El balcón de Alice Munro

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Si te detienes hoy en nuestra Área de Descanso, para reponer fuerzas, te ofrecemos libros y cine. Entre otros, el que probablemente será el último libro de Alice Munro, Mi vida querida, y Hannah Arendt, el biopic de Margarethe von Trotta sobre la filósofa germanoamericana.

 

¿Qué sería de un fin de semana sin cine? Ayer fui a ver Hannah Arendt, el biopic de Margarethe von Trotta sobre la filósofa germanoamericana. La película se centra en Eichmann en Jerusalem, el controvertido reportaje que Arendt escribió para The New Yorker sobre el juicio al nazi Eichmann en la Ciudad Santa. No sé lo que opinará nuestra proyeccionista Esther García Llovet, pero a mí la película me dejó un poco frío. Y eso que el tema no solo era caliente, sino que podría arder en nuestras manos: la banalidad del mal, un hallazgo intelectual de Arendt con el que trató de explicar la complicidad de los alemanes en el genocidio nazi. Figura indispensable del pensamiento político del siglo XX, la figura de Arendt se ha agrandado con el tiempo y, como suele ocurrir, se la cita tanto (son pocos los que la leen/leemos) que acabaremos convirtiéndola también a ella en una banalidad. Por eso he decidido incluir en mi mochila veraniega de lecturas una biografía sobre Arendt. Es de Elisabeth Young-Bruehl (Paidós Testimonios) y desde hace un par de años mordía el polvo en una de las estanterías de mi casa a la espera de ser rescatada.

Quien no ha necesitado rescate ha sido Mi vida querida (Lumen), el último libro de relatos de la escritora canadiense Alice Munro (Ontario, 1931), eterna candidata al Nobel. Mi vida querida no solo es el último libro de cuentos publicado por Alice Munro, probablemente será su último libro si la “Gran dama del pelo blanco” cumple su palabra y no escribe más. “Se me olvidan las palabras más comunes”, ha declarado Munro. Lo había sugerido otras veces, pero parece que esta vez va en serio, se retira.

Como buena corredora de fondo, Munro quiere irse con dignidad, para que no le pase como al Nobel García Márquez con sus memorias y sus putas tristes. Y creo que Munro lo ha conseguido con Mi vida querida. Es un libro aún más despojado, con menos recovecos en las tramas que en sus anteriores obras, como si a Munro solo le interesase ya ir a lo esencial y hubiese pillado un atajo. Los temas son los mismos de siempre: el retorno a la infancia y la adolescencia en un mundo de pioneros, un mundo duro donde las mujeres tenían un papel secundario, siempre en busca de su propia identidad, aunque tuvieran que hacerlo dentro de un matrimonio y una sociedad que las encorsetaba. Un mundo arduo también para los hombres, atrapados en su propio círculo de subsistencia excluyente. Munro retrata como nadie la vida cotidiana, con sus sueños, ambiciones y fracasos.

El libro funciona como un balcón desde el que Alice Munro contemplase sus años ya vividos. Dividido en dos partes, los primeros relatos son de ficción, aunque ya sabemos que para la escritora norteamericana sus cuentos siempre nacen de la vida real. La última parte, Finale, consta de cuatro relatos. “No son exactamente cuentos”, escribe Munro. “Forman una unidad distinta, que es autobiográfica de sentimiento, aunque a veces no llegue a serlo del todo. Creo que lo primero y lo último –y lo más íntimo- de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida”. No son exactamente cuentos, dice Munro, pero en realidad sí lo son, relatos de infancia habitados por la presencia de la madre, muerta prematuramente.

Creo que la clave de lo que nos quiere contar Munro y cómo quiere hacerlo está en Orgullo, uno de mejores relatos de Mi vida querida. Dice el narrador: “Y entonces pensé: vivir lo suficiente acaba con los problemas. Pasas a formar parte de un club selecto. No importa cuáles hayan sido tus desventajas, porque el mero hecho de llegar hasta aquí en buena medida acaba con ellas. Todos los rostros habrán sufrido, no solo el tuyo”. Esa libertad de mirada, esa empatía con el sufrimiento humano, marca de la casa, han convertido a Munro en una escritora única y en este último libro parece que hubiera destilado toda su maestría. Leer a Munro es adentrarse en los secretos de nuestra propia vida, como si nos miráramos a un espejo. La vida y la obra de Munro son una lección de humildad, de inteligencia y de sabiduría. Frente a tanto escritor campanudo, embebido de gestos, superficialidad, provocaciones vacuas y aspavientos que llaman la atención de los medios, esta “ama de casa que también escribe” (lo cuenta Robert Tacker en su biografía, Alice Munro. Writing her lives) ha conseguido desde su rincón canadiense hablar de todos nosotros. Libro a libro. Desde mi pequeño rincón, desde esta Área de Descanso, le doy las gracias.

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Comentarios

  • Esther García Llovet

    Por Esther García Llovet, el 22 julio 2013

    javier, la proyeccionista no ha visto la de hannah arendt porque se olía algo como lo que comentas. pero tomo nota de la munro, a quien personalmente nombraría lord.

  • Javier Morales Ortiz

    Por Javier Morales Ortiz, el 22 julio 2013

    Esther, yo también nombraría lord a Munro. Pero tengo que confesarte una cosa. Una tarde tonta, de esas en las que no quieres pensar en nada, fui a ver «Un invierno en la playa». ¡Y me lo pasé bien! Es una americanada, pero bien hecha. Espero que no me retires el saludo a partir de ahora, ja,ja

  • esther García Llovet

    Por esther García Llovet, el 22 julio 2013

    al foso de los leones que irás.

    • Javier Moralse

      Por Javier Moralse, el 22 julio 2013

      Lo sabía, pero nadie es perfecto. Un beso, javier

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