El gran Juan Goytisolo, desde ese Marruecos que nos desvela
A propósito del catastrófico terremoto en Marruecos, nos detenemos hoy, último domingo del verano, a leer a un escritor que vivió en Marrakech. Quiero reivindicar la amplia y exigente obra de Juan Goytisolo. Y, sobre todo, dos de sus libros: ‘Campos de Níjar’ y ‘Coto vedado’. Un autor que buscaba nuevas formas de contar, siempre desde la exigencia lingüística y estilística, el rigor intelectual y una reivindicación de la tradición cervantina.
Marruecos rechaza la ayuda de Francia, pero su rey vive en París. Lo que es bueno para el monarca, no lo es para la gente que sobrevive al terremoto entre los escombros. En un país donde no existe la libertad de prensa, hasta los periódicos más afines han hecho mofa. Los que ya tenemos una edad sabemos que esta falta de escrúpulos de la monarquía marroquí no es nueva, como tampoco su desprecio a los derechos humanos. La supuesta apertura de Mohamed VI solo ha sido una cuestión de maquillaje. Que todo cambie para que todo siga igual.
Recuerdo estos días trágicos en el país vecino la lectura de Nuestro amigo el rey, de Gilles Perrault, en el que este periodista destripaba las cloacas y la podredumbre del régimen dictatorial de Hassan II, amigo privilegiado de Occidente porque le servía de cortafuegos en el conflicto con Oriente Próximo. El sátrapa pidió incluso que se prohibiera su venta en Francia, algo que por supuesto no consiguió. Mohamed VI mantiene el espíritu de su padre, aunque se presente como más moderno. ¿Para qué sirven las monarquías?, se pregunta uno. ¿A cambio de qué hemos vendido al pueblo saharaui? Aún no se nos ha dado una explicación.
Aunque estamos anestesiados por una hinchazón de imágenes, duele ver en las noticias la lucha por la vida y la pesadumbre de la muerte en las pequeñas aldeas afectadas por el terremoto, olvidadas totalmente por el Estado. Algo más de suerte, por su importancia para el turismo y la economía nacional, ha tenido Marrakech.
En su famosa plaza de Yamaa el Fna (o muy cerca de allí, no recuerdo) vivía Juan Goytisolo, uno de los escritores fundamentales de la llamada generación del medio siglo. Lo leí mucho en una época y aprendí mucho con sus libros. Goytisolo tenía un punto arrogante y maximalista en algunas de sus opiniones (me llamó siempre la atención su silencio ante el régimen de Hassan II), quizás también un desprecio injusto hacia ciertos autores. Sin embargo, le debemos parte de la renovación que hubo en la literatura española en la mitad del siglo pasado. Fue un autor que buscaba nuevas formas de contar, siempre desde la exigencia lingüística y estilística, el rigor intelectual y una reivindicación de la tradición cervantina (recibió el Premio Cervantes) y de autores olvidados como Blanco White (que por desgracia sigue estándolo). Por ejemplo, algunas de sus novelas están escritas en segunda persona, una voz narrativa poco frecuente y que hasta entonces no se había utilizado demasiado en la prosa española. Se adelantó a la novela autobiográfica y a la autoficción, esa corriente hoy tan en boga en España (en Francia desde los años 60 y 70 del siglo pasado).
De entre su vasta y exigente obra, destacaría dos: Campos de Níjar y Coto vedado. El primero está escrito con la impronta y el espíritu de la literatura social de los años 50. Goytisolo recorrió Níjar y sus alrededores, entonces una de las zonas más pobres de España, para denunciar el expolio de las empresas mineras. La élite se lleva la pasta, destroza el entorno y la mayoría de la gente sigue viviendo en una pobreza dura y áspera. Un clásico. Décadas después serán los invernaderos (gracias a la mano de obra barata de los inmigrantes) y el turismo quienes saquen de la miseria a sus habitantes. La costa almeriense está ahora alicatada, el futuro es poco prometedor (el cambio climático se cebará en esta zona), la agricultura intensiva ha secado y contaminado el subsuelo y la gente vota a Vox.
Coto vedado es un libro fundamental de la historia de la literatura contemporánea. ¿Autobiografía? ¿Novela? Qué más da. Goytisolo utiliza esa distancia y cercanía hacia uno mismo que proporciona la segunda persona para hacer un ajuste de cuentas con su pasado: el franquismo, el exilio a Francia, la homosexualidad, la relación con su familia (es hermano de dos grandísimos escritores, José Agustín y Luis), especialmente con su padre. Y lo hace con una honestidad y una mirada poco habitual en las letras españolas.
Como no tengo a mano mi ejemplar, que dormirá tranquilo en alguna de las cajas sembradas a lo largo de mis múltiples mudanzas, reproduzco un pasaje publicado en la revista Letras Libres tres años después de su muerte: “Conducir, por ejemplo, a la amanecida, a través de un sereno y luminoso paisaje, por una apacible, casi desierta carretera comarcal olvidando, es verdad, según descubrirás más tarde, que se trata de un viernes, día trece y estás por contera en el departamento francés número trece, algo que cualquier supersticioso podría interpretar erróneamente como una deliberada provocación, detenerte en la señal de alto plantada en el cruce con la nacional de SaintRémy a Tarascon, atender a la llamada de un sujeto de edad mediana que, al otro lado de la encrucijada, con una pobre y deslucida maleta en la mano, te pregunta si puedes llevarle contigo a un pueblo vecino y, después de comprobar que te pilla de paso, atravesar la calzada, olvidándote, en el intervalo del breve diálogo, de mirar aún a la izquierda y oír de repente el zurrido estridente de unos frenos, segundos antes del encontronazo que reducirá tu automóvil a triste chatarra. Salir titubeante del vehículo y afrontar el rostro céreo, descompuesto de miedo, del chófer del camión, involuntario mensajero de un aviso del destino, precisamente un árabe; dirigirle, en su lengua, unas palabras para tranquilizarle y escuchar sus balbuceos –no sorprendido en absoluto por lo insólito del hecho de que el europeo presuntamente herido converse con él en su idioma–, la salmodia a media voz de los Kulchi fi yid Allah y otras fórmulas de acatamiento a lo Escrito entretejidas con exclamaciones de acción de gracias. Inverosímil diálogo en la carretera nevada de vidrio, sin experimentar todavía dolor alguno por la uña del pulgar arrancada de cuajo mientras adviertes que el causante indirecto del lance huye a toda prisa con la maleta a cuestas y la dueña de la tienda situada en el cruce, tras permitirte telefonear al amigo en cuya casa te has hospedado, encaja sin pestañear el precio de la llamada”.
En las entrevistas, Goytisolo solía decir que no leía a los autores actuales y que ya solo releía. Aunque los años lectores y la sensación de deja vu van pesando, a mí me sigue interesando la literatura que se escribe hoy. Lo que sí comparto con Goytisolo es esa necesidad cada vez más imperiosa de releer, como una forma de reencontrarme y de redescubrirme. Creo que su figura controvertida, exigente y crítica con el stablishment ha perjudicado el legado literario de Juan Goytisolo, un autor al que merece la pena seguir leyendo. O quizás ese olvido es el signo de los tiempos.
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