El espacio público de nuestras ciudades debe ser eso: público

La acera de la calle de Hortaleza de Madrid tomada por patinetes de una empresa privada. Foto: Manuel Cuéllar.

A veces ciertas ocurrencias políticas, con las que se puede coincidir o no, sirven para volver a poner sobre la mesa de debate aspectos sociales que a menudo pasan desapercibidos. Hablo de la propuesta del alcalde de Sevilla de cobrar una tasa para poder acceder a la Plaza de España y que nos sirve para retomar el tema del espacio público, del diseño de nuestras ciudades, de volver a mirarlas como espacios donde estar y compartir, y no solamente lugares de gestión de negocios y (mejor o peor) movilidad.

El alcalde sevillano argumenta que la tasa ayudaría a controlar el acceso al espacio y que la recaudación serviría para su conservación. No es novedad tener que pagar para acceder a ciertos lugares turísticos. La tasa turística, creada con el objetivo de promover un turismo más sostenible y responsable, viene aplicándose en otras ciudades españolas. Pero me pregunto cuántas personas han dejado de visitar Barcelona por una tasa de unos 6 euros, en el máximo nivel de alojamiento de 5 estrellas, o Baleares por sus tasas ambientales.

Resulta cuando menos curioso que se llame “tasa ambiental” como forma de luchar contra el turismo masivo cuando es esta sobreturistificación la que provoca problemas ambientales reales, como la necesidad de desplazar barcos de agua desde la península para satisfacer la demanda turística en determinadas localidades costeras.

Digo curioso, por no decir hipócrita.

Ni siquiera en ciudades italianas, francesas o en Ámsterdam, con una de las tasas más elevadas, han podido constatar que la medida funcione como disuasoria para visitar un lugar. El turismo masivo sigue potenciándose de muchas formas y desde las administraciones se mira hacia otro lado, no solo ante los problemas ambientales, sino también ante los problemas sociales derivados, como el difícil acceso a la vivienda debido a la compra de inmuebles para alojamiento turístico o por parte de europeos de alto nivel adquisitivo que deciden vivir y trabajar en España (por cierto, a los de alto nivel adquisitivo no los llamamos migrantes, ¿no?).

Pero, de la idea inicial de “tasa de acceso” ha surgido también el debate sobre si esto era o no privatización del espacio público. Es evidente que lo es cuando para acceder se impone realizar un intercambio transaccional. Del mismo modo que lo es colocar la terraza de un bar que invade una acera. La acera es pública, mantenida con los impuestos; la terraza es privada, usa el espacio público, pero  para poder disfrutar de ella hay que consumir en el establecimiento hostelero. No tengo nada personal contra las terrazas, disfruto de ellas de vez en cuando, pero es necesario visualizar que el espacio público es cada vez menor y de peor calidad. El espacio público no sólo es un lugar de tránsito entre los diferentes espacios privados, sino también –o debería serlo– el espacio que nos iguala y el espacio de encuentro entre la ciudadanía.

Reivindicar y cuidar un espacio público de calidad es un intento de recuperar la cohesión social, el derecho a la ciudad y la mejora de la calidad de vida de las personas.

Tras la Revolución Industrial, las ciudades experimentaron un crecimiento exponencial y se convirtieron en el punto económico fundamental. Tras la Segunda Guerra Mundial, el éxodo del campo a la ciudad  en Europa fue masivo y se consolidaron grandes ciudades económicas. Arquitectos como Le Corbusier comenzaron a concebir la ciudad en un sentido funcional, creando espacios segregados (para el ocio, para la residencia o para la industria); esto implica la creación de vías destinadas a los vehículos que permitan el desplazamiento entre los espacios; así, el número de calles destinadas al vehículo privado aumentan mientras se estrechan aceras y se eliminan plazas. Las plazas, antes lugares de encuentro, pasan a ser en su mayoría ornamentales, campo de terrazas o lugares de tránsito por lo inhóspitas; si conocen la plaza de la Luna de Madrid pueden hacerse una idea de la dureza del espacio, sin apenas vegetación o bancos donde sentarse a conversar.

En la década de los 60 del pasado siglo, Jane Jacobs criticaba fuertemente las políticas de renovación urbanística, precisamente por crear espacios aislados y antinaturales. En su libro Muerte y vida de las grandes ciudades , todavía considerado primordial en debates urbanos contemporáneos, Jane relata cómo los planes urbanísticos de Manhattan solo contemplaban aceras estrechas, unipersona o residuales para dar más espacio al tráfico. “Nos dijeron, en un principio, que no se cambiarían los planos; la acera era prescindible”; y fue gracias a la unión entre la asociación de vecinos de Greenwich Village y personas públicas de influencia, creadores de opinión que se implicaron en la causa, que consiguieron aceras dignas para el tránsito humano. Este es sólo uno de los ejemplos que Jacobs relata en su libro mediante los cuales nos da la visión de la necesidad de humanizar la ciudad, de un diseño urbanístico que cuide el espacio público poniendo en el centro a las personas.

El espacio público debería contemplar tres dimensiones, tal y como se recoge en Escuchar y transformar la ciudad (Los Libros de la Catarata). Por una parte, debe ser accesible para todas las personas, facilitar el acceso al transporte público y permitir ver y ser vistos, lo que favorece la seguridad. Por otro lado, debe adaptarse a las necesidades climatológicas, ambientales y ecológicas. En este aspecto, son fundamentales para la lucha contra las islas de calor que incrementan el número de muertes cada año en las ciudades europeas. Por último, deberían ofrecer espacios con versatilidad de uso y favorecer la convivencia. Conservar, restaurar o crear espacios públicos de encuentro y convivencia como plazas o parques favorecería el intercambio de comunicación entre diferentes grupos de edad, lo que a su vez ayudaría a mitigar la sensación de soledad que en España ya sufren casi cinco millones de personas, y en especial la franja de edad superior a 65 años.

Necesitamos más pedagogía social para apreciar y disfrutar del espacio público, a gestionarlo y responsabilizarnos de él. Fomentar la participación ciudadana o reclamarla no es utopía; existen muchos casos de éxito, como el parque Julio Herrero de Torrelodones, o el ecobarrio de Trinitat Nova, en barcelona,entre otros. Pero a participar también se aprende si se da la oportunidad real; por ejemplo, diseñando el patio de recreo más allá de las pistas de fútbol. La mayoría de los centros escolares españoles cuentan con un patio en el que reinan las pistas de fútbol, así que, si en la infancia eres un buen deportista no hay problemas, pero si tus habilidades sociales son más limitadas y no gozas del liderazgo deportivo es muy probable que acabes ocupando las esquinas residuales de los patios.

Si queremos fomentar sociedades más humanas, tenemos que fomentar la integración de todas las personas, crear espacios de uso y disfrute para cada una de ellas, y enseñar que lo impuesto, “lo de toda la vida”, también se puede cambiar si es por el bien común y no por el beneficio de unos pocos.

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Comentarios

  • MANUEL Sieiro Taboada

    Por MANUEL Sieiro Taboada, el 16 marzo 2024

    El enfoque de explicita Miriam Leiros es muy valeroso, integra diversos ángulos que son basados en observaciones y estudios muy diversos e interesantes, con criterios serios, que arrojan luces en las ciudades del mundo que , infelizmente, son cada vez más inhumanas . Felicidades infinitas a Miriam Leiros!!!!

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