Eduardo Barba vuelve a enseñarnos a mirar los jardines
Tras el acierto de ‘El jardín del Prado’, el paisajista, escritor y botánico Eduardo Barba –él prefiere denominarse simplemente como jardinero– ha publicado ‘El paraíso a pinceladas’ (Espasa), una maravillosa obra de encuentro entre la literatura, la pintura y la naturaleza ajardinada. “Eduardo, tus libros son como lentes para ver el mundo; nos enseñan a mirar”, le dijo el escritor Antonio Muñoz Molina en la presentación del libro.
“El suelo de un jardín guarda el recuerdo de las miles de pisadas que ha soportado, el movimiento de sus raíces que lo horadan y las que cobijó. Raíces que se juntan y se mezclan dentro de una tierra parda y rojiza de origen medieval tan vieja como los edificios, con restos de cerámicas antiguas machadas, tierra sin la que nadie se sustentaría…”. Así nos introduce el paisajista y escritor Eduardo Barba en el Jardín del Generalife de La Alhambra, y lo hace a través de lo que observa en un cuadro del pintor austriaco Ludwig Hans Fischer, de finales del siglo XIX.
Barba, que ya nos paseó por el Museo del Prado en un libro anterior (El jardín del Prado, también en Espasa) para contarnos historias de las plantas plasmadas en sus cuadros, ahora nos hace viajar por el mundo para meternos de lleno en los esplendorosos jardines que perviven en el arte pictórico, y lo hace gracias a su última obra, El paraíso a pinceladas (Editorial Espasa). Es una de esas joyas publicadas para los amantes de la naturaleza y también de la belleza de esos mágicos espacios verdes que han sido creados con mimo por los seres humanos desde tiempos remotos y que, plasmados en cuadros, murales y grabados, perviven pese al paso del tiempo.
El autor, que se define como orgulloso jardinero, ha escogido en esta ocasión una treintena de obras de todos los tiempos y de diferentes civilizaciones para enseñarnos a observar con detalle las plantas que ocultan, logrando aunar así el arte, la naturaleza y la literatura, y lo hace precisamente en un momento en el que nos hemos acostumbrado a no mirar más allá de nuestra pantalla del móvil, como se recordaba el día de la presentación del libro en el Real Jardín Botánico de Madrid. “Tenía ganas de volver a escribir sobre las plantas y el arte, pero no me gustan segundas partes, así que esta propuesta de recorrer jardines que han sido pintados me entusiasmó. Hay tantos que la selección no ha sido fácil, llegué a tener 200 obras seleccionadas entre las que elegir. Al final, preferí, en general, aquellas que tenían jardines poco conocidos, pero de gran belleza, aunque hay otros muy famosos. Algunas obras las conocí gracias al Blog de la Tabla, otras las conocía o me llegaron por otras vías. Las hay que son miniaturas y muchas son cuadros que no les he visto en directo, otras sí, como las que están en el British Museum, el Prado o la Casa de Sorolla. Se trataba de mostrar que cada región, a lo largo de la historia, ha tenido sus preferencias, pero que también hay algunas constantes, como que siempre se han valorado mucho las especies exóticas para diseñar los jardines”, cuenta Eduardo.
Así, a golpe de azada y corte de tijeras, le acompañamos de la belleza de las peonías de China que figuran en una miniatura anónima pintada hacia 1440 a la exuberante jardinera en una ventana de Múnich, del siglo XIX, en la que un hombre está regando, una escena pintada por Carl Spitzweg; o a los pétreos pinos y palmeras que quedaron en un bajorrelieve de Mesopotamia, allá por el 635 a. C.
“El arte y la literatura han olvidado su relación con el mundo natural” decía el escritor Antonio Muñoz Molina en el acto de presentación. “Yo mismo, al ser adulto, me alejé de la naturaleza durante años, pero ahora la he recuperado. Gracias a Eduardo Barba, ahora me fijo más en las plantas cuando paseo por el parque de El Retiro y siento remordimiento de haberlas tenido olvidadas”. Y es que, como reconocía, en muchos sitios, pero más en España, la vida intelectual durante demasiado tiempo ha separado lo creativo y literario de lo científico, algo que, como recordaba, defendía en el pasado Ortega y Gasset, pero eran otros tiempos. “Ahora vivimos un momento en el que lo natural se destruye en aras del progreso y el beneficio”, añadía Muñoz Molina. “Es necesario conectar de nuevo emocionalmente con la naturaleza”.
Y con este paraíso artístico que nos ofrece Barba es fácil recuperar esa relación perdida. Decía Muñoz Molina que “un jardín es como una maqueta el mundo y así lo ha querido retratar”, pero con palabras, un paisajista que nos lleva de la mano para que centremos la vista en ese plátano de sombra del mural pompeyano de la Casa del Brazalete de Oro; y de ahí a un árbol de sicomoro de tiempos tebanos; y un poco más allá a ese tiempo en el que los misioneros traían a Europa extrañas plantas atractivas por su belleza, o a las maravillas del Jardín de la Fidelidad en el que se colocó a un emperador mongol, en el Afganistán del siglo XVI. “Eduardo, tus libros son como lentes para ver el mundo; nos enseñan a mirar”, le dijo el autor de Plenilunio y premio Princesa de Asturias de las Letras, una definición que describe lo que se siente al pasar las páginas, bellamente ilustradas por Jorge Bayo.
Algunos de los jardines recreados, con sus madreselvas (una de las plantas más comunes), sus calas o sus adelfas ya no están como cuando se pintaron. En otros, los artistas plasmaron flores que no existían y los hay que siguen igual que cuando el artista les dedicó su mirada y su arte. “Siempre surge alguna duda para identificar alguna de las plantas en jardines pintados. Hay quienes no lo ponen fácil y te acercas a la obra como a la caligrafía de un médico, pero también hay quienes lo dejaron claro”, señala Barba. Entre los exuberantes, imposible dejar pasa ese Jardín de Aranjuez. Glorieta II que plasmó Santiago Rusiñol en 1907, donde vemos casi tantas plantas como países: salvia mexicana, narcisos europeos, una crásula sudafricana o una persicaria de la India, en un lienzo que es una explosión de colores y que nos hace oler la primavera.
En las últimas páginas, al listado completo de las obras se añade una guía para identificar las plantas en los dibujos de Bayo que salpican las páginas y un exhaustivo índice de todas las plantas que los pintores sembraron e hicieron florecer en sus obras.
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