El inspirador frío en tiempos de calentamiento global

‘El mar de hielo’ de Caspar David Friedrich forma parte de la exposición ‘Arte de una nueva era’ que se puede ver en el Hamburger Kuntshalle hasta el 1 de abril. Foto: Hamburger Kunsthalle / bpk Photo: Elke Wal.

Atravesamos una semana de mucho frío. Pero desde que el mundo es mundo, el calor y el frío, al parecer, no han tenido los mismos jefes de prensa y no gozan del mismo prestigio. Mientras el primero se asocia a la vida, el segundo se asocia a la muerte. La floración de la vida se vincula a la primavera y al verano, y la aparición de la decadencia se vincula al otoño y al invierno. No obstante, desde el comienzo de la civilización, el frío, la nieve y el hielo han sido fuente de fascinación para el ser humano, y en tiempos de crisis climática, la nostalgia de las tierras altas pervive en algunas mentes aventureras que se asoman a ellas como a una barrera de contención y que conciben el frío como un bálsamo necesario, digno de proteger. Repasamos el inspirador invierno junto a mentes despejadas como las de Caspar David Friedrich, Schubert, Barry Lopez…  

Mientras la tierra se calienta peligrosamente, el hielo sigue siendo la base del mundo. Sin él, la ciencia no habría avanzado por los caminos que lo hizo, nuestras bibliotecas carecerían de muchas obras maestras y cambiarían radicalmente la alimentación, la salud, la fiesta y los paisajes.

“No puede el marinero ver el norte, pero sabe que la aguja sí” escribió Emily Dickinson. La dirección de esa brújula ha sido idolatrada por mujeres y hombres aventureros que, atraídos por la superación que requiere todo contacto con el frío, se han enfrentado a ella, unas veces rumbo al sur, otras al norte. Son conocidas las travesías de la familia argentina Soiza Reilly en 1933 y de la noruega Caroline Mikkelsen en 1935, considerada la primera mujer en poner pie en la Antártida. En 1915 el intrépido irlandés Ernest Shackleton fue pionero en la exploración de ese frío polar y en el arte de no rendirse, como lo fue antes que él Roald Amundsen, que se impuso al capitán Scott en la galopante carrera por pisar el Polo Sur en 1911.

En su libro Cuando los inviernos eran inviernos (Acantilado, 2020), el ensayista alemán Bernd Brunner incidía en lo que supuso el descubrimiento del invierno como estación propicia para la diversión (eso que llamamos “turismo de invierno”) y para ubicar leyendas tan interiorizadas como la de Santa Claus, conocido en algunos países como Padre Invierno. En dicho ensayo también se celebra la figura del bailarín americano Jackson Haines, el primer rey del patinaje artístico, que convirtió este deporte en un arte, y de la holandesa Santa Lidwina van Schiedam, la primera víctima documentada del esquí, que en el siglo XIII, como muestra la xilografía de Johannes Brugman, se rompió una costilla descendiendo una pista.

En La invención del norte (Acantilado, 2023), su ensayo más reciente, Brunner explora la historia de este punto cardinal ligado al frío que empieza donde acaba el sur. Pero ¿dónde está la frontera y a partir de qué rasgos característicos podemos determinarla? Brunner opina que el norte no es solo fruto de nuestra imaginación, sino de los esfuerzos por explorar lo desconocido. “¿Dónde está el norte?”, se pregunta la escritora Margaret Attwood. “Para los mexicanos es Estados Unidos, para los estadounidenses es Toronto”. La palabra Norte tiene raíces indogermánicas y significa “a la izquierda de la salida del sol”.

Viajeros, geógrafos, pintores, bardos y eruditos salieron en busca de las tierras altas de Europa y sus epopeyas. Oscuridad y nieblas contrastaban con la imagen luminosa que se tenía del sur mediterráneo, adonde se peregrinaba en busca del sol y la belleza de Italia y Grecia mediante esos viajes iniciáticos que conocemos como Grand Tour y que se dieron en gran medida entre los siglos XVII y XIX.

Aun así, el lejano norte también ejercía una fascinación especial sobre determinadas sensibilidades artísticas. El espíritu fáustico, el alma escandinava, dramaturgos como Ibsen y Strindberg, escritores como el noruego Knut Hansum (premio Nobel 1920), las auroras boreales, la tierra de la noche al mediodía y del Círculo Polar Ártico, la ternura, la dura aspereza y el recato de los paisajes fascinaron a compositores como el alemán Walter Niemann, cuyas sonatas para piano son frías y hermosas como la nieve, o como el poeta austríaco Theodor Däubler: “La tierra hace emerger en el norte miles de flores de fuego azul…”.

La aventura y el amor a los paisajes nevados, gélidos y helados han propiciado grandes obras. El artista romántico Caspar David Friedrich (1774 Greifswald – 1840 Dresde) de quien, con motivo del 250 aniversario de su nacimiento, la Hamburger Kunsthalle presenta hasta el 1 de abril de 2024 una retrospectiva temática con más de 60 pinturas, marcó la imagen que los poetas del XIX tenían del norte, y sigue mostrando hoy, en la era del cambio climático, una actualidad incontestable que se traduce en una llamada conservacionista. Caspar David Friedrich es un icono del arte romántico alemán. En estos tiempos de destrucción del medio ambiente, su visión de la naturaleza tiene más que decirnos que nunca. Cuadros como El mar de hielo, también conocido como El naufragio de la esperanza, pintado entre 1823 y 1824, representa los restos de un barco que se ha estrellado contra el hielo y las rocas de la costa. Una representación inusual para su época que refleja el interés de Friedrich por el poder sublime de la naturaleza. Friedrich recuerda en sus cuadros que la humanidad sigue a merced de la naturaleza –pequeños fragmentos esparcidos entre inmensos glaciares– e invita a reflexionar sobre el lugar del ser humano dentro de un entorno aparentemente indiferente.

En 1895, Claude Monet viajó a Noruega llamado por la voluntad de pintar pasajes nevados. Lo nórdico (como ahora) era tendencia junto a lo vikingo y lo germano. Contra los inviernos condescendientes del sur, Ellen Key, la escritora feminista sueca, apostaba por la pureza de la estación inclemente e invitó a Rilke a que viniera a verle con estas palabras: “Creo que a pesar de las bondades de Italia necesitamos Norte, la inmensidad, el viento… Se nos hace triste ver esta primavera acelerada, pletórica y frenética, un proceso continuo en el que todo florece y se quema, y echamos de menos la lenta y vacilante llegada de los días primaverales del Norte, las grandes y severas transformaciones de la naturaleza nórdica, en cuya existencia cada florecilla es una vida entera, un mundo, un comienzo, un destino, muchísimo…”.

Si pensamos en música, la composición que más evocadoramente ha celebrado el invierno es Winterreise (Viaje de invierno), el ciclo de 24 lieder que compuso Schubert para piano y barítono a partir de poemas de Wilhelm Müller y que alcanzó la perfección en la voz de Dietrich Fischer-Dieskau. En la actualidad es Matthias Goerne quien, según la crítica especializada, mejor emprende ese viaje, que hasta la mezzosoprano estadounidense Joyce Di Donato, acompañada al piano por el director musical de la Ópera Metropolitana de Nueva York, Yannik Nézet-Seguin, se ha atrevido a recorrer desde su perspectiva femenina. Obra cumbre del Romanticismo, Viaje de invierno presenta al caminante errabundo que sufre por amor y transita, sobre la hierba pálida y con el corazón helado, en busca de flores de mayo, una compañera, un refugio, la flecha del primer encuentro y la estación perdida y que podemos vincular con personajes de Lord Byron o de Samuel Beckett, con el célebre Vagabundo sobre el mar de niebla de Caspar David Friedrich e incluso con los deshumanizados peregrinos sin sombra de Giacometti. El Lieder número cuatro, titulado Convertido en Hielo, empieza así:

“En vano busco

sus huellas en la nieve

allí donde paseamos del brazo

por verdes prados…”

El frío, la nieve y la metáfora de la exploración de los Polos articuló el proyecto artístico Articantartic, del que surgió la novela de Alicia Kopf Hermano de hielo (Alpha Decay, 2016), en la que los paisajes nevados son tan parecidos a la página en blanco que la escritora se convierte en una exploradora de la memoria. “El hielo puede ser frío, pero igual que una imagen, también conserva intacto el recuerdo” dice Kopf.

En época de calentamiento global, los Polos y el hielo también se miran desde otro punto de vista. Miriam García, arquitecta especializada en la adaptación de ciudades y regiones a los efectos del cambio climático, cita la ya conocida frase: “Los años más cálidos que hemos vivido hasta ahora estarán entre los más fríos dentro de una generación”, y alerta: “No solo hemos perdido el norte, sino que estamos cada vez más cerca de perder la criosfera, término que proviene del griego kryos, o frío, el componente del sistema Terrestre que contiene agua en un estado sólido, que se encuentra mayoritariamente en las regiones cubiertas por nieve o hielo, sean tierra o mar, y que juega un rol decisivo en la regulación del clima, por lo que su disminución tiene un efecto mucho más rápido sobre, por ejemplo, la subida del nivel medio del mar”.

La blancura del Ártico. Foto: CC.

Barry Lopez, el escritor de viajes que mejor ha fijado el frío por escrito, demostró en su obra maestra Sueños árticos (Capitán Swing, 2003) que la blancura total del Ártico es como el final de un sueño: “No hay sombras. El espacio no tiene profundidad. No hay horizonte. El suelo del mundo desaparece. Al caminar, tropezamos, como cuando creemos bajar un escalón inexistente”. La caída de la nieve es la reverberación de la inocencia y hace visible la belleza. De ello dan cuenta Hans Christian Andersen, Hendrick Averkamp y sus paisajes invernales, Goethe y su atracción por la “esplendorosa cordillera de hielo” del Tessino o el poeta Mark Strand, que en poemas como Yo había sido un explorador polar explicó la manera en que la nieve y el deseo enfrentan el paso del tiempo: “En mi juventud, yo había sido un explorador polar / y pasado innumerables días y noches congelándome…”.

Cuenta Barry Lopez en Horizonte (Capitán Swing, 2020) que una tarde se disponía a entrar en la Galería de Arte de Sidney para impartir una conferencia, cuando de pronto las nubes y la brisa le devolvieron la nostalgia de las tierras altas a través de estos versos del gran César Vallejo:

“Y en esta hora fría, en que la tierra

trasciende a polvo humano y es tan triste

quisiera yo tocar todas las puertas

y suplicar a no sé quién, perdón,

y hacerle pedacitos de pan fresco

aquí, en el horno de mi corazón”.

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