El arte: la alternativa emocional para avanzar hacia un planeta sostenible

‘Naturaleza muerta con silla de rejilla’, de Pablo Picasso.

Por LUCÍA MENDOZA 

En natural analogía, el arte y el medioambiente nos hablan de adaptación, de adecuación, de aprendizaje, de tiempo, de espacio, de resiliencia, de generosidad, abriendo un espacio a la posibilidad de la no existencia de todo esto, al silencio o al vacío que facilitan la creación de nuevas narrativas. Ambos comparten una acción en la contemporaneidad, incomprensible sin la atención al pasado y que, sin embargo, nos avanza el futuro. En la actualidad son muchos los artistas que desarrollan su obra como reacción ante las distintas formas que el ser humano ha ido encontrando a lo largo del paso del tiempo para agredir al medioambiente. Concebidas a partir de la emoción, estas obras constatan las implicaciones de la creación visual en un momento en el que el planeta precisa de nuestra ayuda.

El comienzo de esta relación fue tímido en el origen. La naturaleza comienza a tener peso específico, ya en el Renacimiento adquiere autonomía en la pintura. Y me gusta pensar que cuando Picasso, en 1912, incluye en Naturaleza muerta con silla de rejilla un trozo de hule que simula un pedazo de rejilla de una silla da comienzo, no sólo al collage o al cubismo sintético, sino a una corriente incipiente de sosteniblidad; este gesto dio cabida a movimientos como los readymade, con la Fuente de Duchamp a la cabeza. Y no sólo eso, nos plantea una disquisición fundamental para todo lo que en arte ocurriría a continuación: las cosas no son lo que deberíamos ver, sino lo que vemos.  Las obras con objetos encontrados, como hacían Robert Rauschenberg o Jasper Jones, se suman a esa corriente que da una segunda vida a objetos desechados por la sociedad de consumo agregándoles el valor que les da convertirse en obra de arte.

Es a finales de los años 60 cuando, con la aparición del Land Art, el arte deja de tratar a la naturaleza como objeto de sus obras para considerarla soporte y material, creando una experiencia física en el contacto con el territorio donde comienzan a mezclarse la escultura con la arquitectura y el dibujo. Robert Smithson, Richard Long, Walter de María, Andy Goldsworthy, Christo & Jeanne Claude, Agustín Ibarrola…, la lista es larga, son los primeros activistas del arte y la naturaleza.

Después, varios movimientos que aunque parecen haber pasado desapercibidos, han ido dejando su huella, como sucede con el arte reciclado que practicaba Arman, o Vik Muniz, con los que, desde mitad de siglo XX, la crítica al sistema de consumo capitalista se agudiza. El arte de conciencia ambiental también trata de afectar la sensibilidad del público sobre problemas ecosistémicos a través de la creación, como es el caso de la obra del francés Paulo Grangeon, quien expuso por todo el mundo sus 1.600 osos panda de papel maché reciclado, haciendo alusión a la conservación de especies en peligro de extinción.

Todos estos movimientos tienen en común la práctica de un ejercicio de concienciación, denuncia o posicionamiento ante un mundo agresivo no sólo con el medioambiente entre sus habitantes (humanos y no humanos). Hasta que, en 1999, Sue Spaid y Amy Lipton introdujeron el término Ecovención. Ellas sí relacionan directamente la degradación medioambiental con el arte ecológico, llegando a este término que reúne ecología, innovación e intervención. La Ecovención da un paso más, propone proyectos que tratan de aportar ideas a la resolución de problemas como la gestión de residuos, extracción de recursos naturales o la recuperación de energías desde residuos.

Se trata de iniciativas que determinan la capacidad del arte de mejorar la sociedad, no sólo con la crítica o la denuncia social o política sino con ideas que sugieren alternativas o posibles vías de investigación. Es el caso de Agnes Denes, una de las primeras artistas en crear arte ecológico, que con obras como Tree Mountain- A Living Time Capsule, considerada el monumento más grande del mundo, nos presenta la posibilidad de un compromiso a futuro para la supervivencia de la naturaleza, el bienestar social y cultural del planeta.  O Mel Chin, que, a través de la colaboración con la ciencia, las matemáticas y otras disciplinas, desarrolló propuestas como Revival Field, un proyecto de arte paisajísitico que realizó junto con el científico Rufus Chaney para el que utilizó plantas hiperacumuladoras conocidas por su capacidad para extraer metales pesados. Sorprendente es el proyecto One City de Will Insly, que diseña ciudades totalmente utópicas para un mayor entendimiento entre hombre, naturaleza salvaje y entorno urbano.

Acercándonos a la actualidad, uno de los temas más interesantes y con un impacto medioambiental enorme es la tecnología. ¿Cuántas veces al día consultamos Google? Muchas, muchísimas. Ante cualquier duda, Google, San Google como algunos le llaman. Interesantísimo es el trabajo de Joana Moll y su exploración del impacto de las tecnologías. En concreto, en su proyecto _Defoooooooooooooooooooorest, de 2016, nos invita a reflexionar sobre la cantidad de árboles que resultan necesarios para absorber la cantidad de CO2 que generan, por segundo, todas las visitas realizadas al buscador más utilizado del mundo.

Y, una vez más, la mitigación de la situación medioambiental se ve condicionada por la situación del país. Son los países en desarrollo los que se ven más afectados, puesto que el retraso en la innovación y la falta de recursos los avoca a una aceleración del cambio climático.

Otobong Enconga, artista nigeriana de origen, denuncia la explotación de recursos naturales, tratando de comprender cómo los cambios sociales y topográficos implican complejidades que deben estar revisadas bajo el análisis regional y cultural. En su obra Delta Stories (2005-2006) visibiliza los conflictos ecológicos, políticos y sociales en la rica región de Delta en el norte de Nigeria. Es cierto que existen hilos discursivos que afectan a artistas de los países del Sur Global muy influenciados por los conflictos vividos, el dolor sufrido, la necesidad de entender sus orígenes y rescatar esa memoria para construir un futuro más libre. Es también el caso de Josefina Guilisasti; la artista chilena se interesa por los saberes y conocimientos tradicionales a través de la interrelación de disciplinas como la historia, la antropología, la geografía y la artesanía, como puede observarse en su obra Quinchamalium chilense.

El arte tiene una gran capacidad de generar y transmitir conocimiento, y nos enseña, a través de la emoción, que la mejor manera de compensar el daño causado al planeta y a los seres que lo habitamos es construir un futuro más sostenible a través de la cooperación, de la adaptación y del impulso de aprendizaje compartidos.

Lucía Mendoza es galerista, presidenta de la delegación de Madrid del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) y miembro fundacional de la Gallery Climate Coalition (GCC) en España.

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