El armónico Budapest de Béla Bartók

La simetría del Parlamento húngaro en Budapest.

Abrimos aquí nuestra sección ‘El Viajero Asombrado’. De la mano del escritor Use Lahoz (‘Jauja’, ‘Los Baldrich’…) realizaremos viajes centrados en nuestra razón de ser: la cultura y la naturaleza / el medioambiente. Empezamos hoy recorriendo el Budapest del extraordinario compositor, pianista e investigador del folclore de Europa Oriental Béla Bartók (1881-1945), que supo aunar con emoción lo culto y lo popular. Bartók empezó a tocar con su madre a los 5 años, empezó a componer a los 9 y dio su primer concierto a los 11. En la capital húngara podemos seguir su genial rastro, desde su casa familiar a la nueva Casa de la Música. Nos vamos al culto Este de Europa.

El otro día, como casi cada día, estaba hablando con mi amigo Andrés cuando la conversación derivó hasta la curiosa evidencia de que Alex Ross, en su extraordinario El ruido eterno, apenas dedicara espacio a Béla Bartók y, en cambio, se entregara a Sibelius obsequiando a su obra una gran cantidad de páginas y elogios. Nos sorprendía, sobre todo, por la admiración que profesamos hacia Alex Ross, y también, obvio, hacia Béla Bartók. Quizás por eso, la semana pasada, en cuanto puse un pie en Budapest lo primero que hice fue ir a la Casa Museo de Béla Bartók, ubicada en Obuda (uno de las tres demarcaciones que componen esta antigua capital del imperio austrohúngaro: Buda, Pest y Obuda, unificadas en 1873) con intención de iniciar una inmersión en el mundo del genial compositor, pianista y precursor, junto a su íntimo amigo Zoltan Kodály, de la etnomusicología.

De camino, en el taxi, mientras atravesaba el puente de la Libertad y veía a lo lejos el de Sissi, pensé en la relación de Bartók con Budapest y la suerte que corrieron ambos tras el desmembramiento del imperio austrohúngaro y la Segunda Guerra Mundial: uno iniciando un exilio (que acabó siendo más doloroso de lo esperado en Nueva York) para huir del nazismo; y la ciudad, unos años más adelante, quedando bajo el comunismo. Y también pensé en el profundo sentimiento de pertenencia a Hungría de Bartók, siempre apegado a su país, tanto que en 1903 dijo: “Por mi parte, toda mi vida, en todas las esferas, siempre, de una manera o de otra, he tenido un objetivo: el bien de Hungría”.

Y consecutivamente, pensé también en que Liszt, probablemente el compositor húngaro más famoso de la historia, que murió en 1886, justo cuando Bartók empezaba a tocar el piano con su madre como maestra, para ser luego él quien diera clases de piano durante 20 años en la Academia que fundó Liszt Ferencz y lleva su nombre. Liszt, la primera rock star de la historia, que dejó escrito por activa y por pasiva y en alemán “ich bin hungarische”, seguramente hubiera estado muy de acuerdo con las aportaciones de Bartók en el estudio del folclore. No por casualidad una de las composiciones más celebradas de Liszt son sus Rapsodias húngaras. 

Foto panorámica del puente Margaret, Budapest.

La Casa de Béla Bartók se halla en un barrio residencial. Bartók la alquiló en 1932 con el objetivo de estar cerca de esa naturaleza que tanto idealizaba, como dejó claro en su cantata profana. Aquí estaba tranquilo, en una periferia natural en la que ver conejos y ardillas. Quizás no veía los ciervos encantados ni las cascadas de los que hablaba en su cantata, pero los presentía. No era Bartók un urbanita de café, más bien al contrario. Aquí compuso los cuartetos de cuerda 5 y 6, la Sonata para dos pianos y percusión, la música para cuerdas, percusión y Celesta (que estrenó en Basilea junto a su amigo Paul Sacher) y también, cómo olvidarlo, Mikrokosmos, ese manual para enseñar a su segundo hijo Peter Bartók (y a quien se precie) a tocar el piano. Un piano precisamente es lo que queda en la primera planta, por lo que puedo imaginar a los dos y escuchar la intención pedagógica de esas composiciones progresivas en los libretos, desde el principiante al experto, y cómo van ganando intensidad y complejidad de manera virtuosa. Bartók empezó a tocar con su madre a los 5 años, empezó a componer a los 9 y dio su primer concierto a los 11.

El músico Béla Bartók.

Clases de piano en la casa

El director de la Casa es Zoltan Zarkas, una de esas personas que disfrutan hablando de su ídolo y lo defienden como si lo hubieran conocido porque lo consideran parte de su familia emocional. Me recuerda que a Bartók no le gustaba enseñar, pero enseñaba; quería mejorar, cultivar, elevar el nivel de la pedagogía musical. No solo a sus hijos mostraba Bartók sus composiciones en esta sala, también a sus amigos. Me habla de su pasión por componer y por recolectar el folclore, y de lo que le costó aceptar, tras la Primera Guerra Mundial, que no podía salir a buscar más por pueblos escondidos y fuera de los mapas de Rumanía, Transilvania, los Cárpatos o Eslovaquia.

Insiste en que Bartók era sociable y tenía sentido del humor, y usaba el transporte público, y habla de los tours por España dando conciertos de piano, y de cómo Ravel, Poulenc o Stravinski lo admiraron (Schoenberg un poco menos), y de que en Viena llegaron a compartir programa la Suite Lírica de Alban Berg y la Sonata para dos pianos de Bartók. Yo le digo que Bartók llegó a tocar el piano en Barcelona con la Orquesta Pau Casals, en lo que para mí supone un encuentro conmovedor, dos genios que vivieron después de modo similar sus exilios. Antes de despedirme, lamento que no haya esta noche uno de los conciertos de homenaje a Bartók que se realizan con asiduidad en la casa.

La emperatriz reformadora con 16 hijos

Me acompaña Viktoria, que conoce la ciudad infinitamente mejor que yo. Cada dos por tres me cuenta episodios de la historia de Hungría. Cualquier detalle es digno para sublimarla. Como nos acercamos al Castillo de Buda, me hace reír al recordarme a la emperatriz reformadora y con ojo avizor para la política Maria Teresa de Habsburgo (1717-1780), que tuvo 16 hijos y aún tenía ganas de ir a las trincheras. Nadie aunó como ella trabajo y familia. Se cuenta (y me advierte que es leyenda urbana) que después de parir al octavo fue al médico para preguntar cómo hacía para no tener más y este le recomendó como método anticonceptivo beber mucho vino y comer mucha carne, por lo que los ocho hijos restantes que fue teniendo sin duda los tuvo más contenta. Por su parte, la ilustrada Sissi dejó un recuerdo imborrable en Budapest. Amante de la ópera y la música, contribuyó en lo que pudo al desarrollo de las artes que tanta compañía le hicieron.

El Puente de la Cadena, Budapest.

Mi siguiente parada es el Instituto de Musicología y los Archivos de Bartók. Allí me encuentro con László Vickarius, editor jefe de la edición crítica completa de Béla Bartók. Lo primero que hace es mostrarme el busto de Beethoven que Kodály tenía en su despacho. Enseguida hablamos de las cuatro Bes a través de las que, según los críticos, podemos trazar una línea melódica impecable de la historia de la música: Bach, Brahms, Beethoven, Bartók, y me muestra al instante una foto reveladora de Bartók, ante el piano, en el apartamento de Nueva York, junto a la profesora Ann Chenée: los retratos que le observan desde la pared son cinco: Zoltán Kodály, Liszt, Beethoven, Schumann y Bussoni. La admiración de Bartók por Beethoven le llevó a asegurar que “no se le concedió a cada compositor superar todos los obstáculos y alcanzar la perfección en cada obra, solo, como lo hizo él”.

Laszlo me cuenta que Divertimento fue compuesto en tres semanas de 1939 en los Alpes, donde solía ir con la familia en periodos de vacaciones. Bartók era un tipo orgulloso, para lo bueno y para lo malo. Cuando en 1911 la primera representación de su ópera El Castillo de Barba Azul fue mal recibida, no quiso tocar más en Budapest, aunque siguió dando recitales en la sala de Conciertos del Hotel Royal. Por qué Bartók es crucial, pregunto al gran experto. Su respuesta es sencilla: por su complejidad, que es casi increíble, por la labor de las transcripciones de las melodías folklóricas, por su postura moral, porque se interesó por la música de manera pasional, como algo único, solo alguien que piensa así es capaz de poner el énfasis en dar valor al folclore.

Admiración por Beethoven

Siguiendo la visita de la exhibición que ha comisariado sobre la relación entre Beethoven y Bartók, damos con un testimonio de satisfacción del joven Bartók en una carta a su madre el 18 de junio de 1903: “A la señora Gruber le gustan mucho las Cuatro Canciones, dile a Böske que las aprecie, dicen que han sido compuestas por el futuro Beethoven húngaro”. Entre viejas fotografías, programas de conciertos, recortes de prensa americana, cartas, partituras y varias entrevistas, me detengo en una respuesta que le dio a Serge Moreaux en 1939: “Debussy ha contribuido en gran medida al desarrollo universal de la música al resucitar el sentimiento de armonía y el potencial armónico en todos los músicos del mundo. Este logro es tan significativo como el de Beethoven, quien en sus obras reveló el sentido interno de las formas portadoras del principio de desarrollo, o el de Bach, quien mostró el significado del contrapunto más allá de sí mismo. Aun ahora la pregunta que me sigo haciendo es la siguiente: ¿es posible hacer una síntesis del arte de estos tres gigantes compositores, una síntesis viva, que refleje nuestra época?»

Puentes sobre el Danubio en Budapest.

La nueva Casa de la Música de Sou Fujimori es, sin duda, el edificio contemporáneo del que más se habla estos días fuera de Budapest. Una continuación con la naturaleza; está tan integrada en ella que hace pensar en una nueva vuelta de tuerca a la arquitectura orgánica (que tanto promovió el húngaro Imre Makovecz), un nuevo art nouveau en el que las ondulaciones de la naturaleza y del edificio comparten espacio. Aprovechamos que queda cerca la parada de metro para tomar la línea 1, la amarilla, una experiencia estética de primer nivel, pues este fue el primer metro del continente europeo (así lo dicen los húngaros, alegando que Londres está en Gran Bretaña), en 1896, año de la Exposición Universal que ensanchó aún más Budapest. Hoy, las estaciones de esta línea están protegidas por la Unesco. Me bajo en Kodály para salir a la rotonda Kodály y ver desde la calle el piso donde vivía Zoltán.

Es entonces, al evocar a Kodály y Bartók recolectando, transcribiendo y clasificando con su magnetófono ritmos folclóricos cuando me invade la necesidad de volver a las Seis danzas rumanas de Bartók, ese torrente de emoción y naturalidad que nos lleva de viaje a esas regiones insondables, y recuerdo lo bien que Armando Gentilucci explicaba cómo el compositor “descubre en el folclore una fuerza, una dureza, una vitalidad que testimonia la secular pero no resignada condición dolorosa de sacrificio. Por ello se sirve del material popular de manera crítica y dialéctica utilizándolo como palanca para la formulación de un lenguaje netamente vanguardista”.

Lo popular y lo culto

No conozco una pieza musical ni una obra de arte ni una expresión artística que me hable tan bien y a un mismo tiempo de lo popular y de lo culto, el punzante destello de lo zíngaro, la melodía conmovedora, profundidad universal de lo remoto: la importancia de preservar la música autóctona. Cada vez que escucho ese inicio de la primera danza siento en mi corazón el latido del primitivismo, el grito armónico de un paisaje pintado por la melodía y a su vez la satisfacción inequívoca de estar dentro de una composición tradicional y cósmica, y a su vez de un lamento que invita a uno a llorar de gozo, a llorar por placer, a llorar como ejercicio de depuración para poder luego reír tranquilo.

El brillo del deseo y el enamoramiento

De camino a la Academia de música no puedo evitar pensar en el concierto para violín numero 1 dedicado a la alumna Stefanie Geyer, siete años menor, de la que se enamoró perdidamente un joven Bartók. Geyer era una genial violinista. Al recibir el regalo, le hizo prometer que no se estrenaría antes de su muerte, creyendo Bartók que moriría antes, pero no fue así. Este primer y sensacional concierto para violín, por el que se desliza en notas el brillo del enamoramiento, las fluctuaciones del deseo cuando es platónico, los matices de la idealización; una composición a todas luces conmovedora, esa compañía a la que uno podría acudir a diario.

Imagen nocturna del Parlamento húngaro, en Budapest.

Marta Ziegler fue el siguiente amor, y luego vino Dieta Pastori. En la Academia de Música Liszt me encuentro con Szilvia Tolnai, que con gran precisión me cuenta que fue fundada en 1875 y que Liszt fue nombrado presidente al tiempo que Ferenc Erkel (compositor del Himno Nacional Húngaro) fue nombrado director.

En aquel tiempo, después de los exámenes de ingreso había 38 estudiantes y 5 profesores. Hoy en día unos 200 profesores y 800 estudiantes. El primer edificio estaba en la plaza Hal (Pez), pero después de cuatro años fue demolido debido a la construcción del Puente Isabel. El segundo edificio estaba situado en la esquina de la avenida Andrássy y la calle Vörösmarty. Hoy en día esa es la Antigua Academia de Música y el Museo Franz Liszt, porque Liszt vivía en el primer piso, su salón estaba directamente abierto a la sala de conciertos, podía entrar cuando quisiera. Estamos, pues, en el tercer edificio, construido entre 1903 y 1907, de un clarísimo estilo art nouveau, que recuerda irremediablemente a la Secession vienesa. Los arquitectos Korb Floris y Giergl Kálman fueron partidarios de símbolos y motivos de la mitología griega, concretamente del mito de Apolo y Dafne, de ahí las hojas de laurel (color oro) del techo del gran salón y las paredes verdes. Las vidrieras son de Miksa Róth, las butacas Thonet. En el techo central vemos seis ventanas pintadas de colores distintos: la poesía, la melodía, el ritmo, la armonía, la imaginación y la belleza, los seis componentes para una música excelente.

El estudio en el que durante 20 años enseñó Bartók

En el foyer destaca el fresco de Kőrösfői-Kriesch Aladár: la Fuente de las Artes: en la que aparecen cinco  figuras femeninas desnudas, musas de Apolo: pintura, escultura, arquitectura, literatura, música; ellas alimentan la fuente, ese chorro de agua al que se acercan a beber distintos personajes. Se ve que el día de la inauguración a Franz Joseph I no le gustó en absoluto tanta indecencia y reclamó al pintor si no podía cubrir esos cuerpos, a lo que el artista respondió que no, que el arte no se puede cubrir. Szilvia me muestra además el salón Solti y me recuerda que Georg Solti estudió en la Academia de Música Liszt y tuvo un profesor favorito llamado Béla Bartók. Luego se convirtió en un famoso director de orquesta con hasta 32 premios Grammy.

El momento más emocionante es cuando Szilvia me abre la puerta del estudio en el que durante 20 años enseñó Bartók, en el que siguen en pie dos pianos y algunas fotografías que lo recuerdan.

Después de esta visita pienso que las conexiones entre Viena y Budapest son infinitas, y quizás la única diferencia sean esos años de comunismo de Hungría. Por supuesto, me voy a cenar a la Avenida Béla Bartók, al bohemio Hadih, rodeado de imágenes de intelectuales húngaros que llevan un siglo ocupando estas mesas.

Al aterrizar volví a los cuartetos nuestros de cada día de Bartók, la expresión máxima de su quehacer musical. Por algo, en 1990 John Rockwell escribió: “Durante muchas décadas, los cuartetos de seis cuerdas de Béla Bartók fueron considerados el cuerpo de trabajo más distinguido en ese medio desde Beethoven. Ahora su estatus ha sido cuestionado por los 15 cuartetos de Shostakovich. Pero es un desafío amistoso: cualquier época que pueda producir dos compendios tan magistrales difícilmente puede descartarse como el páramo que algunos conservadores creen que es nuestro siglo”.

Y al entrar en casa por supuesto llamé a Andrés para contarle mi fascinación por Budapest y para lamentar todo lo que no había hecho por no haber tenido tiempo de seguir su consejo, ni había entrado en el museo del horror ni me había bañado en ninguno de los balnearios. Ay, los viajes son como las novelas, las que tienen finales cerrados pueden resultar técnicamente sorprendentes, pero las realmente buenas son las que tienen un final emocionalmente abierto y dejan ganas de más.

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Comentarios

  • Jorge MATEY

    Por Jorge MATEY, el 05 marzo 2022

    Me ha fascinado, el articulo . Conozco Budapest , sus calles , su Metro,, (ciudad que visito si tiene Metro , Museos y Parques es lo que veo obre todo Metro y Museos de Arte, Filarmónicas pocas , pues por problemas que no vienen al caso estoy sordo de un oido y casi del otro), (Mis primeros discos fueron de Gregoriano, luego de todos los estilos y fundamentalmente de Jazz, tengo discos de pizarra y aparato para escucharlos, LP s y y sus aparatos dvds , cintas ,de jazz y un castigo casi soy sordo total, Me encanta muchos autores como Bartók y tambien a Luis de PABLO , y muchos autores de ese estilo

  • Pablo Rozas

    Por Pablo Rozas, el 12 marzo 2022

    Fantástico y emocionante todo el artículo, profundo y cubierto de notas imaginables y delicadas. Perfecta conexión entre música, literatura, arquitectura e historia. Sencillamente magnífico.

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