El Guggenheim de Bilbao, la reencarnación de Marilyn

Fotograma de Gehry's Vertigo

Como obra maestra que es, que cerró con brillo el siglo XX, el Guggenheim de Bilbao sigue dando mucho bueno que hablar. A raíz de la emisión del documental ‘Gehry’s Vertigo’, repasamos lo que han dicho de este edificio cuatro de los mayores críticos actuales de arquitectura. Resaltan su capacidad para desprender optimismo y empatía, para crear un contexto y, aun más, su valor para facilitar encargos en todo el mundo a una generación de arriesgados arquitectos.

MARIO BROCA

Para abordar el magnífico documental Gehry’s Vertigo, de Ilâ Bela y Louise Lemoine (hecho a base de capas que acaban conformando diferentes planos, cambios de rasante, niveles de inclinación y variadas irregularidades en el asalto a la montaña en la que se convierte el Museo Guggenheim de Bilbao), sigamos las opiniones que cuatro de los más significativos críticos de arquitectura americanos han vertido sobre este edificio fundamental.

El documental, que sigue las peripecias de los escaladores profesionales que se encargan de la limpieza del edificio, en una suerte de Efecto Spiderman, incluye un paseo maravilloso –mi escena favorita- que hace un niño entre las extraordinarias esculturas de Richard Serra (aquí el conjunto de esculturas de Richard Serra se puede ver  como una obra maestra dentro de otra obra maestra). La película adopta en varios de sus fragmentos el punto de vista de los escaladores de montaña, una aproximación brillante y divertida. Así, el edificio se convierte en un rokódromo para practicar la escalada en un ambiente artificial y urbano. Una escalada difícil, llena de placas y desplomes. Al equipar una vía en roca, cuando hay un desplome (es decir, cuando la pared se mete hacia dentro, se vuelve cóncava), lo primero que hacen los escaladores es fijar tacos de expansión o empotradores, o seguros dinámicos, para que puedan descolgarse pegados a la pared.

Estos angelitos, como son llamados los escaladores/limpiadores del Guggenheim en el documental, dominan las maniobras con las cuerdas y los mecanismos de autoaseguramiento. Dependen de sí mismos, y por eso su grado de compromiso los emparenta con los artistas. El edificio es una montaña, y dominarlo es similar a hacer una escalada de la pared del Naranjo de Bulnes, en los Picos de Europa, o de los Mallos de Riglos, en Huesca.

Pero el edificio es mucho más que eso, y por eso me gustaría comenzar citando al que considero que ha sido el crítico que más bellamente ha hablado sobre el Museo Guggenheim de Bilbao, el prematuramente desaparecido arquitecto Herbert Muschamp, que en un audaz artículo publicado por la revista dominical del New York Times comparó la americanidad del Guggenheim con el símbolo inequívoco (mezcla de vulnerabilidad y belleza) del siglo XX americano: Marilyn Monroe.

“Lo que hace que mi mente hermane en mi memoria al edificio y a la actriz”, escribe Muschamp, “es que ambos dan cuerpo a un estilo americano de libertad. Ese estilo es voluptuoso, emocional, intuitivo y exhibicionista. Es móvil, fluido, material, mercurial, intrépido, radiante y frágil como un recién nacido. No puede resistirse a echar un baile con todas las voces que dicen ‘No’. Le gusta abarcar mucho espacio. Y cuando se produce una descarga rítmica, deja que el viento levante su falda”.

El Guggenheim como reencarnación de Marilyn Monroe. Frank Gehry, el arquitecto, y la rubia actriz no se conocieron, pero compartieron psicólogo. Por eso, en la visión de Muschamp, el edificio sería “un santuario de la asociación libre”: “es un pájaro, es un avión, es Supermán, es un barco, una alcachofa, el milagro de la rosa”.

El Guggenheim ha sido calificado de otras muchas maneras: el epítome del cyber-barroco; un enorme souflé; una coliflor de titanio.

Es también lo que Gio Ponti pensaba que debía ser la tarea del arquitecto: “hacer la interpretación de una comunidad sobre sí misma”. Y es también “el mito de la próxima realidad”.

Diana Vreeland, la legendaria directora de la edición del Vogue americano, describió la revista que dirigía como “el mito de la próxima realidad”. Una utopía que, en la aproximación de Herbert Muschamp, encuentra su lugar donde “diferencias y combinaciones, unidad y diversidad, pueden ser vistos como los polos alrededor de los que gira la belleza”. Y el eje entre esos polos se llama empatía, “la más divina de todas las cualidades humanas” y “la fuente de significado en los proyectos de Frank Gehry”, según Muschamp.

Había una cultura fracturada, prosigue el crítico. El posmodernismo, en los sesenta, intentó a través de teóricos como Robert Venturi y su pareja, Denise Scott-Brown, o Aldo Rosi o Charles Moore, lanzar ideas para liberarse de las ortodoxias del Movimiento Moderno. Pero en los ochenta esas ideas posmodernistas se habían deteriorado hasta tal punto que sus estrategas eran reaccionarios, oportunistas y promotores profundamente incultos.

Quienes hayan visto la reciente exposición sobre el posmodernismo en el Victoria and Albert Museum de Londres entenderán hasta qué puntos resultaban acertadas las palabras de Muschamp. Solo hay que visitar muchas ciudades de Estados Unidos, por ejemplo el centro de Filadelfia, para comprobar los efectos devastadores de los rascacielos posmodernos. El crítico de arquitectura del New York Review of Books, Martin Filler, lo explicó a la perfección hablando de Philiph Johnson: “Los edificios de Johnson (salvo unas pocas excepciones anteriores a 1977), serán recordados, si es que lo son, como sintomáticos de la pobreza de la cultura civil americana en la última parte del siglo XX, época que culmina con sus monumentos más faltos de sentido, los rascacielos posmodernos que se convirtieron en codiciados trofeos corporativos durante los años de Reagan”.

Por eso en Bilbao se obró el milagro que esperaba la arquitectura americana, escribe Muschamp. Y por eso se convirtió en una “ciudad de peregrinaje”, con gente desfilando desde dos años antes de la inauguración del Guggenheim, el 19 de octubre de 1997, “sólo para mirar cómo iba conformándose el esqueleto del edificio”. “¿Has estado en Bilbao? Ese era el santo y seña. ¿Has visto la luz? ¿Funciona?”, añade Muschamp.

“El hecho milagroso es el desorbitado optimismo que aparece en la mirada de aquellos que han hecho la peregrinación”, prosigue. “Por eso los americanos llegaban a Bilbao con toda su esperanza puesta en que con ese edificio la arquitectura americana, dando un salto hacia atrás, se zambullía en el presente”. Y así ocurrió, según el que fue brillante crítico del New York Times, que acaba diciendo: “Pierdan la compostura, tiren los sombreros al aire”, pues se ha abierto “un sendero de libertad”.

El entusiasmo de Muschamp se aprecia asimismo en otros escritores sobre temas arquitectónicos, pero sin ese delirio inconsciente, quizás sin esa inteligencia juguetona y profundamente estimulante. El crítico del New Yorker, Paul Goldberger, es más sobrio que Muschamp, aunque aprecia en el Guggenheim “un ejemplo soberbio de arquitectura contextual”. “El edificio se abre con magnificencia hacia el río por uno de los lados”, escribe, “pero cuando lo ves desde el otro, contemplándolo desde una de las viejas calles de la ciudad, se crea incluso una perspectiva más poderosa. El museo es un signo de puntuación al final de esa perspectiva, y convierte a la ciudad en un marco para su acción”. “Quienquiera que considere el Museo Guggenheim de Bilbao simplemente como un ensamblaje caótico de elementos industriales se estará privando a sí mismo de una visión más profunda, y estará perdiendo la oportunidad de experimentar una de las más grandes y estimulantes obras de arte de finales del siglo XX”.

Ada Louise Huxtable, crítica de arquitectura del Wall Street Journal, se detiene en esa misma imagen: en “la vaporosa masa de formas lustrosas, como nubes, que son lo primero que se ve proyectadas contra las verdes colinas circundantes”. “Todo en el edificio”, prosigue, “niega tradición o costumbre. Su concepto y sus formas son tan radicales como las obras de arte contemporáneo que alberga. El plan procesional, multidimensional, expande la visión y la percepción dramáticamente. El continente y el contenido, el arte y la arquitectura, son una sola cosa hecha la una para la otra; en ningún otro lugar se apoyan y juegan las artes la unas con las otras en una estética unificada que tan plenamente sirve para expresar el siglo XX”.

Por último, recojamos unas opiniones del estupendo Martin Filler, cuyo libro traducido al español La arquitectura moderna y sus creadores, les recomiendo vivamente. Filler nos habla del peligro que ha corrido Frank Gehry. “El peligro para cualquier artista cuyo trabajo es instantáneamente reconocido y altamente solicilitado es la tentación de caer en proyectos repetitivos. Esto le ha preocupado a Gehry cuando ha sido inmediatamente acorralado por clientes que clamaban por los clones de Bilbao”.

Pero, por otra parte, la conjunción de un consenso crítico y popular tan abrumador sobre el Guggenheim de Bilbao, “de un calibre que no ha sido conseguido casi nunca en los tiempos modernos”, ha tenido un efecto positivo, argumenta Filler. Y es que ha incitado a muchos clientes institucionales, comerciales y también culturales, a buscar proyectos experimentales de jóvenes arquitectos de vanguardia que nunca antes hubieran sido tenidos en consideración. “Gehry”, escribe, “ha abierto el camino a Zaha Hadid, Rem Koolhaas, Daniel Libeskind, Thom Mayne y muchos otros cuyas carreras han florecido en la resaca de Bilbao”. Y Filler agrega, con un cierto desconsuelo, que también ha abierto el camino a gente como Santiago Calatrava, “el más conspicuo empresario de lo que ha sido llamado la arquitectura del espectáculo”.

Fotograma de Gehry's Vertigo

Todo esto ha cambiado o está cambiando radicalmente, como todos sabemos observando la paralización que está asolando el campo de batalla arquitectónico. Pero de aquella marea alta quedan testimonios como el Guggenheim de Bilbao. Ascendamos a la montaña, veamos sus tripas, su carpintería de juguete. Imaginemos la sofisticación del programa de ordenador empleado para crear sus voluptuosas formas, el mismo programa con el que se construían los aviones Mirage. Disfrutemos de este documental que es también una obra de arte por sus improvisaciones, su despreocupación, su humor, sus indagaciones y la feliz combinación entre imágenes y música. Fijémonos también en su forma de narrar, sin sofisticadas cámaras ni un gran presupuesto, un ejemplo perfecto de cómo se han democratizado las herramientas para la creación de imágenes, en este caso con mucho talento detrás. Los que consideramos el trípode como uno de nuestros mejores amigos tenemos que conceder que aquí su ausencia no resulta una fuente de tormento para el espectador. Es una forma de narrar que se acerca, y a veces atrapa plenamente, ese clímax de la arquitectura con la que se cerró el siglo XX.

Bibliografía:

-The Miracle in Bilbao. Herbert Muschamp. The New York Times Magazine. 7 de septiembre de 1997.

-Why Architecture Matters. Paul Goldberger. Yale University Press, 2009.

-On Architecture (Collected Reflections on a Century of Change). Ada Louise Huxtable. Walker & Company, New York, 2008.

-Makers of Modern Architecture (From Frank Lloyd Wright to Frank Gehry). Martin Filler. New York Review Books, 2007.

Gehry’s Vertigo fue el estreno de la serie documental (Living Architectures) que se emite en Canal+Xtra. El próximo pase tendrá lugar en la noche del 6 al 7 de julio cuando el canal programa un maratón con todos los documentales.

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Comentarios

  • Isabel

    Por Isabel, el 13 junio 2013

    Nunca había leído algo tan espectacular y hermoso sobre el museo de mi ciudad.

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