El calor de las armas en ‘La jauría humana’

Un fotograma de la película ‘La jauría humana’.

Un fotograma de la película 'La jauría humana'.

Un fotograma de la película ‘La jauría humana’.

Comienza hoy esta nueva sección de ‘El Asombrario’, dedicada al mejor cine, a descubriros joyas que van más allá de la avalancha de estrenos y promociones. Firmada por un gran conocedor de la trastienda de las filmaciones, Toño Bazaga, ‘Un viernes de cine’ arranca con uno de sus clásicos predilectos: ‘La jauría humana’, de Arthur Penn, con Marlon Brando y Robert Redford al frente de un reparto impecable. Lo ha elegido para el estreno de esta columna quincenal por tratarse de un filme siempre actual, por cómo refleja la violencia y mezquindad de la condición humana cuando se ve arrastrada por la ignorancia, las ‘emociones’ de masa… y el calor.

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Decía Cecco Angliolieri al comienzo de uno de sus poemas: «Si yo fuera fuego, incendiaría el mundo».

Este sencillo pero certero verso, del primero amigo y más tarde enemigo de Dante, que también se supo atraído por el ardor del infierno, aunque sin la necesidad de adentrarse bajo la corteza terrestre, me sirve en principio para destripar una personal y banal teoría.

Seguramente debido a la estación en la que nos encontramos, a la tarifa eléctrica de una crisis con final de túnel para algunos, y a la visión casi hipnotizante del girar violento del ventilador, he ido construyendo cada noche en la embotada e insomne cabeza una particular teoría sobre el calor y su influencia sobre la mente.

Pero se trata de hablar de cine, o mejor quisiera, de películas. No deseo, ni creo que pudiera hacerlo, ejercer de crítico juicioso y descollante, no tengo edad. Ni de erudito fascinante o de cinéfilo ingenioso, no me siento capacitado y mi memoria va dejándome atrás cada día como un Usain Bolt cualquiera  en una carrera de cien metros lisos. ¡Cómo corre la desalmada!

Pues bien, y dejando atrás ese otro ardor veraniego, me refiero al sexual (seguro que lo estaban pensando), que tan magistralmente ha retratado el cine y del que prometo hablarles en otra ocasión, he decidido centrarme en esa loca teoría mía de que el ser humano no puede ser tan cruel por naturaleza, y que es ésta precisamente, junto a la indocta creencia de que la pertenencia de un arma nos hará libre, la que nos nubla la mente en ocasiones, con sus juegos caprichosamente temperamentales; perdón, temperaturales.

Vamos allá. Me gustaría hablarles, no sé si acertado, aunque les prometo que ansioso, de una cinta que, al menos para mí, retrata la absurda teoría de una forma u otra. Se trata del largometraje estadounidense cuyo título original, The chase, fue distribuido en nuestro reino, tan prolijo a esta serie de ligerezas, con un pequeño cambio en la traducción y que, sin embargo, a juicio de quien les escribe, casi acentúa aún mejor el propósito del filme: La jauría humana.

En 1966, el norteamericano Sam Spiegel producía para la Columbia Pictures, sobre un extraordinario guión de Lilian Hellman y encargando su dirección al joven realizador Arthur Penn, The Chase (La jauría humana).

Hellman, una de los muchos grandes escritores perseguidos por la caza de brujas del odioso senador McCarthy, adaptaba la obra teatral del dramaturgo Horton Foote, quien a su vez había adaptado para el cine la novela de Harper Lee Matar a un ruiseñor; parece que sabían de lo que hablaban.

El rodaje no estuvo exento de problemas, peleíllas entre director, productor etc…., y el estreno fue un sonoro fracaso, recibiendo críticas reaccionarias propias de la época y del provincianismo más encolerizado, que diríase haberse sentido en exceso implicado en la realidad social que la película de Penn, más que dibujaba, diseccionaba.

La década de los 50 había traído la prosperidad económica de EE UU, el país acreedor de las múltiples deudas de los países arruinados por la guerra, había desarrollado un nuevo éxito económico que lo convertía en la gran potencia mundial, pero el american way of life, del que económicamente disfrutaba, no había ni mucho menos superado las divergencias sociales y raciales que dividían al gran Estado de la libertad, aún sólo sobre el papel.

Los movimientos raciales, culturales y de igualdad comenzaban a gestar un cambio del que la mayoría de la América profunda huía como lleva el diablo, y Penn y sus secuaces habían mentado a la bicha. El presidente Kennedy había sido asesinado en el mismo Estado en que transcurre la película, Texas, en otoño de 1963 y, como si de modo premonitorio se tratara, consecuencias trágicas sobrevendrían sobre la conciencia de esta sociedad enriquecida y de sus valores, culminando con la muerte de Martin Luther King, asesinado en Menphis en 1968.

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El cine de Hollywood había comenzado a dar cuenta de semejante revolución de conciencias y ahí estaba todo, descrito en una pequeña ciudad del sur, tomada como alter ego de la nación americana por Horton Foote, y llevada a la pantalla por Spiegel, Penn y su ralea de actores inolvidables. La envidia, el resentimiento entre clases, la ambición, el racismo, la violencia, la degeneración, el sexo, el alcohol, el amor, el fuego y, por supuesto, el calor de una noche en la que los sentimientos y la falta de ellos juegan una mala pasada y un cruel destino a los personajes honestos, los pocos que transitan por la historia.

En La jauría humana, Charlie Bubber Reeves (Robert Redford), un joven rebelde encarcelado injustamente, escapa de la penitenciaria dos días antes de cumplir su condena y regresa, sin querer realmente, a su pueblo al Sur de Estados Unidos. La fuga de Bubber genera un gran revuelo en la localidad. El sheriff Calder (Marlon Brando) deberá encontrarlo antes de que otros lo hagan y devolverlo a prisión. Val Rogers, el cacique petrolero del pueblo, desea también la captura de Reeves para proteger a su hijo, Jason (James Fox), el cual ha aprovechado la ausencia de Bubber para iniciar una relación con la mujer de éste, Anna Reves (Jane Fonda). Ello hará que se desate la violencia en forma de extraña cacería al hombre por parte de los ciudadanos y conocidos del fugado, cuya detención y linchamiento serán el inconcebible objetivo de todo el pueblo. El sheriff Calder lo intentará todo para evitar que Reeves muera a manos de esa jauría humana en que se han convertido sus vecinos.

He leído en alguna parte, no me pregunten dónde, ya les advertí antes sobre mi frágil recordar, que el clima afecta a nuestras actitudes y que casi un tercio de la población podría considerarse como (horrísona palabreja) «meteorosensible».

Parece ser que el incremento de temperatura puede suponernos ciertos problemillas como depresión, irritabilidad, insomnio, apatía, impaciencia, aburrimiento o el no control correcto de los actos que puede hacernos impulsivos y, a lo peor, violentos. Y me hago la pregunta de si todo ello no se agrava poseyendo el estúpido poder de jugar con las armas.

Doy por hecho que existen un montón de películas que podrían ser quizás más acertadas teóricamente, seguro. Pero es que quiero hablarles de ésta. Sucede en lugar caluroso, se encuentra poblada de personajes que podrían estar afectados por las consecuencias que hemos descrito anteriormente, depresivos, irritables, apáticos, ansiosos, impulsivos e ignorantes, esto último lo añado yo, no el calor. Las armas aparecen como si fueran una obstinada prolongación de sus personalidades, y, quizás lo más importante, la he visto y me gusta, y eso es lo que trato de hacer con ustedes, que la vean y, si hay algo de suerte, que les guste.

La acción del relato transcurre en un solo día, durante el cual se nos va presentando la asfixia moral que envuelve a la pequeña ciudad de Tarl, en Texas, y cuyos pobladores se ahogan unos a otros entre el cotilleo más rancio, las envidias y la violencia ignorante que representaba la América profunda de la época, una época que gozaba combinando los coches y el alcohol, las pistolas y la desinformación cultural y el odio reprimido con la condición humana más denigrante, con un ocio básicamente desprovisto del mínimo interés humano, tiznado de racismo made in Macho americano, aburrimiento e ignorancia. Poco a poco, el pueblo entero irá agrupándose y semejándose a un tribunal de zombis, de canes semisalvajes, semialeccionados, en manos de un cazador que les da de comer las sobras, capaces de destrozarse entre sí en el camino hacia su presa. No existe la compasión.

Los magníficos diálogos de Hellman, muchas veces cargados de acidez e ironía, no hacen de menos un tempo extraordinariamente logrado, sin distensiones cinematográficas, que no deja en ningún instante de asombrar y revelarnos referencia o circunstancia, sin cadencias que puedan apartarnos del perturbador tránsito hacia el infierno final.

De los intérpretes, en estado de gracia, no diré más que sus nombres; imaginen qué delicia puede ser observarlos bajo tal estado: Marlon Brando, Robert Redford, Jane Fonda, Angie Dickinson, James Fox, Robert Duvall, Miriam Hopkins, Janice Rule o E.G. Marshall.

Un fotograma de La jauría humana.

Un fotograma de La jauría humana.

La ambientación y el clima cada vez más pesado casi pueden olerse, el alcohol casi puede sentirse en nuestras gargantas y el machismo ignorante descarga metralla repelente a cada poco sobre el espectador. Todo ello, rociado por la extraordinaria banda sonora del Maestro John Barry y la coherente fotografía de Robert Surtees.

La acción no huye premeditadamente de la violencia; si bien la física no llegará hasta el final de la historia, durante toda la cinta lo violento flotará en el aire, en las conversaciones, en las miradas, los sarcasmos y el asco que irremediablemente sienten los unos por los otros. No habrá redención, sólo dolor extremo empapado en indiferencia, ni siquiera un examen de conciencia, por supuesto, ni un arrepentimiento señalado.

Las pistolas comienzan a aparecer sistemáticamente, como si de relojes o cigarrillos se tratase, todos ostentan una, y eso parece concederles una seguridad de la que en realidad carecen. El simbolismo del artefacto juega un papel esencial en la historia, adorna al macho y seduce a las féminas, constantemente se hacen juegos lingüísticos y visuales sobre el objeto fálico que preside las vidas de estos ciudadanos cuya ignorancia y aburrimiento se esconden tras el alcohol, el miedo al semejante y las armas (derecho de posesión que se encuentra articulado en la segunda enmienda de su Constitución desde 1791).

Pareciese que el pueblo entero se ha propuesto ser protagonista de un aquelarre que dé cuerda a sus bajos instintos, desbordados por la envidia y la pereza, aguzados por una noche de verano y desidia, en la cual cada uno pondrá su granito de arena; el viejo cicerone, cotilla y cizañero, embistiendo con su hipócrita aguijón, los amantes hastiados, los matrimonios aborrecidos, los cobardes agazapados tras una mentira, las miserias vigiladas tras amenazas, el disfrute absurdo por el sufrimiento ajeno en fin. Y el verso de Angliolieri tatuado en las almas de los pueblerinos deseando incendiar su mundo.

Tras la bajada a ese infierno adornado por las risas y el fuego, como si de un espectáculo bárbaro se tratase, una vez resuelto el clímax, se nos muestra el día después en un pueblo detenido, casi fantasma, del que no podemos siquiera sospechar que se esconda por remordimiento, sino más bien abatido a causa de la resaca.

Casi nos alegra que el héroe fracase y se aleje, lo más posible, para siempre, de la jauría. O de la humanidad.

Más información:

Michael Moore, ‘Una historia breve de los EE UU’

‘The New York Times’: ‘Weather and Violence’

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Comentarios

  • Ana B.

    Por Ana B., el 09 agosto 2014

    Aunque hace mucho tiempo pude disfrutar de esta gran película, tras leer este artículo se me antoja verla otra vez .. Gracias por tu propuesta, Toño.

  • Plauto

    Por Plauto, el 10 agosto 2014

    Nunca había visto la película desde esa perspectiva, me encanta, ahora tengo ganas de verla de nuevo, bonito artículo y con ganas del próximo!

  • Cántameuna

    Por Cántameuna, el 11 agosto 2014

    Muy interesante Toño. No he tenido oportunidad de ver esta película, pero voy a buscarla y ya te comentaré qué me pareció.
    Espero seguir leyéndote. Estoy segura que tienes mucho más que compartir con nosotros.

  • Rita H.

    Por Rita H., el 11 agosto 2014

    Magnifico articulo!!
    Inteligente, agudo, divertido.
    No pienso perderme ni uno!!

  • Ángel

    Por Ángel, el 12 agosto 2014

    Da gusto leerte. Y en la próxima : ¡Caña!

  • Max Gunther

    Por Max Gunther, el 17 agosto 2014

    Enhorabuena! Gracias por encender nuevamente en mi la llama de la curiosidad por el mejor cine de siempre.

  • Linkener

    Por Linkener, el 24 septiembre 2014

    Esto si es hablemos de cine ¡copón!

  • Dolores

    Por Dolores, el 23 septiembre 2015

    Qué estupendo artículo, no lo había leído, una delicia leerlo y una película inolvidable!

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