de paradigma. Los Gobiernos del mundo deberían dejar de tener en cuenta las presiones de los lobbies de los combustibles fósiles y escuchar a la ciencia. En las cumbres del clima hay más presencia de los mamporreros de las petroleras que activistas. Por suerte, no todo está perdido, y hay una nueva generación de activistas empeñada en que despertemos. Gritan amor y furia, pues su rebeldía nace de la rabia, pero también de la no violencia. Lo cuenta el periodista Rafael Ordóñez en el libro Amor y furia. Activismo frente a la emergencia climática, publicado por la editorial Tres Hermanas en su colección Clepsidra, que con tanto tino dirigen María Castro y Ernesto Calabuig. Aunque desde hace poco Ordónez es el responsable de Política del diario El Independiente, durante muchos años ha sido el coordinador del área de medioambiente, lo que le ha permitido conocer de primera mano estos movimientos surgidos a partir de 2019.

Extinction Rebellion https://rebellion.global/ , Stop Oil https://juststopoil.org/ , Futuro Vegetal https://futurovegetal.org/ , Rebelión Científica https://www.rebelioncientifica.es/ … El  nombre varía en cada país, pero el punto de partida es el mismo para todos estos grupos, que mantienen una organización horizontal y nada jerarquizada, como en la más sana tradición libertaria: la denuncia de la pasividad frente al cambio climático. Frente a una sociedad anestesiada, han apostado por emprender acciones disruptivas que nos saquen del estupor, que llamen la atención de los ciudadanos, siempre desde la no violencia.

Con buen pulso narrativo y periodístico, Ordóñez repasa en este libro el origen de la indignación climática, con Greta Thunberg como referente, a partir de la inacción de los Gobiernos y los fracasos de las sucesivas cumbres del clima, que no han servido para mucho, pues ni siquiera vamos a cumplir el Acuerdo de París. Si seguimos por la misma senda, y por desgracia todo apunta a que será así, es muy probable que en esta década alcancemos ya el grado y medio de aumento de temperatura que señalan los científicos como la línea roja que no hay que cruzar si queremos seguir viviendo en un mundo habitable.

Todos hemos visto las imágenes de Phoebe Plummer y de Anna Holland, activistas de Stop Oil, cuando en 2020 lanzaron un bote de tomate a Los girasoles ciegos, de Van Gogh. “Ecoterroristas. Delincuentes. Terroristas climáticos. Falso ecologismo. Niñatos totalitarios. Basura. Parásitos. Vividores. Sectarios. Gilipollas. Econazis. Fanáticos del apocalipsis. Mocosos. Hippies piojosos. Enfermos mentales. Tarados. Fanáticos. Mamarrachos. Ecosubnormales. Perroflautas. Carne de secta. Radicales. Vándalos climáticos. Plaga. Criminales. Ridículos. Chiflados. Imbéciles. Odiadores de la cultura. Hijos de perra. Hijos de la gran puta. Soke. Comunistas. Gamberros acomplejados. Ecologistas. Tontos climáticos. Borregos descontrolados”. La lista de improperios que reciben estos grupos y que recoge Ordónez es larga. “Todos estos insultos, multiplicados y amplificados por las redes sociales y medios de comunicación, son el premio instantáneo que reciben los activistas climáticos cuando llevan a cabo acciones reivindicativas”, escribe.

Reconozco que, la primera vez que vi estas imágenes, yo mismo pensé que era una agresión injustificable. Un cuadro de Van Gogh, además; el pintor que dio vida a lo sencillo, a lo cotidiano, que murió en la pobreza. Que incluso era una mala estrategia de concienciación, si es lo que pretendían. Me escandalicé. Sin embargo, cuando se conocieron más detalles, quedó claro que el cuadro no sufrió ningún daño, como tampoco La maja desnuda, de Goya, cuando dos activistas de Futuro Vegetal se pegaron al marco. Las activistas sabían lo que hacían. La intención no es atentar contra la cultura, sino precisamente utilizar el valor simbólico de la cultura para despertar nuestras conciencias.

En Alemania, uno de los países donde el movimiento tiene más fuerza, la policía los ha catalogado como terroristas. ¿Pero quiénes son los terroristas?, me pregunto. ¿Quienes alientan el cambio climático, con todo lo que implica, o quienes lo denuncian pacíficamente? Amor y furia sirve para conocer un poco más a estos activistas en primera persona, sus razones para movilizarse, su hartazgo ante la pasividad de nuestros dirigentes, su amor por la vida en el Planeta Tierra. “Mi nombre es Mauricio Misquero. Pronombre, él. Tengo 33 años. Soy profesor en la Universidad de Granada, formo parte de Extinction Rebellion, Futuro Vegetal y Rebelión Científica”. Ordónez les da voz. Una voz que deberíamos escuchar, incluso aunque no gritaran.

 

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