El fascismo llegará de nuevo, pero vestido de traje y corbata

Pienso en el libro ‘Sobre el anarquismo’, de Noam Chomsky, hoy, día de unas elecciones de enorme trascendencia para nuestro país y nuestro futuro, cuando parece que hay tanta gente de la izquierda que, por distintos motivos, no irá a votar, lo que a efectos prácticos implicará (ojalá que no) que gane la extrema derecha. Frente al odio, vota.

En una conversación con el público incluida en el libro Sobre el anarquismo (Capitán Swing), una mujer le pregunta a Noam Chomsky si no hay una contradicción entre ser anarquista y defender a la vez el Estado del Bienestar. Como sabemos, el anarquismo aboga por la desaparición del Estado, uno de los poderes (junto al capital, la patria) que someten la libertad del individuo.

Lejos de ver en eso un problema, el lingüista y teórico norteamericano le responde: “Es verdad que en casi todas sus corrientes el anarquismo ha tratado de abolir el poder estatal, y es un ideal que comparto. Es solo que, ahora mismo, ese ideal se opone a mis objetivos inmediatos, que han sido siempre y son ahora, más que nunca, la defensa y consolidación de ciertas instituciones del Estado que están siendo objeto de un ataque constante. Pero no veo que haya en ello ninguna contradicción. En absoluto./ Consideremos por ejemplo el llamado estado del bienestar. Defender el estado del bienestar equivale a reconocer que los niños tienen derecho a comer, a disfrutar de asistencia sanitaria, etc… Se trata de programas incorporados a los actuales sistemas de Estado nación por el movimiento obrero y socialista después de grandes penurias”.

Pienso en este libro y en este pasaje concreto y lo traigo a colación hoy, día de las elecciones, cuando parece que hay tanta gente de la izquierda que, por distintos motivos, no irá a votar, lo que a efectos prácticos implicará (ojalá que no) que gane la extrema derecha. Unos, quizá los más próximos al PSOE, no votarán porque piensan que el gobierno actual ha pactado con Bildu y los separatistas y eso es intolerable. Otros, más a la izquierda, porque consideran que el gobierno ha sido tan moderado (aunque objetivamente ha sido el más progresista de la historia de la democracia, sin que eso sea suficiente, ni mucho menos), tan poco ambicioso en las políticas que necesitamos (la lucha contra el cambio climático y la devastación ambiental, contra la desigualdad y la sumisión a los poderes fácticos, no haber derogado la ley mordaza, la traición al Sáhara, la valla de Melilla, etc…), que da igual votar a uno que a otro.

Un ejemplo de esta última postura la simboliza en cierta manera el desafortunado cartel que desplegó Greenpeace hace unos días (un gesto que intentó matizar después), en el que igualaba a todos los partidos respecto a la lucha contra la emergencia climática. Creo que no hace falta explicar, o tal vez sí, que no todos los partidos proponen lo mismo, aunque puedan estar lejos de nuestras aspiraciones. Tenemos claramente un partido negacionista, Vox, con el que pactará el PP, y que nos sacará del ya tímido Acuerdo de París en cuanto llegue al gobierno, como hizo Trump. Y otro, Sumar, con el que necesitará pactar el PSOE, que, aunque no proponga el cambio de paradigma que necesitamos, al menos recoge una senda sobre la que trabajar.

Un razonamiento parecido podemos aplicarlo a otras cuestiones básicas, como los derechos de las mujeres, los del colectivo LGTBI, la defensa de la enseñanza y de la sanidad pública, las pensiones, la vivienda digna, la lucha por la desigualdad… Son los pilares sobre los que debería asentarse cualquier democracia, más amenazada que nunca, no solo en España, sino en toda Europa.

Lo que nos jugamos hoy no es un cambio de ciclo político, sino un cambio de régimen, una vuelta al franquismo. Con la diferencia respecto a épocas pasadas de que ahora apenas nos quedan ya países donde exiliarnos en busca de libertad. Un fantasma recorre Europa, pero no es precisamente el de la revolución socialista, sino el del fascismo, alimentado desde hace años por las élites económicas.

Creo que la clave de la respuesta de Chomsky a la mujer que le hizo la pregunta está en ese “ahora mismo”. Hoy no se trata de votar por lo que soñamos y lo que nos gustaría, sino para evitar un giro en España que alimentaría aún más la ola reaccionaria. Porque seamos claros. Aunque en realidad el asalto viene de lejos, desde la caída del Muro de Berlín y la estrategia neoliberal (que nada tiene que ver con el liberalismo de un Adam Smith, como señala el propio Chomsky), esto no ha hecho más que empezar. Incluso si hoy gana la izquierda será solo una victoria provisional, muy frágil. Habrá que hacer más política, de verdad, ilusionante, y reflexionar por qué hay tanta gente a la que le seduce la dureza del discurso de la derecha y de la extrema derecha, la posibilidad de regresar a un régimen autoritario.

En un artículo publicado este miércoles en el diario El País, el filósofo Santiago Alba Rico apelaba al voto triste (el de una izquierda cada vez más moderada) frente al del odio de una derecha cada vez más radicalizada: “Así que la próxima batalla electoral no enfrenta a distintos proyectos políticos y distintos programas; no enfrenta ni siquiera a dos bloques ideológicos. Es una disputa feroz entre el odio y la tristeza. Yo defiendo, claro, la tristeza. La tristeza, de hecho, me moviliza tanto como a la derecha el odio. Seré, pues, el predicador del voto triste puerta por puerta y familia por familia, en las cocinas y en los salones; seré el heraldo del voto triste en los bares, en la carnicería, en los periódicos, en las consultas médicas. Mi opción triste, lo confieso, es Sumar. Si alguien puede votar alegremente que lo haga; si alguien solo puede votar tristemente y no quiere votar a Sumar, existen otras opciones tristes, según coloración política y territorio. Recordemos que en estos momentos la tristeza es mucho más plural que el odio y que su heterogeneidad sigue dibujando el mapa de esa España que ha amagado a menudo con alborozo y no ha llegado nunca del todo, que resiste con coraje pero no acaba de fraguar, que a veces gobierna pero no sabe durar; esa España que necesita felizmente gobernar en coalición y que depende además de los nacionalismos centrífugos, cuyas demandas más sensatas habrá que escuchar algún día”.

Publicado en inglés en 2013 y en 2021 en castellano, con la traducción de Alejandro Gibert, Sobre el anarquismo es una miscelánea de materiales (entrevistas, conferencias, artículos) que nos da una idea de la visión que tiene Chomsky de una corriente ideológica que nos cobija a muchos de nosotros, alérgicos al poder y lo que representa, aunque de momento solo podamos aspirar a resistir a quienes vienen a derribar lo ha costado tanto conseguir. Chomsky dedica un capítulo al “caso español”, la experiencia libertaria durante la Guerra Civil que cautivó a Orwell (curiosa la apropiación intelectual de su figura por parte de la derecha, en parte lo hicieron también con Camus, ahora en Italia lo quieren hacer con Gramsci y Pasolini,). El escritor británico ya nos advirtió de que el fascismo llegaría de nuevo, pero vestido de traje y corbata. El libro se cierra con una conferencia en torno a la libertad y el lenguaje. Quizás, una de las tareas de la izquierda durante este siglo, mientras combatimos el fuego con el que se quema el planeta, sea reconstruir lo que un día significó esa palabra, libertad.

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