‘El ocaso de los dioses’: la destrucción por la pérdida de la memoria
Con ‘El ocaso de los dioses’, el Teatro Real completa la que probablemente sea la tetralogía de Wagner más complicada que se haya puesto en escena en Madrid. Sin embargo, el coliseo madrileño ha sabido sobreponerse a la incertidumbre y las imposiciones de restricciones sanitarias y ha logrado completar pese a todo la obra dentro de unos estándares artísticos de alta calidad.
El círculo se cerró el pasado miércoles en una intensa representación en pleno pico de la sexta ola y tras los problemas de contagios que obligaron a trastocar los elencos y hasta a suspender una de las funciones de La Bohéme en Navidad con los contagios disparados. Al finalizar el estreno de El ocaso de los dioses, la respuesta del público fue clara: aplausos y vítores para la dirección musical de Pablo Heras-Casado y un sonoro abucheo para el director de escena Robert Carsen.
Una agresiva muestra de rechazo pese a que el público, instantes antes, acababa de asistir a uno de los momentos plásticamente más bellos que se han visto últimamente en el Teatro Real. Para finalizar esta obra titánica, Carsen obliga al personaje de Brünnhilde a cantar su último y tremendo parlamento a telón cerrado en la embocadura del escenario. Todo el protagonismo es para la música, el texto y la cantante Ricarda Merbeth, que en este capítulo del Anillo fue de menos a más. Cuando poco a poco se abre el telón, lo que ocurre durante los tres minutos siguientes como broche de la tetralogía es de una emoción absoluta. Y es entonces cuando comprendes en toda su amplitud las palabras del director canadiense al explicar que al planeta Tierra poco le importa que el ser humano provoque su propia extinción maltratando el medioambiente. “Continuará sin nosotros”.
La bronca a Carsen fue bastante injusta. Su propuesta ecologista es probablemente más actual ahora que en su estreno en Colonia hace más de 20 años y posee más aciertos que desaciertos. El público de la función de estreno suele castigar las propuestas más arriesgadas y le cuesta mucho aceptar las ideas que se alejan del lugar común.
Pablo Heras-Casado recibió sus vítores con una sonrisa de oreja a oreja y obviamente ordenando a la orquesta Sinfónica de Madrid, titular del Teatro Real, recibir la ovación junto a él. Su primer Anillo ha sido desigual. Ciertos puristas le achacan una lectura demasiado plana de la partitura; sin embargo, ha logrado en ocasiones cotas de alto voltaje emotivo. Sus mejores momentos estuvieron probablemente en La valquiria y Siegfried. En el Ocaso, las cosas fueron de más a menos. El primer acto fue el más redondo. Sin embargo, en el esperado funeral de Siegfried del tercero, el director no consiguió imprimir esa solemnidad elegíaca que el momento merecía. Una música tan arrebatadora que, dos meses después de muerto Wagner, ese epitafio orquestal resonó en el Gran Canal de Venecia en el exterior del palazzo Vendramin –donde el maestro había caído fulminado por un infarto–, interpretado por una orquesta repartida en barcazas dirigida por Anton Seidl.
Sea como fuere, el director granadino se ha enfrentado a su primer ciclo del Anillo con un gusto y una profesionalidad incuestionables y sobreponiéndose a todos los retos y dificultades por las que ha pasado este Anillo, con parte de la orquesta repartida por los ocho palcos de la platea y con unos ensayos marcados por las restricciones de la pandemia.
Es sabido que El ocaso de los dioses fue la ópera por la que Wagner comenzó a tirar del hilo de la que es probablemente su obra más exigente. Son más de cinco horas de música, traiciones, celos, asesinato, orgullo y maldad absoluta. En su corto (esta vez) papel de Alberich, el nibelungo que robó el oro del Rin, interpretado por el fantástico bajo barítono Martin Winkler, se le aparece en sueños a su hijo Hagen y le susurra al oído: “Te eduqué en un odio tenaz”. El bajo danés, Stephen Milling, se ocupa de dar vida a Hagen, el personaje más aborrecible de la ópera. Tal vez le faltó oscuridad en la voz, pero quedaba compensada por una presencia escénica de una rotundidad pasmosa.
El final del Anillo está repleto de capas y metáforas. Infinidad de mensajes universales sobre la maldad humana y la autodestrucción en casi todas sus manifestaciones. Pero también sobre el destino, sobre los actos y sus consecuencias, sobre lo doloso y lo culposo. Bajo el complot urdido para corromper y asesinar a Siegfried se esconde al menos un claro mensaje: el hombre que pierde su memoria está perdido. Pero da igual de qué manera. Olvidar quién eres, aunque seas víctima de la intoxicación, te llevará al desastre. Intoxicación o desinformación. ¿No suena tremendamente actual?
El tenor Andreas Schager vuelve a interpretar al héroe Siegfried; su presencia y su voz sobre el escenario son uno de los grandes cimientos de esta producción. Confiemos en que el cantante austriaco logre surfear la ola de ómicron y pueda atender las ocho funciones que le quedan por delante. Su Siegfried es energético, creíble, cantado con bravura y delicadeza, y arrebato cuando toca. En este episodio destacó también la soprano estadounidense Amanda Majeski en el papel de Gutrune, la medio hermana de Hagen que servirá de cebo erótico a un intoxicado Siegfried para que traicione su amor por Brünnhilde. No tan convincente resultó el barítono Lauri Vasar, que interpretó al pusilánime Gunther. El coro cumplió con creces, aunque en ocasiones la conexión con la orquesta no estuvo ajustada del todo.
En general, hemos asistido durante estas cuatro temporadas a un fantástico Anillo que incide en el mensaje ecologista que es necesario atender con urgencia. Ha sido un maratón musical y filosófico intenso y de calidad para una obra maravillosa plagada de enseñanzas vitales. Una obra que hay que ver y escuchar con atención al menos una vez en la vida.
Puedes consultar aquí las funciones y disponibilidad de entradas para El ocaso de los dioses.
Comentarios
Por FULGENCIO GIMÉNEZ PALMA, el 29 enero 2022
Excelente artículo músical. Hace una crítica constructiva de la gran obra de Wagner: El anillo de los Nibelungos. Haciendo unas descripciones concisas y muy educativas de las partes en que se desarrolla la obra.
Nunca he asistido a una Ópera. Para mí Richard Wagner es uno de los más grandes genios de la música. Y cuando se dé la ocasión veré ésta magnífica Ópera.
Mi más sincera enhorabuena a Manuel Cuéllar por éste precioso artículo.
Un cordial saludo
– Fulgencio Giménez Palma –